Yo ambiciono los carismas mejores. Ambiciono lo mejor, lo que más amo. No me conformo con la mediocridad. Es lo que me pide san Pablo: "Ambicionad los carismas mejores".
Quiero lo mejor en mi vida. Y entre todos esos carismas uno está por encima de todos:
La fe, la esperanza y el amor son los más importantes. Más que todos los otros carismas:
Maravillosa diversidad en la unidad
En ocasiones me fijo en otras cosas.
El don de profecía me atrae, para poder saber lo que viene, lo que va a suceder. No me gusta vivir en la ignorancia del futuro. Me gustaría ver más allá, intuir, vislumbrar a través de la neblina que cubre mis ojos humanos.
Me atraen las lenguas que me permiten alabar a Dios con sonidos inefables y expresarle, sin comprenderlo demasiado, cuánto lo quiero. Me gusta comprender lo que sucede, entender lo que ocurre, descifrar los enigmas de esta vida llena de misterios.
Me atrae la generosidad de los que sirven, de los que entregan limosna para ayudar al necesitado, al pobre, al que no tiene.
Me encandila lo que brilla, lo que luce, lo que los demás valoran. El carisma de los que cantan. La luz de los que predican.
La fuerza de los apóstoles incansables que reparten con alegría y entusiasmo la verdad del cristianismo.
Me convence esa fuerza misteriosa de los que se entregan para seguir los pasos de Dios en silencio. Todo eso es maravilloso, sin duda.
Son carismas fascinantes que san Pablo menciona para explicar la diversidad en la unidad que tiene lugar en Cristo.
El amor es lo esencial
Soy un metal que resuena y aturde si en mi vida no hay amor. Es lo más importante.
Puedo hacer muchas cosas y lograr muchos objetivos. Perseguir metas lejanas y aparentemente inalcanzables.
Me parece que la vida se juega en esos momentos en los que hago cosas. Me reúno con mis hermanos en la fe. Oro con ellos.
Participo en alguna misión queriendo llevar el Evangelio a muchos. Doy testimonio de palabra y de obra.
Siento que construyo un reino que no es mío, es de Cristo. Lo creo, a veces dudo. Las palabras quedan resonando en mi alma. Si me falta el amor, soy un metal que resuena.
Me falta amor
A veces me falta amor. No amo con hondura, no amo bien. No amo liberando, ni enalteciendo.
No amo abrazando, ni cuidando, ni protegiendo. No amo como a mí me gustaría ser amado.
No sé si por heridas recibidas o simplemente por descuido. Y hoy lo escucho con fuerza, soy un metal que resuena.
Mis palabras son gritos que se lleva el viento, que apaga el ruido del mar. Mis palabras no se oyen, se pierden.
Y mis obras mueren, desaparecen, se olvidan.
Todo pasa, solo queda una cosa
Vuelve a mi memoria la historia de san Óscar. Lo mandaban a evangelizar el norte de Europa.
Sus iglesias se levantaban orgullosas desafiando el cielo. Y llegaban hordas de paganos y las destruían. Así de sencillo, la obra de su vida.
San Óscar volvía a su monasterio a rezar. Y así varias veces en su vida.
Las obras que construyo son frágiles. Hago cálculos, programo, reúno dinero, guardo, me esfuerzo. Pero todo pasa, sólo queda el amor.
Si no tengo amor… si no hay amor en mi vida, todo lo demás de nada sirve.
¿Cómo es el amor que permanece?
Y san Pablo no se queda ahí, va más lejos. Y detalla cómo es el amor que él sueña, el que yo sueño:
¿Conozco un amor de este calibre? ¿He tocado un amor tan cálido, tan humano, tan grande, tan bello?
Sí, yo lo he tocado, lo he recibido, lo he visto en mi vida. Me conmuevo al pensar en el amor recibido.
¿Qué y cómo doy yo?
¿Es así el amor que entrego? Lo dudo, me da miedo ser un metal que resuena. Esa imagen es tan dura...
Es como el metal que no sirve, no convoca a nadie, no ayuda a los que están perdidos. Un ruido innecesario.
Un metal que grita en medio de la noche. Gestos que no salvan, no sanan, no animan, no levantan.
Me da miedo ser así. Un metal que resuena.
El Amor salva
Y pienso en ese amor que levanta, aguanta, es paciente y amable, no se irrita y perdona.
El amor sí que deja un eco que salva la vida de los que son amados y de los que aman.
Porque al fin y al cabo en eso consiste caminar por esta tierra. En ir dejando una huella honda en el corazón de las personas.
Con paciencia, humildad, dejando a un lado el orgullo, levantando casas con hondas raíces. Construyendo paredes gruesas de respeto y protección.
Una generosidad que no se negocia. Esa fe en el otro, sin caer en la desconfianza. Esa forma de amar no se improvisa. Se trabaja y se recibe como don.
Pedírselo a Dios
Tengo que querer amar así y pedírselo a Dios. ¿Podrá hacer Él el milagro? Es mucho más importante que las cifras, que los éxitos, que los logros de mi vida.
Sigo escuchando el metal de mis pasos resonando en el silencio y me asusta no ser más que eso: un ruido que se apaga con el paso del tiempo. Y vuelve el silencio que todo lo envuelve.
¿Dónde queda el amor que da la vida? Ese amor sencillo que no se irrita y no se enoja nunca. Ese amor puro que saca lo mejor de mí.
Sí, ese amor humano es el que quiero tener, el que quiero dar, el que deseo recibir como un niño. Estoy aún muy lejos.