El Evangelio de Lucas habla de los que son felices pero también de los que no lo son:
Y entonces me preocupo. ¿Hablan todos bien de mí? ¿Me encuentro saciado? ¿Soy de esos ricos que lo tienen todo y ya nada desean? ¿Río yo mientras no me importa que los demás lloren?
Cuando Jesús me dice que son felices los que lloran me habla de los que tienen misericordia y lloran por el dolor de los hombres. Se compadecen y acercan al que sufre.
La risa que ahora menciona es risa de indiferencia. La risa de los satisfechos que no necesitan pensar en los que no tienen.
Satisfacción, ¿cómo se logra?
Estar satisfecho es el deseo del corazón. Y siempre que lo estoy vuelvo pronto a experimentar una necesidad nueva.
Es como una escalera que tiende al infinito. El alma tiene sed del cielo y nada me basta. El corazón necesita vivir en Dios.
Ese estar satisfecho es la meta que el mundo me sugiere. Compra más cosas, adquiere más bienes, siéntete cómodo, con salud, confortable.
No busques ningún bien espiritual, no te dejes exigir por otros, céntrate en lo material, en tu felicidad.
Ruptura interior e infelicidad
Tal vez por eso aflora con fuerza en el mundo hoy una sed profunda de lo espiritual. Tanta gente busca en el mindfullness, en las corrientes espirituales modernas una forma de encontrarse consigo mismo.
El ritmo de este mundo me ha roto por dentro, ha separado las piezas de mi alma, ha descompuesto el organismo que me mantiene con vida.
Esa ruptura a la que me lleva este mundo me hace vivir insatisfecho e infeliz. Y el mundo sigue ofreciéndome la satisfacción como meta de todas mis empresas.
Una risa que hace llorar
Vivir satisfecho, saciado, sin más apetencias, sin más deseos nuevos. Y me pide que ría con una risa superficial, que sugiere desprecio hacia el que llora, indiferencia y lejanía.
Es la risa de los que están bien, de los poderosos, de los que nunca pierden, de los ricos que todo lo poseen.
Me incomoda esa risa altiva del satisfecho, del que no tiene nada que envidiar a otros porque todo lo posee.
El que lo tiene todo no necesita nada más. Y ríe con una risa superficial, hueca y rota.
Esa risa me hará llorar. Porque en el fondo permanece el alma no saciada, intranquila, infeliz.
Dios no se olvida de nadie
Frente a estas profecías Jesús les promete a los que sufren que Dios no se ha olvidado de ellos aunque parezca que el mundo sí lo hace. Escribe José Antonio Pagola sobre las bienaventuranzas:
Tienen un lugar en el corazón de Dios todos los que sufren de algún modo. Son abandonados por los hombres, pero nunca por Dios.
Solo Dios sacia
La insatisfacción es un dolor, me habla de una pérdida. El corazón está herido y es Dios el que lo sacia, lo sana, lo abraza.
Esa mirada de Dios me levanta cuando parece que la felicidad se me ha negado en la tierra.
¡Cuánta gente sufre a mi alrededor! No quiero reír, más bien estoy dispuesto a llorar con el que llora y acompañar al que más sufre.
Esa mirada mía no es la de Dios, pero quiere parecerse en su misericordia. Quiero ser compasivo, cuidar al que está solo, levantar al caído.
Caer siempre es posible y el mismo tiempo estoy llamado a ayudar al caído para que pueda levantarse y seguir luchando.
Las bienaventuranzas son una llamada a luchar por el desfavorecido y al mismo tiempo mostrarle al que sufre que está llamado a una vida feliz, a una plenitud que ahora sólo sueña.
Dar esperanza desde la insatisfacción
Mi actitud quiere ser confiada. Yo puedo dar esperanza en este mundo que sufre la desesperación y la falta de alegría.
Me gusta mirar así esta vida. Quiero proclamar las bienaventuranzas con mi sonrisa. Quiero vivir insatisfecho para anunciar que la verdadera plenitud llegará en el cielo.
Mientras tanto, en medio del camino, trataré de levantar al caído y sostener al que ya se dobla.