El camino a Dios es el ser humano. A pesar de la fugacidad de tantas cosas. Porque todo pasa, todos los carismas desaparecen, sólo el amor queda:
Las cosas desaparecen. Los días pasan. Algunos sueños mueren sin dejar huella. El saber es limitado. Todo lo es.
Es perentorio todo lo que toco. Lo que acarician y sostienen mis manos. Es tan vago y esquivo lo que pretendo retener con la fuerza de mis manos...
Malentendidos mundanos
Lo que ven mis ojos es confuso. Lo veré todo claro en el cielo, eso lo sé. Ahora en la tierra todo lo malinterpreto.
Me sucede como a aquellos vecinos de Jesús que no lo entienden, no lo comprenden ese día y lo condenan:
La incomprensión lleva a la violencia. Quieren acabar con Jesús pero Él sigue su camino.
¿Un hombre, Dios?
Para ellos Jesús sólo es un hombre, uno más: "¿No es éste el hijo de José?". No es especial, sólo es el hijo de José, el carpintero, uno de los suyos. No es el Mesías, no puede serlo.
Al mismo tiempo han escuchado cosas milagrosas de Él. Son habladurías. Lo que la gente dice.
Milagros, palabras de vida. Pero ellos son su familia, son de los suyos. No pueden creer que sea Dios, que sea especial.
Santos junto a mí
A mí también me cuesta creer que sea especial quien está a mi lado.
Desde lejos la belleza y la santidad parecen más visibles. Desde cerca destacan los defectos, las heridas, las carencias. Algo falta, no todo está en orden. No es convincente la forma de actuar y comportarse.
Soy dado a valorar al que menos conozco y despreciar al que conozco bien. El otro es como yo, humano, uno más.
¿Qué puede tener de especial aquel con el que comparto la vida, el camino, o mis sueños? No es alguien genial, no puede serlo.
Tal vez porque si lo es puede que sea excesivo lo que tengo que hacer yo para estar a su altura. A su lado yo no brillo. Además, ¿podrá salvarme quien es uno de los míos?
Dios no está lejos
He tratado de colocar a Dios muy lejos, muy inalcanzable. En una nube de misterio cualquier milagro es posible.
Fuera de esas sombras que todo lo confunden, la realidad es demasiado simple y dolorosa. Si Dios es todo lo contrario a lo que yo soy estoy a salvo.
Un Dios intangible al que no puedo tocar ni mancillar. Alguien todopoderoso capaz de superar mis incapacidades.
Un Dios totalmente puro, siendo yo tan sucio. Eterno que venza mi temporalidad.
Un Dios que conduce mi vida desde lejos para no mancharse, para poder echarle la culpa a ese Dios de todos mis males. Culpando a alguien me siento más en paz.
Alguien puede salvar la situación, resolver el problema, y liberar el obstáculo. Ese Dios puede hacer lo que yo no soy capaz de hacer con mis medios.
Alejo a Dios de mi vida. Lo hago todo lo contrario a lo que soy, lo opuesto, lo más lejano a mi pobre existencia.
Con ese Dios no tengo miedo. Él podrá sacarme de todas mis indigencias y dificultades.
Creo en un Dios totalmente otro. Transcendente, lejos de lo inmanente. Más allá de las nubes donde yo no puedo entrar.
Necesito a la persona humana para llegar a la divina
Pero cuando creo en un Dios tan perfecto y lejano, mi vida es demasiado pequeña y no acabo de amar a ese Dios personal.
Sin los lazos humanos no puedo llegar a Dios. Leía el otro día:
No puedo sentirme hijo de un Dios demasiado lejano. Necesito tocar en la carne los límites y la infinitud, la inmanencia de la carne y la trascendencia del espíritu. La generosidad de una vida entregada con la humanidad de los límites del pecado.
Necesito ver en las personas más cercanas la huella de Dios. Quiero aprender a valorar su santidad sin despreciarla al tocar con dolor su pecado.
La luz ilumina desde cada uno
Nada me sorprende ya porque yo también soy hombre, débil, herido, torpe. Y en esos límites sólo el amor de Dios logra sacar lo mejor de mí.
Es lo que hace Dios conmigo. Y entonces no soy Dios, sólo una huella, un aroma, un vestigio, una marca de su paso por esta tierra.
Dios sigue acariciando la carne humana para hacerla suya, divinizándolas. Sigue abrazando el corazón del hombre para que se haga niño.
Y es esa luz la que logro ver, la de Dios en mí, en tantos. La luz que ilumina el corazón herido de muchos.
Sus pecados me recuerdan que estoy llamado a una vida grande. No dudo, no temo. Me alegra saber que puedo dar más siendo tan pequeño.