Es una historia poco conocida, pero tan alucinante que merece ser contada. La rodea una épica que podría ser el apasionante libreto de una exitosa película.
Corría el año 1817 y Angostura –la actual Ciudad Bolívar- estaba enfrascada en una cruenta guerra contra España. En realidad, Angostura era una ciudad realista. Apoyaba a la monarquía española y desde inicios de ese mismo año 17 estaba sitiada por las fuerzas republicanas o patriotas.
La Batalla de Angostura del 18 de enero de 1817 fue el primer intento de los patriotas venezolanos por tomar la ciudad de Angostura a orillas del Orinoco. También la primera batalla de la Campaña de Guayana de 1817.
Un famoso destilado lleva su nombre
La capital del estado de Bolívar (Venezuela) tuvo antiguamente el nombre de Santo Tomás de la Nueva Guayana en la Angostura del Orinoco. Una denominación oficial demasiado larga que pasó a ser simplemente Angostura, por estar situada el municipio junto al tramo más estrecho del río Orinoco.
A este rincón de Guayana vino a dar un médico alemán llamado Johann Gottlieb Benjamin Siegert en 1820. Después de haber ejercido como cirujano en las guerras napoleónicas, fue contratado para asistir a las tropas de Simón Bolívar en la Guerra de Independencia contra España.
Imbuido en el estudio de la flora tropical, consiguió un tónico a base de varias plantas de la zona que servía como remedio contra el mareo y los trastornos digestivos. Fue a partir de la raíz de genciana que preparó una bebida amarga y aromática. Su uso no solo era medicinal, sino que podía dar sabor a sopas y bebidas.
Hoy, en todos los bares del mundo el destilado a base de alcohol y extractos plantas, es utilizado profusamente en la coctelería y se conoce como “Amargo de Angostura”. Ciertamente, se fabricó originalmente en la ciudad venezolana de Angostura, inventada por un médico del ejército de Simón Bolívar.
Un congreso la hizo famosa
El Congreso de Angostura, convocado por Simón Bolívar, tuvo lugar en la ciudad de Angostura (hoy Ciudad Bolívar) entre febrero de 1819 y julio de 1821 —en el contexto de las guerras de independencia de Venezuela y Colombia—, culminando en la creación de la República de Colombia (Gran Colombia).
El célebre Discurso de Angostura fue ofrecido por Bolívar en el Congreso del mismo nombre, instalado para formular lo que jurídicamente se ha llamado la "Ley Fundamental" (base de la Constitución). Ese Congreso tomó decisiones básicas. Por ejemplo, crear la República de Colombia, organizarla en departamentos, otorgar a Bolívar el título de Libertador y designar el Presidente y Vicepresidente de la nueva República.
La angustia de Angostura
Ese año 1817, con todos sus movimientos y giros favorables a los patriotas, sería un año decisivo para la Guerra de Independencia de Venezuela y Sudamérica. Fue un enfrentamiento militar sucedido en el contexto de la Guerra de Independencia de Venezuela. Enfrentó a las fuerzas patriotas y realistas el 17 de julio de 1817. Tuvo la victoria de las primeras, que consiguieron capturar la ciudad.
Cuenta el investigador Diego Rojas Ajmad que la situación era tan desesperada que los pobladores se vieron obligados a abandonar la ciudad. Los alimentos escaseaban y tomaron la decisión de comenzar a sacrificar animales para alimentar a las tropas y a los habitantes. Terminaron comiendo todo lo que se movía pero, aún así, las personas parecían cadáveres andantes pues el hambre era atroz.
Los historiadores cuentan que una vez acabado todo solo quedaba una opción: comerse el cuero de los muebles. Desarrollaron un curioso método de preparación de semejante “manjar” y la gente lo comía de buena gana. No obstante, llegó un momento en que la orden fue abandonar la ciudad.
Una carga preciosa
Salieron hacia la Antigua Guayana fragatas, bergantines, goletas, lanchas y embarcaciones pequeñas. De allí, pasaron a la isla de Granada. Más de la mitad de los habitantes y sus posesiones acabaron en el fondo del río. Otros se perdieron en ese laberinto de canales y caños, nunca se volvió a saber de ellos.
Varias embarcaciones terminaron destruidas y saqueadas pero uno de los bergantines se metió en un caño sin salida y, según relato del historiador Tomás Surroca, la carga era preciosa por lo que se perdió algo más que una embarcación.
“Era el buque más interesante de todo el convoy, porque en él venían todos los archivos del gobierno, el del Ayuntamiento, el de los misioneros capuchinos y sus alhajas de los templos", entre otros haberes.
Todo el archivo colonial, la crónica de nuestros primeros años, terminó destruido, saqueado y en el fondo del río. Toda una biblioteca colonial perdida.
Bibliotecas “malditas”
Hay bibliotecas famosas por sus desgracias. La de Alejandría, destruida al punto de que pudieron perderse 400.000 de los 900.000 manuscritos que albergaba. La de Pérgamo, que brilló por sus colecciones de literatura y crítica gramatical. La desaparecida biblioteca de Iván el Terrible que el arqueólogo ruso Ignatius Stelletskii se pasó toda la vida buscando. La Biblioteca de Constantinopla, muchos de cuyos volúmenes fueron salvados antes de la caída de la ciudad en 1453.
En el siglo XII, la universidad budista de Nalanda, en la India, considerada el principal centro de erudición de Asia, fue arrasada por los turcos y cuentan que había tantos manuscritos que tardó tres meses en arder por completo. La Gran Biblioteca de Bagdad, conocida como la Casa de la Sabiduría, fue presa del saqueo por parte de los mongoles en el año 1258 de nuestra era. Luego, la de Irak sería devorada por un incendio durante la invasión estadounidense en 2003 ocasión en que se quemaron un millón de libros.
En 1992, la Biblioteca Nacional de Sarajevo había sido incendiada en un ataque premeditado de la artillería serbio-bosnia. En España varias muy importantes fenecieron durante la guerra civil.
Nadie destruye bibliotecas. Sólo las guerras y los odios van contra ellas. Son patrimonio de la humanidad. La de Angostura, la histórica biblioteca colonial, se hundió en el Delta del Orinoco para siempre bajo las aguas del río que lleva, en América, ese nombre emblemático. Allí –como escribe Rojas Ajmad- “entre peces y manglares, reposa nuestra memoria perdida”.