"Durante muchos días, de la maleta no salió ninguno. Otras semanas quizá cinco o, a lo sumo, diez. A ese paso, hubieran hecho falta años para haberlos despachado", explica Alfa y Omega. Su subdirectora, Cristina Sánchez, se los enseñó al Papa y él mismo tomó la iniciativa. Quiso comprarlos.
Se trata de una iniciativa que ya contábamos en Aleteia cuando Papa Francisco volvía de su visita a Myanmar. Esta es la historia de los rosarios que ahora compró el Papa. La recordamos:
De los 55 millones de habitantes de Myanmar, solo un 1% de la población es católica. No obstante, la presencia de la Iglesia alivia el dolor físico y espiritual de miles de habitantes del país, sean o no cristianos o católicos.
Myanmar no es un país rico, más bien todo lo contrario. Antes de la pandemia, 1 de cada 4 birmanos vivía bajo el umbral de la pobreza. Con la llegada del coronavirus, esta cifra se ha duplicado de forma que la mitad de sus casi 55 millones de habitantes son pobres. El país es eminentemente rural y además hay mucha economía sumergida. Al llegar la pandemia y con ella los confinamientos y el distanciamiento social, muchas familias vieron drásticamente congelados sus ingresos, porque los padres y madres de familia tenían empleos informales como un pequeño puesto de comida en la calle.
A la crisis económica endémica se une la inestabilidad política tras el golpe de Estado que colocó de nuevo a la Junta Militar al frente del gobierno.
Los birmanos habían disfrutado de una década de relativa democracia cuando el pasado 1 de febrero de 2021 la Junta Militar, que gobernó 5 décadas Myanmar con puño de hierro, volvió a tomar el control del país por la fuerza.
Desde entonces, muchos son los organismos internacionales, y también la Iglesia católica empezando por el Papa, que han elevado la voz para pedir el fin de la violencia y la represión contra los ciudadanos que exigen la vuelta a la democracia. Sin embargo, la respuesta de la Junta Militar se ha descontrolado y se ha extendido contra muchas otras personas que simplemente luchan por sobrevivir.
El cardenal de Yangón, monseñor Charles Bo, en declaraciones a los medios vaticanos con motivo de este año con la Junta en el gobierno, ha expresado al pueblo de Myanmar que los obispos “sentimos vuestro dolor, vuestro sufrimiento y vuestra hambre y entendemos vuestra decepción. Entendemos también vuestra resistencia”.
El purpurado ha lamentado además en esta entrevista que la población esté sometida a “un prolongado viacrucis” y ha recordado que “todo Myanmar es prácticamente una zona de guerra”. Por último, ha apuntado con dolor que, tras “un periodo inicial de interés, Myanmar parece haber desaparecido del radar mundial”.
Quienes nunca pierden el interés por ninguna tragedia humana son las varias órdenes religiosas que operan en el país, como los Salesianos, las Hermanas de la Caridad, las religiosas de San Francisco Javier o los Franciscanos que están presentes en Myanmar desde el año 2005. Sacerdotes, religiosas y religiosos, - tanto nativos como extranjeros-, siempre han estado del lado del pueblo acompañándolo en sus pocas alegrías y en sus muchas penas.
Pero, como se suele decir, Dios aprieta, pero no ahoga. Y se sirve de siervos buenos y fieles y de sus grandes ideas, como un sencillo proyecto que está permitiendo mantenerse a varias familias en necesidad: la fabricación de rosarios.
La idea es del padre Johannes Unterberger, un franciscano de origen austríaco que llegó a Myanmar en 2016.
Estos son sus rosarios (Galería)
De esta forma, desde 2019, varias familias muy pobres o que no tienen trabajo pueden generar un pequeño ingreso y así mantenerse. Y no solo las familias católicas. El padre Johannes fue quien les enseñó a hacer los rosarios y les proporciona las cuentas y las cuerdas para elaborarlos. Con mucho esfuerzo, este franciscano logró que los rosarios pudieran venderse en Europa a través de Missio Österreich, las Obras Misionales Pontificias de Austria.
Las familias, muchas veces formadas por una docena de miembros, logran salir adelante gracias a este proyecto que el padre Johannes ha extendido a varios orfanatos del país como el de Myaungtaga, gestionado por las Franciscanas Misioneras de María.
Allí unos 50 huérfanos, casi todas niñas, contribuyen al mantenimiento del centro a través de la elaboración y posterior venta de los rosarios. O el orfanato de Ton Zang donde viven 35 niños que gracias a los rosarios pueden comer dos piezas de fruta al día y carne una vez a la semana. O el de Kyaiklat donde este proyecto ha permitido que los pequeños cuenten con ropa y calzado adecuados. O el orfanato de de St. Mary, cerca de Yangón, donde los 160 niños que cuidan las religiosas viven un poco mejor gracias a este trabajo de los rosarios que, tal y como señala el padre Johannes, no es en ningún modo trabajo infantil, sino una actividad recreativa que los niños desarrollan en su tiempo libre.
Con estos rosarios, los niños y las familias no solo esperan un ingreso que asegure su pan de cada día, sino también que quienes los compran tengan un momento para rezar por ellos y por todo el pueblo de Myanmar.
Con la convulsa situación política que comenzó hace un año, el padre Johannes temía que no se pudiera continuar con el proyecto de los rosarios, pero, gracias a Dios, ha salido adelante pese a las circunstancias. La situación de necesidad en Myanmar es acuciante y puede parecer que esta no es una iniciativa de la suficiente envergadura, pero basta recordar una frase de Santa Teresa de Calcuta para encontrar la respuesta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”.
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