Jesús quiere que sea compasivo. La Biblia explica cómo es el corazón de Dios, el de Jesús mismo:
Jesús me pide que sea como su Padre celestial:
Espero amor pero yo no amo
La medida que use la usarán conmigo. Mi forma de ser compasivo la tendrán al mirarme.
Quiero que me traten de una forma pero yo no trato de la misma manera a mis hermanos.
Espero que se porten bien conmigo, con generosidad, pero yo no soy generoso con el resto. Me guardo mis cosas. Mi medida es escasa, tacaña.
Espero que me regalen muchas cosas pero yo no regalo. Abro mis manos parar recibir, pero yo no entrego.
Pido compasión
La compasión es una actitud que marca mi vida para siempre. Es un don que me regala Dios y hace que mi vida sea diferente. Así fue con los santos:
Si soy compasivo no podré pasar de largo ante el que sufre. Percibiré el dolor en los corazones que me encuentro.
No seré inmune ante el sufrimiento que observo. Me detendré ante el que me necesita.
Perdonaré con misericordia las ofensas. No llevaré cuentas del mal recibido. Me abriré a mirar con misericordia al que no hace lo que yo espero y deseo. Al que no se comporta de acuerdo con mi forma de pensar.
Los compasivos cambian el mundo con su mirada.
Soy del mundo
La intransigencia y la intolerancia me vuelven rígido y duro. Nada me conmueve.
No quiero perdonar al que no actúa con justicia. No quiero detenerme ante el que me necesita.
Y es que este mundo pugna por volver mi corazón inmune al dolor, indiferente, exigente.
Me acostumbro a las muertes, a las injusticias, a los robos, a los insultos a mi alrededor.
Me vuelvo tolerante con la injusticia que observo. Lo acepto todo como parte de la vida en este mundo.
Me vuelvo demasiado mundano en el contacto con la tierra y muy poco de Dios alejándome del cielo.
Una imagen de Jesús
Dice la Biblia:
Si soy compasivo, generoso, misericordioso, seré una imagen débil y herida del hombre celestial, de Jesús que pasó haciendo el bien y curando a los enfermos y oprimidos.
Hace falta un milagro para poder llegar a compartir, para perdonar al que me hace daño, para dar más de lo que recibo sin hacer cuentas, para no angustiarme al ver que el amor no es simétrico en mis vínculos.
Dar sin esperar
Esa asimetría del amor me incomoda. Quisiera dar mucho y recibir mucho. O si doy poco recibir mucho más de lo que entrego.
Me gustaría que me amaran con la misma medida con la que yo amo, aunque esta no esté colmada.
Pero no es así, la medida que me dan no es la mía. El amor es asimétrico, es desigual. Recibo menos de lo que espero y me indigno.
Quiero que me amen más, que lo hagan de forma incondicional, que me quieran pasando por alto mis debilidades e incoherencias. Que me busquen aunque yo no los busque a ellos.
Quisiera recibir un amor colmado para no tener que vivir mendigando. Pero no lo recibo y la rabia brota en mi corazón.
Dios puede hacer un milagro en mí
¿Cómo podré hacer vida en mi corazón todo lo que hoy Jesús me pide? Me parece imposible.
Y lo imposible sólo puede llegar a ser posible si un milagro sucede en mí. Es lo que le pido a Jesús. Que como a san Francisco se me grabe el amor compasivo del Crucificado.
Me quiero abrir a esa mirada misericordiosa y compasiva de Dios en mi vida. He tocado la gracia y quiero dar mucho sin esperar nada.
Sin turbarme cada vez que reciba piedras en lugar de abrazos. Sin dejar de amar aunque no me amen con la misma medida.
No quiero aburrirme, no quiero cansarme de amar siempre más, de buscar al que me exige y perdonar al que me hace daño.