Cuántas veces sucede que pedimos una señal a Dios, nos la da, pero no sabemos reconocerla. O no queremos saber nada de lo que habíamos pedido, supuestamente, con ahínco. No fue éste el caso de Rosa María, una mujer de escasos recursos que vive en las inmediaciones de la parroquia de la Preciosa Sangre de Cristo, en la Ciudad de México.
La historia la cuenta Vladimir Alcántara para el semanario Desde la Fe de la arquidiócesis primada de México. Todo comenzó en 2013, cuando Rosa María empezó a sufrir los embates de un avanzado proceso de artritis reumatoide que le iba haciendo la vida muy complicada a ella, a su esposo, José Desiderio, y a su hija Sandra.
Postrada en la cama, dependía de ellos dos para cualquier movimiento. La inflamación en las articulaciones y el dolor no la dejaban hacer absolutamente nada. El 20 de diciembre de 2015 murió su esposo y Sandra, su hija, tuvo que hacer el máximo esfuerzo para apoyarla y salir a ganarse el sustento en un entorno muy complicado como es el de la Ciudad de México.
El pensamiento del suicidio comenzó a invadirla recurrentemente. Pensaba que con ello podría aliviar tanto su dolor como las dificultades cotidianas con las que estaba cargando Sandra. Sin embargo, pedía –con la misma insistencia—una señal para decidirse a enfrentar la vida tal y como Dios quería que fuera para ella.
Finalmente, y tras una dura lucha consigo misma, Rosa María decidió quitarse la vida. Iba a llevar a cabo su cometido porque no había recibido "la señal de parte de Dios". Mirándose en su miseria, en su dificultad, en medio del dolor y la desesperanza, de pronto oyó la voz de su hija que regresaba a casa: "¡Mamá, estoy embarazada!"
Los milagros no vienen solos
Conmocionada por la noticia, Rosa María, intuyó que el hecho de tener la posibilidad de un nieto era algo grandioso: "Levanté la cara y le dije a Dios: ‘Esa debe ser tu señal, Señor. Y no quiero nada más. Sólo, si tú así lo deseas, concédeme poder moverme para ir al baño. No te pido más", comentó al reportero de Desde la Fe.
El día de Navidad del año siguiente a la muerte de su esposo, nació Andrés, su nieto. "Pero aquel signo del amor de Dios no vino sólo: Rosa María comenzó a recobrar la movilidad; paulatinamente pudo hacerse cargo de sus propios cuidados y retomar después sus actividades en el hogar", comenta el reportero de Desde la Fe.
Coincidiendo con una visita pastoral que hizo recientemente el cardenal y arzobispo primado de México, Carlos Aguiar, a la parroquia donde pertenece Rosa María, tanto el párroco de la Preciosa Sangre de Cristo como el obispo auxiliar, organizaron la visita del cardenal a la vivienda que comparten madre, hija y nieto en la colonia Gómez Farías.
Ahí volvió a contar su historia y los innumerables regalos que le ha dado Dios desde el momento en que su hija irrumpió en casa anunciando su embarazo. Ha recobrado el ánimo, es beneficiaria de Cáritas y ha montado un pequeño puesto de botanas (snacks) frente a su vivienda, según lo registra el reportaje fotográfico que acompaña el artículo en Desde la Fe.
"Hoy Dios me ha mandado una nueva bendición; el cardenal Carlos Aguiar vino a mi casa y nos ha dado la bendición. El Señor me llena de bendiciones, siempre se acuerda de mí". Cuando Rosa María se siente dolorida y sin fuerzas para levantarse de la cama, Andrés la consuela: "Mamá -me dice-, no estés triste. Hazme un lugarcito. Yo te voy a llenar de amor".