Las distopías pueden parecer más lejanas aún que las utopías, acaso porque nos da aversión pensar que la relativa armonía pueda llegar a acabarse. Por eso, más allá del ejercicio empático que tengamos para con los personajes de una buena novela distópica, podremos emocionarnos y entretenernos, a veces movilizarnos y buscar algún cambio, pero allí quedará todo.
Además, en tiempos normales, no pareciera coherente dar crédito a la versión de que todo tal como lo conocemos acabará. Si no lo veo, no lo creo. #Don’tLookUp plantean algunos en la película de Leonardo Di Caprio: no mires, no vaya a ser que te paralice el miedo.
En la novela distópica La Carretera (2006), Cormac McCarthy relata el camino de un padre con su hijo a lo largo de una ruta abandonada, como todo, en un mundo casi sin vida luego de lo que sería una suerte de apocalipsis nuclear. Pareciera para gran parte de nosotros, sentados escribiendo o leyendo estas palabras, un escenario realmente imposible.
Pero para un padre de familia en Ucrania cuya familia ya está en Polonia que el cielo sea siempre gris y la ceniza parte del viento es cada vez menos metáfora, y cada vez más realidad. No lo era hace un mes, momento en el que quizá, como imaginaba el adulto protagonista de la obra de McCarthy, “si él fuera Dios habría creado el mundo tal cual sin ninguna diferencia”. Hoy, como en La Carretera, ese mundo, ya no existe.
Dónde están los buenos
Tenemos que apartarnos de la carretera. ¿Por qué, papá? Alguien viene. ¿Los malos? Sí. Eso me temo. Podrían ser buenos, ¿no? No respondió.
Relataba estos días un periodista chileno corresponsal de guerra que él y unos colegas fueron detenidos por la resistencia ucraniana, vehementemente indagados. Los salvó un tatuaje de Maradona que uno de ellos llevaba, como si eso fuese la credencial periodística o el documento nacional de identidad sudamericano más contundente. Parece ficción. “Lleva siempre encima la pistola. Necesitas encontrar a los buenos pero no debes correr ningún riesgo”, le dice el padre al hijo.
¿Todavía somos los buenos?
Contaba Elisabetta Piqué para La Nación que el amable taxista del que se había hecho amiga en Kyev, cuya familia ya estaba en Alemania, una de las mejores personas que conoció en la ya ruinosa capital ucraniana, le confesó que tenía un Kalashnikov en su casa y cuando lleguen los rusos se pondría a disparar.
Se quedó allí sentado con la manta por capucha. Al cabo de un rato levantó la vista. ¿Todavía somos los buenos?, dijo. Sí. Todavía somos los buenos. Y lo seremos siempre. Sí. Siempre. Vale.
Dónde está Dios
En La Carretera, escribe McCarthy en voz del padre, “no hay interlocutores de Dios. Se han ido y me han dejado aquí solo y se han llevado consigo el mundo”. Por eso, en la angustia, rehusando a dejar de creer quizá por su hijo y la necesidad de que no pierda la ‘llama’, busca rezar lleno de dolor con lo poco que le sale:
Bajó a una grieta en la piedra caliza y se agachó para toser y tosió durante mucho rato. Luego permaneció de hinojos en las cenizas. Levantó la cara al pálido día. ¿Estás ahí?, susurró. ¿Te veré por fin? ¿Tienes cuello por el que estrangularte? ¿Tienes corazón? ¿Tienes alma maldito seas eternamente? Oh, Dios, susurró. Oh, Dios.
“Elí, Elí, ¿lema sabactani?”, dice el Señor en la Cruz. Dios mío es quizá la invocación más repetida por el padre, no como lugar común, sino como auténtica jaculatoria. El encuentro con Ely, en la carretera, sin torcer el destino, cambia mucho.
Esperanza
Desde un sótano de Ucrania en el que conviven varias personas emerge el canto, viralizado en redes sociales, de una niña que cual Elsa en Frozen canta “Libre soy”. El canto llega hasta Idina Menzel, la Elsa original, que le responde por Twitter: “Te vemos, realmente te vemos”.
Elsa no existe más que en la literatura y la pantalla. Menzel es apenas una parte de ese personaje. Pero la niña sí que existe y canta de una libertad que en ese contexto parece utópica. Es más real la niña que Elsa.
Escribe McCarthy: “El niño tenía sus propias fantasías. Cómo serían las cosas una vez en el sur. Otros niños”. El niño, en La Carretera, es la esperanza, es casi el último vestigio de bondad en el mundo, al punto que convence a su padre de compartir lo poco que tienen con el viejo mendigo Ely.
Parece imposible encontrar esperanza en La Carretera. Parece utópico encontrar un horizonte de paz en la guerra. La distopía llegó a las puertas de muchos padres de familia este 2022. "Elí, Elí, ¿lema sabactani?", rezan, rezamos. Pero está el niño en el libro. Y está la niña del sótano. Ellos no dejan de creer que puede haber buenos a lo largo de la carretera.