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“Trabajar con nosotros no es fácil, pero la Iglesia tiene lo esencial, paciencia”

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Macky Arenas - Aleteia Venezuela - publicado el 13/02/22
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Darlyn García es una líder indígena de la Amazonía que cuida de su comunidad en medio de la exclusión, la violencia y el despojo. Darlyn García, que terminó siendo catequista, conversó amablemente con Aleteia. Habla con la calma y mansedumbre que caracteriza a su raza y que nosotros hemos perdido, si es que alguna vez las tuvimos

Llegó del Amazonas a Caracas por pocos días a buscar ayuda para su gente y colaboración para viajar a Dubai en un par de meses. Está lejos, nunca lo ha hecho y anda emocionada. La idea es participar en la reunión de la OVJNU Global Amazonas, organización internacional de jóvenes donde ella representará a sus comunidades indígenas.

También es lejos el viaje de la Amazonía a Caracas, de la selva a la capital, pero lo hace constantemente. Trabaja duro como voluntaria indígena en la Cátedra de la Paz-ULA Amazonas.

Pertenece a la etnia Baré-Baniwa, concretamente al clan de los arawacos, quienes se adaptan mucho mejor a la vida corriente de las ciudades venezolanas. Es el grupo de las  mujeres trabajadoras, casi todas profesionales, emprendedoras y con iniciativa, que se mueven como hormiguitas en una región tan hermosa como repleta de peligros de toda índole, aunque ninguno tan espeluznante como los grupos irregulares que reptan por la espesura y llegan a los poblados como si fueran los propietarios a imponer sus reglas. 

Proclamar por esos lados algo que suene a derechos humanos es temerario. No obstante, ella es una de las que forman jóvenes y les proporciona herramientas para conocer cuál es su dignidad y defenderla. De hecho, Darlyn es abogado, graduada en la Universidad Santa María de Caracas.

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Un clan

“Los Baré-Baniwa somos un clan. Venimos del mismo tronco lingüístico, la misma familia pero con diferentes tradiciones. El idioma es de cada etnia. Son diferentes. Contrariamente a lo que se podría pensar, nos distingue nuestra lengua y acento”.  Básicamente se ubican en los municipos Maroa y Río Negro. Su mamá es Baniwa y su papá Baré. “Mis sabias –cuenta- que son mis abuelas, nos formaron para dominar un poco el idioma y saber acerca de nuestras tradiciones y costumbres, las cuales se han perdido un poco”.

Darlyn exhibe la pureza y la belleza de su raza. No en balde han salido de entre ellas tantas misses para los concursos de belleza.  Tiene 27 años y se crio en el municipio Maroa con su mamá. Las abuelas, las “sabias” como las llaman, enseñan cómo se pasa de niña a mujer.

Les indican cómo preparar las comidas autóctonas, como la manaca, un fruto morado que sólo nace allá, una especie de líquido medicinal autóctono que ayuda a mantener la hemoglobina y otros valores en sus niveles ideales y estables, así como se encarga de que el corazón no falle. Se sostienen del pescado y del mañoco, un cereal de yuca que nunca falta en la dieta familiar. “No puedo andar sin mi mañoco. Lo llevo donde voy. Nos encanta, se lo ponemos a la sopa, al arroz, a la pasta, ¡a todo!", nos cuenta.

“Mis collares son mi talismán –asegura la joven- mi protección. Los jóvenes los hacen y les fascina que los lleve cuando vengo a la ciudad o participo en algún evento. Mis collares y mis pulseras”. Al verlos, se aprecia inmediatamente que llevan todo el color y el maravilloso tejido indígena, que sólo ellos saben mezclar y confeccionar tan hermosamente.

Celebran las fiestas patronales con gran entusiasmo. “Mi sabia, que es la gran capitana de Río Negro me enseñó también la historia de los Baré, el orígen de esa comunidad de frontera vecina al río, los Barí, de la cual descendemos. Mamá también se ha ocupado de ponerme al día en el conocimiento de nuestros dioses y ancestros”.

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Una fuerte y paciente aliada: la Iglesia Católica

No nacen católicos, pero se acercan tarde o temprano y terminan fundidos en un sincretismo muy sano que no desmerece ni niega las diferencias culturales que nutren sus relaciones sino que, más bien, fortalecen el plano espiritual de las comunidades. La Iglesia también se enriquece cuando aprende de esas culturas y de su sabiduría ancestral.

La  presencia católica allí ha construido y mantiene una red de derechos humanos donde han incluido a los líderes indígenas.

“La Iglesia –precisa Darlyn- ha contribuido al rescate de nuestra cultura. De hecho, respetan escrupulosamente nuestras costumbres. Los misioneros que llegan y viven entre nosotros la experiencia indígena, se llevan nuestros collares y otras prendas de recuerdo cuando les toca irse. Nuestra cultura es muy antigua y muy bonita. La Iglesia tiene paciencia, mucha, con nosotros. No es fácil trabajar con la cultura indígena, pero la Iglesia Católica lo hace y nosotros pensamos que lo hace muy bien. Mons Johnny Reyes, actual Vicario, y la Repan siempre están allí”.

Cuenta que cada vez que José Ángel Divasson, salesiano que fue el obispo por dos décadas, siempre vuelve "y cada vez que nos visita es una fiesta su bienvenida. Lo queremos muchísimo. Su labor es reconocida por todos como excelente. Visitaba constantemente todo el territorio en grandiosas visitas pastorales”.

Terminó siendo catequista

“La Iglesia se ha caracterizado por hacer un gran trabajo social en beneficio de las comunidades. Los misioneros le han enseñado muchas cosas a los viejeros –así llaman a los ancianos- y llevan muchísimos años entre nosotros. Ellos venían con la doctrina de la Iglesia Católica. Un buen día, mi mamá me inscribió para hacer mi Confirmación en la parroquia cercana a nuestra casa. Al nacer, había recibido el Bautismo".

 ¿Resultado? Ya es catequista. Pero no fue sencillo, la prepararon durante 9 años. Fue enviada a enseñar y le llegaron muchísimos niños y jóvenes. También ha sido servidora del altar. 

"Aprendí muchísimo y mis relaciones son magníficas con Mons Divasson que pasó 20 años en Amazonía y sigue visitándonos como miembro de Red Eclesial Panamazónica (Repam); con el obispo castrense, a quien llamo papá por ser una persona maravillosa y hasta con el actual Vicario, Mons Johnny”, relata con mucho brillo en los ojos oscuros, típicos de nuestras comunidades indígenas.

El voluntariado

Ahora, Darlyn se ha diversificado y ha pasado a asumir responsabilidades como la que la une a la UVJNU (Organización Venezolana de Jóvenes para las Naciones Unidas).

Es un trabajo muy demandante pero Darlyn tiene la ventaja de que aún no se ha casado ni tiene responsabilidad familiar, lo que le permite mayor flexibilidad. Ama lo que hace y parece muy entregada. “Si tiene que llegar, ya llegará la familia. Por ahora, mi trabajo me absorbe completamente. Para nosotros el matrimonio es algo serio. Literalmente es para toda la vida”.  Hay muy pocos casos de divorcios o separaciones y por ningún motivo se abandonan los hijos. 

Darlyn dice, con su voz cantarina, hablando español con dejo indígena: “Nuestra familia es muuuuuuy grande, aunque yo soy hija única!- y se rie orgullosa- Para visitarlos  debo ir por todo el Amazonas, a Atabapo, Ayacucho, a Río Negro; son tíos, primos, abuelos, sobrinos. Reunirnos todos a una vez es complicado pero nos organizamos y tratamos de hacerlo cuando hay fiestas patronales.”

Las más importantes fiestas patronales honran a San Gabriel. Allí se juntan los Baré-Baniwa, Werekena, Yerá. También son muy importantes para Río Negro las fiestas de la Virgen del Carmen y de San Carlos de Borromeo. En esas ocasiones son para unir a las familia y a los clanes, comparten, bailan y disfrutan todos.

¡Amo a mi comunidad!

El trabajo,  según explica,  consiste en captar, formar y capacitar voluntarios en materia de derechos humanos y cultura de la paz. También el aspecto humanitario, que los jóvenes comprendan y se identifiquen con la labor humanitaria. Ha logrado crear un buen grupo de jóvenes llamado Global Youth Parliament, el parlamento mundial de la juventud. “Estamos formando a los chicos para ser líderes parlamentarios, para conocer y manejar bien todo lo referente a la problemática de nuestras comunidades y cómo elevarla a las instancias, foros  y cumbres internacionales a que corresponde pero, sobre todo, deben saber aportar soluciones”.

Al preguntar qué es lo que le gusta de su trabajo, no duda un segundo: “Los pueblos indígenas” -responde- amo mi comunidad y siento que se merecen todo. Estamos creando una red de jóvenes para trabajar con la Iglesia Católica y otras organizaciones como Unicef, por ejemplo, que también aman a los pueblos indígenas”.

Amazonía grande, solidaridad ancha

Se proponen llegar a otras poblaciones. La Amazonía es muy grande y hay muchas comunidades a las cuales hay que llegar y ofrecerles la solidaridad. Es el caso del pueblo Yanomami que ha sido tan abandonado y maltratado. Necesitan recursos y ellos lo saben.

Los jóvenes son receptivos al mensaje. “Los catequistas nos damos cuenta de que les gusta, se acercan con facilidad y ponemos mucho empeño en la motivación que creemos el recurso más importante. Siempre los estoy animando a querer a sus comunidades y trabajar por ellas desinteresadamente. Son muchos los jóvenes que se comprometen y creamos incentivos para premiarlos. Se les ofrece la oportunidad de hacer proyectos y se les prepara para ello”.

Quieren llegar a más poblaciones y más jóvenes y es por ello que UVJNU busca patrocinantes que los respalden. “Tenemos afrodescendientes e inmigrantes, personas invidentes o con problemas físicos que necesitan de nosotros y por ello agenciamos recursos aquí en la capital, donde vine a buscar alianzas”.

Ahora se prepara para ir al Global Youth Parliament en Dubay, muy orgullosa de representar al país  y a sus comunidades indígenas en ese evento. Debe moverse pronto. Tiene hasta el 15 de marzo para inscribir a Venezuela. Ella mantiene estrecho contacto con un nepalés que es el líder mundial de ese Parlamento.

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Cómo lidiar con el riesgo

Deben aprender cómo llevar adelante su trabajo en esa tierra exótica pero turbulenta, que ya no es más bucólica, idílica y acogedora porque la avaricia y la sed de riqueza fácil, así como los grupos irregulares armados han traído los enfrentamientos, la depredación, el desplazamiento de las comunidades indígenas, el terror y la muerte para la región.

“Nuestras dificultades las ponen los grupos irregulares. No somos violentos ni nos gusta la violencia. Hemos aprendido a mantenernos neutrales con respecto a ellos y nos enfocamos a trabajar con las comunidades más cercanas. Alejarnos mucho no es una opción fácil pero nos preocupan las comunidades más vulnerables a esas presencias, los municipios de frontera como es el caso de Río Negro. Son de los nuestros, nuestra población, nuestros hermanos y es el peligro inminente de los grupos irregulares lo que nos impide estar más cerca de ellos. Uno nunca sabe si pueden tomar represalias hasta con nuestras propias familias, así que nos mantenemos con mucha prudencia”, nos explica con la cauta sabiduría atávica del indígena. 

Una denuncia hecha con dolor ancestral

Nos cuenta que lo que está pasando en el Cerro Yapacana les duele especialmente. Y tienen sus razones. “Nadie se ha tomado la molestia de rescatar nuestros cerros o monumentos sagrados. Ellos forman parte de nuestras vidas, de nuestra tradición, de nuestra espiritualidad. Es la base de nuestras comunidades. Lo que está pasando allí es grave. La minería ilegal afecta terriblemente a ese territorio, acaba con su fauna, sus bosques, su flora, contaminan el agua, desplazan a las comunidades que lo custodian y lo cuidan desde tiempos inmemoriales. Tuve el caso de un hermano indígena que se enfermó producto de la contaminación. También han nacido varias minas en los municipios, lo que quiere decir que se está haciendo común volverse minero y explotar la tierra del Amazonas sin consideración alguna. Tenemos que rescatar nuestros espacios ancestrales, nuestro cerro Autana”.

El cerro Autana es un lugar que los indios respetan mucho. Cuenta la leyenda Piaroa que el cerro Autana representa el árbol de la vida, que dio origen a todas las frutas que le dan sustento a los hombres y a los animales. Es por lo tanto una montaña sagrada en la cual ningún indio Piaroa acepta adentrarse. El tepuy Cerro Autana fue declarado monumento natural en 1978.

 Si llegara a destruirse y faltarles esa montaña, ellos estarían perdidos y por ello piden su rescate. Es allí, justamente, donde excavan en las minas: “Viene gente de otros lados pero, lamentablemente, captan a jóvenes indígenas. Es la riqueza fácil. Lo hacen por necesidad pues tienen el oro y eso les garantiza el sustento. Es doloroso, los cerros sagrados son parte nuestra. Somos nosotros, los indígenas, los ambientalistas y parlamentarios quienes tenemos que salvarlo y debemos organizarnos ¡ya!”, dice convencida. 

Habría que declararlo jurisdicción especial y/o ambiental, pero ello no parece estar en los planes gubernamentales. Todo lo contrario.

Vegetación pionera

Allí habita la etnia Piaroa, con sus comunidades ubicadas a orillas del río Orinoco como Maraya, Santa Bárbara, Macururo, Canaripó y Yagua. Entre los ecosistemas protegidos del parque se encuentran bosques siempre verdes. Hay que decir que  se creó el parque con fines de protección y preservación.

Exactamente, el Decreto N° 2.980, de fecha 12 de diciembre de 1978, fue publicado para brindar protección a áreas de gran valor paisajístico y científico.

Como se lee en los portales especializados,  la flora del Nacional del Cerro Yapacana posee gran interés científico por servir de evidencia de la evolución vegetal con conexiones florísticas entre el Paleotrópico y el Neotrópico.

En la zona de la sabana, se encuentran plantas del género Penthaerista, único representante en el mundo de la familia Tetrameristaceae, que sólo puede ser observada en estos parajes y al otro lado del mundo, en Malasia. 

Se han inventariado 46 especies de réptiles y anfibios endémicos, entre las que destaca la ranita roja venenosa. Una abundante avifauna representada por la poncha y el trepador pechipunteado. Mamíferos como la danta, el mono Cebus sp., y el famoso mono capuchino del Orinoco.

Disparos contra curiaras

Entre la violencia y la extorsión militar deben sobrevivir las comunidades indígenas. Esta vez, tocó el turno a los Warao de Cambalache –Estado Bolívar- sentir esos rigores.

Hace un par de días, ya cayó la última careta. Por primera vez –según reporta el diario Correo del Caroní-  los  militares dispararon contra las embarcaciones indígenas, aunque no es la primera vez que confiscaron sus pertenencias. Sucede con frecuencia y la única forma de recuperar lo decomisado es pagar multas de hasta 500 dólares. Algo impensable. 

 “El Gobierno nos intercepta, nos quita los motores, nuestras curiaras para pescar y para ir al conuco… todo. Por eso es que ya estamos molestos, ¿nos tenemos que quedar de brazos cruzados?”, cuestiona Kervin Jesús Ruiz, de 25 años. Él también iba en la embarcación el día que los militares comenzaron a disparar.

Fue la mañana del jueves 3 de febrero cuando los indígenas se percataron de que la Armada se llevaba consigo las curiaras -que aseguran son de su propiedad. Navegaron en otra embarcación para cortar las sogas con las que la Armada arrastraba los botes. "Y lo lograron –especifica el reportaje- Las embarcaciones se soltaron, aunque una se hundió, pero no salieron ilesos: Las balas alcanzaron a tres adolescentes de 12, 13 y 16 años, y un adulto de 24 años. Los funcionarios también dispararon al motor de la curiara que acudió a rescatar a los baleados".

La versión oficial es que el navío de la Armada tenía disparos pero esto es negado rotundamente por los indígenas quienes aseguran que ninguno portaba armas. Indignado, el pescador señala que las autoridades arremeten contra personas equivocadas: “¿Por qué no agarran de la misma manera a los piratas de río y los malandros que nos roban los conucos y los trenes de pesca? ¿Por qué sí se meten con nosotros?”, cuestionó. 

El diario agrega en la denuncia: Por el temor colectivo que generó lo sucedido, los indígenas navegan el río Orinoco para lo estrictamente necesario. La mayoría tiene sus conucos al otro lado de la isla, pero cruzan a canalete para evitar que, durante labores de patrullaje, los militares les quiten los pocos motores de lancha que quedan en la comunidad.

El cacique indígena warao, Venancio Narváez, ha contado a las ONG que pasan mucha hambre. Provea publicó en abril del año pasado que esta comunidad fue desplazada por la violencia y el despojo desde el Delta del Orinoco hacia  el lugar donde ahora se encuentran. “Los Warao llegaron a Cambalache buscando lo que ya no tenían en sus tierras del Delta.

La histórica exclusión que padecen los pueblos indígenas, los empujó a sobrevivir de lo que recolectaban en el vertedero situado en el sector. Sin embargo, desde la clausura del botadero en 2014 y en medio de la escasez de gasolina, pasaron a formar parte de una cadena de comercio informal que revende”.

Los militares son otro dolor de cabeza. “El elemento militar – confiesa Darlyn- también es complicado. No obstante, tenemos una reunión prevista con las autoridades militares a los fines de que nuestros jóvenes puedan hacer su trabajo. Me he asesorado para intentar manejar con eficacia esas relaciones indispensables en la zona. En suma, no es fácil pero no es imposible. Eso creo”, cierra el tema con optimismo.

La cosmovisión es la base

Para Darlin, proclamar cada día que hay que mantener la cosmovisión de sus comunidades es tarea esencial. “Como nos enseñaron nuestros padres, debemos transmitirla a las generaciones siguientes. Es nuestro anclaje. Y es mi trabajo”.

Otra cosa importante que nos señala: sería extraordinario hacer alianzas entre todas las instituciones no gubernamentales y la Iglesia católica por los jóvenes. “¡Si supieras el talento que tienen nuestros jóvenes indígenas!, y eso hay que impulsarlo para que puedan convertirse en emprendedores. Imagínate que un yanomami creó un videojuego indígena, traducido en varios idiomas incluyendo el suyo, el cual consiste en pasar ciertos niveles que conducen al rescate de la cultura yanomami con el dios del Fuego. ¿Qué crees tú que pasaría si los apoyamos como debe ser y merecen?”.

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