“Vi a Dios muy cerca… aquí”, me decía el padre de Cristina, Pepe Moreno, poniendo la mano a un metro de su cuerpo. Él y su esposa, Maite Alonso, nunca dudaron de que Dios curaría a su hija, desahuciada por los médicos. Tenían una fe que se podía cortar: su hija se curaría, a pesar del pronóstico de los médicos, porque ambos pensaban: “Además de los médicos tenemos a Dios”.
Pepe Moreno es de Málaga, donde viven su madre y su familia, aunque la familia vive en Vilanova del Vallès, a unos 25 kilómetros al norte de Barcelona.
Cristina, la hija de Pepe y Maite, tenía 19 años en enero de 2021. Había terminado primero de Magisterio pero lo suyo, pensó, era ser artista. Cristina se matriculó en ESAEM (Escuela Superior de Artes Escénicas de Málaga), que creó y dirige el gran actor Antonio Banderas, también malagueño. Cristina vivía con su abuela.
Y un día, el 14 de enero de 2021, Cristina salía del ESAEM y fue a coger el autobús para ir a casa de su abuela. Sin saber cómo –tal vez salió detrás del autobús— pasó un automóvil a toda velocidad. Fue un momento, un segundo, fatal: chocó contra el cuerpo de Cristina con tal potencia que la desplazó 15 metros. Cristina ya no recuerda nada más. Entró en coma, en un sueño amarillo que duró varias semanas.
En coma profundo
La Providencia quiso que, en el momento del atropello, pasara por allí una doctora de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), Leonor, que había ido a buscar a su hijo compañero de clase de Cristina. La doctora dio los primeros auxilios a Cristina hasta la llegada de la ambulancia que la llevó al Hospital Regional Universitario de Málaga. Cristina sufría un politraumatismo y estaba en un coma profundo.
Estábamos en plena pandemia de la COVID-19. El hospital había habilitado una UCI amplia para los numerosos enfermos de COVID que estaban llegando todos los días. La Providencia quiso que, al llegar el cuerpo de Cristina, inmóvil, casi sentenciado, pudiera ocupar la única cama que quedaba libre para enfermos no-COVID.
Cristina había entrado en estado de coma. No se acuerda de nada. Sus padres, Pepe y Maite, encontraron un sacerdote, capellán del hospital, que le administró el sacramento de la Unción de los Enfermos. Y dijo a Pepe: “Encomiende a Cristina al beato Álvaro del Portillo, ¿lo conoce?”. ¡Anda! Dijo Pepe: “¿es usted del Opus Dei?”. El sacerdote respondió: “No, pero alcancé un favor muy grande gracias a su intercesión”. Era don Ramon Burgueño. Y comenta Pepe: “Los sacerdotes con los que me encontré eran impresionantes”.
Contó don Ramón que sufrió unas arritmias y no encontraba ninguna solución en la medicina para pararlas. En aquel tiempo era capellán del Hospital Costa del Sol. Tomó una estampa del beato Álvaro del Portillo que alguien le había dado, rezó, y se le pararon las arritmias.
A partir de ese momento, ya empezaron muchas personas de toda España y también de otros países, a rezar por Cristina. “Se extendió como una mancha de aceite”, comenta Pepe. Llegaban mensajes de todas partes, mientras él iba dando informaciones sobre la evolución de Cristina: ahora ha movido un brazo, ahora ha movido los dedos, ahora mueve un poquito las piernas, ¡ahora ha abierto los ojos!, pero no habla, etc., etc.
Se encomendaron a la Virgen de la Alegría. Tienen en casa una figurita blanca (en la foto) en la que destaca la escultura del Niño Jesús, absolutamente confiado y feliz en los brazos de su Madre.
Y los padres aseguran: no nos hemos sentido solos en ningún momento, a pesar de los largos días y las largas noches que pasaron con Cristina… días y noches sin dormir. ¡Una hija, de 19 años…! ¡Por Dios!
Lo curioso del caso, cuentan los padres, “es que Cristina no hablaba, no podía andar, no oía, no podía comer, solo movía un brazo, pero eso sí: cuando rezábamos ella respondía a las oraciones instintivamente. Nos animó mucho”. Perdió los cinco sentidos, que ahora va recuperando.
¿Y qué dice Cristina?
Y luego hablamos con Cristina, una joven vivaracha, resuelta, muy luchadora, con personalidad. Habla con propiedad, dentro de la edad que tiene. ¿Y qué, Cristina? ¿Cómo ves lo que te ha pasado?
“Yo me pregunto por qué me ha pasado esto a mí. ¿Por qué se me ha quitado dos años de mi vida? No lo entiendo”.
Y le dije que lo pida al Espíritu Santo, como aquel ciego de Jericó: “¡Señor, que vea!”. El entendimiento es uno de los dones del Espíritu Santo.
Cristina es una chica que ha sido educada en el seno de una familia católica, en un colegio católico, pero no enganchó con la práctica religiosa. “Yo era una chica que no practicaba. Cuando estaba con mis padres iba a misa los domingos para darles gusto”.
"Necesito ayudar a los demás"
“A partir del accidente he vuelto a la práctica religiosa. Sé que hay tantas personas que han rezado mucho por mí, que me quieren. Por eso veo que tengo la necesidad de ayudar a los demás”. Y continúa: “Sé lo que es despertar de un sueño amarillo, como tú dices. Necesito ayudar a los demás”. Reconoce que ha “aumentado mucho la temperatura espiritual”.
“¿Y cómo lo vas a hacer, Cristina?”. “Ahora he vuelto a los estudios de Magisterio y quiero especializarme en Educación Especial, es decirocuparme de los más necesitados, tanto física como mentalmente”.,
Cristina habla con un tono firme, segura, mirando a los ojos. No le gustaría dejar las artes escénicas, el canto… pero ahora no es lo prioritario, dice. “Además –añade-- me gustaría casarme y tener siete hijos…”.
¡Qué bonito! Cristina, repito, habla con seguridad, pero con la seguridad de los 19-20 años. Sus padres no la pierden de vista nunca… A veces parece como si estuvieran demasiado pendientes de ella, por eso quiere "tener un coche e irse por ahí"… Pero eso depende de cómo está el bolsillo de sus padres. Tiene sueños, muchos sueños; es feliz, sonríe siempre. A mí me ha quedado grabada la sonrisa de esta chica decidida, pero al mismo tiempo muy cariñosa.
Que seas feliz, Cristina, y que cumplas tus sueños. Dios te ha bendecido.