Erudita, poeta, novelista y feminista, Carolina Coronado fue uno de los máximos exponentes del Romanticismo en la España del siglo XIX. Una figura de la que hoy destacamos su admiración por otra gran personalidad femenina, la de Santa Teresa de Jesús. Como les sucediera a muchas mujeres en los siglos pasados, la necesidad de encontrar referentes era indispensable para su impulso creativo. No sentirse extrañas ni ajenas a un mundo en el que ya de por sí eran rechazadas.
Y es que Carolina Coronado, que había nacido en la localidad de Almendralejo, en Badajoz, en 1820, sufrió en su propia piel las injusticias contra las mujeres, que más sufrían aquellas que, como ella, deseaban alimentar su intelecto y desarrollar su talento literario.
Desde pequeña se quejó de no haberse podido formar como ella habría querido pues solo se le permitió coser, bordar y poco más. Por eso tuvo que aprender de manera autodidacta e iniciar casi en secreto, su carrera literaria.
Tenía solamente nueve años cuando escribía sus primeros versos. No fue hasta 1839 que en el diario madrileño El Piloto aparecía publicado su primer poema, bajo el nombre de “A la Palma”. En 1843 publicaba su primera recopilación poética y desde entonces ya no pararía de crear y publicar.
Carolina fue siempre una mujer de profundas creencias religiosas, hasta el punto de que en su juventud había hecho voto de castidad en la Catedral de Sevilla. Pero al final terminó aceptando el matrimonio con un diplomático americano, Horacio Perry Sprange. Dado que este era protestante, la boda se celebró por el doble rito. La pareja tuvo tres hijos, dos de los cuales vieron morir en la infancia, algo que a Carolina afectó profundamente.
Estando soltera, casada o ejerciendo como madre, Carolina Coronado continuó con su labor literaria, acompañada siempre de una imagen de Santa Teresa, que tenía en su escritorio. De 1844, fecha temprana en su producción literaria, data su hermoso poema dedicado a la Santa y Doctora de la Iglesia.
Dulce Teresa, virgen adorada
que estás entre los ángeles del cielo,
la que ceñiste el sagrado velo
de las castas esposas del Señor:
tú pasaste tus horas como el justo
en santa paz y religiosa calma,
volando al ciclo con gloriosa palma
arrebatada en alas del fervor.
Yo tu divina
célica gloria
a tu memoria
quiero cantar.
Dulce Teresa
de Dios querida,
a bendecida
en sacro altar.
Tú desdeñaste la engañosa pompa
el falso brillo que al mortal rodea,
que el hombre débil en su mente crea
para halagar su loca vanidad;
y amaste la virtud y a un Dios amaste
devolviéndole un alma de pureza
porque admiraste ¡oh Virgen! su grandeza
y escuchaste la voz de la verdad.
Dulce Teresa
de Dios querida,
la bendecida
en sacro altar.
Yo tu divina
célica gloria
a tu memoria
quiero cantar.
Tú cantaste la gloria aquí en la tierra
y eras del mundo celestial encanto,
ahora ves en el trono sacrosanto
cercado de querubes tu laúd:
Teresa de Jesús, alma bendita,
oye piadosa desde el rico asiento
este sencillo y fervoroso acento
que consagro a tu fúlgida virtud.
Yo tu divina
célica gloria
a tu memoria
quiero cantar:
Dulce Teresa
de Dios querida,
la bendecida
en sacro altar.
Su producción literaria también sirvió para hablar de las mujeres, para defender su derecho a escribir, a crear, algo que en su tiempo, estaba muy mal visto. Carolina denunciaba que “los hombres mismos, a quienes la voz ‘Progreso’ entusiasma en política, arrugan el entrecejo si ven a sus hijas dejar un instante la monótona calceta para leer el folletín de un periódico”.
Junto a otras grandes literatas, como Gertrudis Gómez de Avellaneda o Pilar Sinués conformó la llamada “hermandad lírica” en la que tejieron una red de apoyo emocional y práctico, pues Carolina apoyó a jóvenes escritoras a iniciar su carrera cuando la suya ya estaba consagrada. Mujer valiente, Carolina denunció la violencia contra las mujeres o la esclavitud en su amplia obra. Sobre este último tema, se unió a Concepción Arenal en la Sociedad Abolicionista de Madrid.
En su residencia madrileña, se celebraban tertulias literarias a las que acudía lo más granado de la ciudad. Carolina llegó a escribir ensayos, novelas, obras de teatro y un sinfín de artículos. Además de escribir, era una ávida lectora, estando entre sus favoritos Santa Teresa, San Juan de la Cruz o Fray Luis de León.
El 15 de enero de 1911, su cuerpo, de noventa años, se apagaba para siempre. Atrás dejaba una intensa vida digna de la época romántica a la que representó. Carolina Coronado fue una mujer valiente, que defendió sus creencias y sus ideales, aún sabiendo que la sociedad de su tiempo no la aplaudiría. Pero al final se ganó el respeto de muchos y su obra es testigo de que tanto ella como muchas otras mujeres de su tiempo superaron los prejuicios y regalaron al mundo sus hermosos versos y sus inolvidables palabras.