He recordado la niebla. Hace muchos, muchos años, mis abuelos, mis tías y yo solíamos levantarnos de madrugada. Con gran entusiasmo y alegría, esperábamos casi todos los fines de semana aquellas caminatas hacia el río donde solo la niebla, el silencio de nuestros pasos y nuestras jóvenes voces eran nuestros compañeros.
Oh, niebla Alada…
Hermana mía…
Aliento blanco…
Vuelvo a ti…
Recordarme a mí.
Escuchando a un místico de nuestro tiempo, a quien considero mi amigo y maestro y de quien te hablaré muy pronto, he recordado la niebla, he recordado el silencio, me he recordado a mí.
Es que… ¿sabes lo que sucede? Lo que sucede es que tú y yo somos silencio. Somos niebla. Somos río. Durante casi diez meses vivimos dentro una oscura cueva… Una niebla nos cubre , flotamos en el agua y quizá lo único que con seguridad escuchamos es el latido de nuestro propio corazón. Trata de recordar tu vida en el vientre materno. Anímate. Sé que puedes hacerlo.
Aquellos paseos nutrían mi alma. En esas largas caminatas conocí mi vocación al silencio, a la escucha de Dios, a la contemplación del alma. Y era la niebla, esa Presencia Sagrada, la que hacía desaparecerlo todo -los caminos, los pasos, las voces-, la que me fascinaba, cautivaba, asombraba, hipnotizaba.
Mientras mis tías se morían de miedo porque nos perdíamos en el camino. O porque pudiera ser que cayéramos al siguiente segundo en un profundo precipicio. Yo sentía que me hacía una con la niebla, que yo era la niebla y que esa era la vida.
Oh, niebla Alada… hermana mía, me elevo a ti, me convierto en niebla.
Conocimiento propio
Mis tías y mis abuelos que eran quienes nos acompañaban en el camino de 4 kilómetros hacia el río, se conocían bien y conocían bien el camino. Ya lo sabes, para poder orientar o guiar a otros hay que conocerse bien a uno mismo y hay que confiar en uno mismo.
En este sentido, humanamente lo sabes, la niebla es peligrosa cuando se pierde el sendero y ya no se sabe hacia dónde se está caminando. Entras en pánico, te asaltan las dudas, la respiración se agita, la angustia se hace presente. Recuerdo que a mí no me pasaba nada de esto. Yo quería ser niebla, caminar entre la niebla, encontrarme con mi alma.
La importancia de tener dirección espiritual
Afortunadamente, mis abuelos conocían bien el camino, el sendero, la ruta y era esa certeza lo que permitía que mis tías se tranquilizaran y olvidarán que tenían miedo. Mis abuelos confiaban, eran unos espejos muy claros. Entonces, sus hijas y yo confiábamos. Y así, siendo todavía niñas, aprendimos que la niebla era parte del camino.
Si de verdad queríamos llegar al río y bañarnos, era preciso atravesar la niebla, hacerse amiga de la niebla, ser niebla. Oh, niebla alada, hermana mía… Oh vida… tarea del alma… Niebla y vida: juntas recordaremos cuando finalmente despertemos al segundo día de la vida.
Cuando acompaño en consulta a mis amados pacientes, en ese camino tan importante de autodescubrimiento, muchas veces les hago las siguientes preguntas: ¿qué importa que haya niebla en tu camino? ¿qué produce la niebla en ti cuando aparece? ¿Qué sientes? ¿Cuánta certeza tienes de que caminas por el sendero correcto para tu vida?
Hay quien descubre tanto para su vida que me manda a regalar una bufanda hecha por sus manos, un santo rosario color rosa o unos aretes rojos y enormes. Y me pregunto, ¿tanto se me nota que soy una fashionista? (¡loca por la moda, ajá!).
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