En casos de infidelidad, suele suponerse una relación con un tercero, con el acicate de la pasión carnal debido a una sexualidad desintegrada, por la que la razón y la voluntad se someten al dominio del impulso carnal.
Por el contrario, en una sexualidad integrada, la inteligencia, la voluntad y los apetitos sensibles operan en un orden jerárquico, en el que priman las facultades superiores sobre los apetitos de la carne, en orden a un bien superior: el amor.
Sin embargo, existe otra causa de la infidelidad menos reconocida, pero no por ello menos común, que es una afectividad desintegrada.
Se trata de una disfunción de la personalidad, por la que la inteligencia y la voluntad, se someten ya no a los impulsos sensibles de la carne, sino a los impulsos sensibles de los sentimientos y emociones, lo que puede obedecer a múltiples causas como:
En la sexualidad desintegrada, suele confundirse el amor con la pasión de amor, mientras que, en la afectividad desintegrada, lo que se confunde es el amor con el mero sentimentalismo.
A partir de cuándo se es infiel
Por esta disfunción de personalidad, varón y mujer, suelen enamorarse de la persona equivocada en soltería o aun estando casados, algo que suele acontecer, cuando esta debilidad afectiva es detectada por quien busca la seducción, para alimentar su ego, o peor, aun buscando la gratificación sexual.
Como no se ama lo que no se conoce, quien comete el error llevado por el sentimentalismo, se autoengaña creyendo conocer una realidad que resulta ser solo un espejismo producto de la manipulación.
Un espejismo formado por las primeras confidencias, en la que una o ambas partes construyen para el otro una imagen angélica, a veces mezclándola con cierto victimismo.
Por ejemplo, de sutiles detalles como un regalo comprado en un viaje, con el explícito o silencioso mensaje de que se han acordado del otro.
O de mensajes con estereotipados pensamientos por redes sociales o en notas escritas de puño y letra, con los cuales se pretende la promoción de una imagen de madurez, y hasta cierta espiritualidad, mientras se halaga la figura del otro.
Como los ojos son las ventanas del alma, se recurre a miradas engañosas de límpida aceptación y afecto desprendido, enmarcado en una leve sonrisa, que, siendo hueca, pretende decir mucho, y lo logra, engañando.
Finalmente, una invitación a verse en algún sitio.
Comienzan las manifestaciones de afecto con sutiles contactos corporales. Ambos o los dos, ya están pasando de ser infieles con sus pensamientos, a ser infieles en los hechos.
Va aumentando la presión y la urgencia de la parte infiel.
Con todo, la víctima del autoengaño aún puede reaccionar y poner siete cerrojos al corazón. Esto se logra si pone distancia. Debe reconoce que aquello que ha llegado a clamar por todos sus sentimientos es algo que de suyo está profundamente equivocado.
¿Cómo recuperar la integración de la afectividad?
En casos así, ¿cuál es la verdad que se debe presentar a la propia conciencia, para recuperar la integración de la afectividad?
Lo primero, es admitir que la vida afectiva sensible, siendo natural y gratificante, resulta sumamente engañosa y enfermiza cuando el amor es reducido a solo sentimientos, por encima de su verdad.
¿Cómo notarlo?
El amor personal es sincero y transparente, ama desinteresadamente; busca el bien del amado incluso a costa del propio bien, y con un sacrificio que por la misma fuerza del amor resulta gustoso. En cambio, el afecto mostrado en una relación ilícita no se encuentra libre de satisfacer una necesidad de ego, afectiva o sensual. Esto es muy fácil de detectar si se enfría la cabeza.
El amor personal, por su belleza, no requiere de artificios, como sucede entre una piedra preciosa respecto de su mejor imitación.
Por Orfa Astorga de Lira
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