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Abuelita de 93 años obtiene título universitario en México

MARIA JOSEFINA

María Josefina Cruz con las vestes académicas.

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Jesús V. Picón - publicado el 06/04/22
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La señora Josefina ha sido testigo de muchos sucesos históricos en México pero también ha visto grandes milagros, y hoy es un ejemplo para todos.

No cabe duda de que la fe no va peleada con el intelecto y esta abuelita demostró que con esfuerzo y dedicación pueden alcanzarse los sueños. La Señora Josefina ha sido testigo de muchos sucesos históricos en México pero también ha sido testigo de grandes milagros, y hoy es un ejemplo para todos.

-María Josefina, gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia Español. ¿Puede decirnos su nombre completo y dónde y cuándo nació usted?
-Mi nombre es María Josefina Cruz, y me apellido Blancas y García. Nací en Tulancingo, Hidalgo (México), el 25 de abril de 1928, en plena Guerra Cristera.

-¿Los papás de usted estuvieron en la Guerra Cristera?
-No, no. Pero sí vivieron en esa época. Mi mamá me platicaba que se iban a casar en septiembre de 1926; pero cuando se avisó de que se iban a cerrar las iglesias y se iba a suspender todo, entonces adelantaron la fecha de su casamiento.

-¿Cómo fue su niñez? Platíquenos de su familia.
-Mi mamá era de un pueblito cercano a Tulancingo, y mi papá era de Otumba, estado de México. Fui la mayor de 7 hermanos. Antes de que yo naciera, mi mamá sufrió dos abortos; entonces fue a la Catedral de Tulancingo y me contó que se encontró a san José y le pidió que no me fuera a morir yo también; por eso, cuando nací me puso Josefina. Pero como mi papá quería que yo me llamara como su papá, entonces me tuvieron que poner también Cruz.

.¿A qué edad se casó usted? ¿Cuántos hijos y nietos tiene?
-Yo ya me casé muy grande, de 31 años. Yo había estudiado la primaria, pues era lo que había en mi ciudad, porque la secundaria apenas estaba empezando. Lo máximo que se podía estudiar ahí era secretariado comercial o auxiliar de contador. Eso es lo que estudié, y con ello estuve trabajando varios años, en diversos empleos, hasta que me casé.
Tuve 7 hijos. Tengo 14 nietos, 10 bisnietos y una tataranieta que tiene 2 años de edad.

-¿Cuánto tiempo duró casada?
-Casi 30 años. Mi esposo falleció en 1986, yo ya tenía 60 años.
Yo tenía una academia, gracias a que había estudiado comercio en un colegio particular de religiosas. Por mi experiencia en el trabajo y por las consultas que algunas personas me hacían, mi esposo me había sugerido: “Pon una academia”. Y así lo hice. Puse una academia de secretariado comercial; fue una escuela que duró 12 años.
Yo les daba las clases; y, para conseguir el registro, también contraté a algunos maestros que iban a dar otras materias.

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-¿Entonces usted fue maestra también?
-Pues sí, pero sin tener título ni nada. Pero estaban a gusto y me entendían. Yo les enseñaba taquigrafía y mecanografía y, cuando algunos maestros faltaban, les daba español porque yo tenía que suplirlos.
Mi escuela se llamaba Academia Catedral, aunque no tenía que ver nada con la Iglesia; el nombre se lo pusimos porque estaba atrás de la iglesia Catedral de Tulancingo, y a mi esposo se le ocurrió ese nombre.

-¿Y cuántas alumnas tenía?
-Cuando empecé, las primeras graduadas fueron como 8 o 9 cuando mucho, pero después llegué a tener bastantes; el promedio casi siempre andaba entre 25 y 30.

-¿Llevaban uniforme? ¿Y había alumnos varones?
-Uniforme no llevaban. Y, sí, también tuve alumnos hombres. Cuando me iban a dar el registro, fueron los inspectores a revisar; mi esposo es el que se encargaba de viajar a la ciudad de México para hacer los trámites del registro. Entonces fueron a supervisar la academia, que básicamente era un salón nada más. Y me preguntaron: “Oiga, ¿cuántos alumnos becados tiene?”, y les contesté que ninguno; pero les expliqué: “Los que pueden, pagan; pero hay personas que no pueden pagar, y a ellas no les cobro; o bien me pagan lo que pueden y cuando tienen”. Entonces lo consideraron como becas.

-¿Usted continuó estudiando?
-Sí, cuando llegó la secundaria abierta a Tulancingo. Pero preparatoria abierta no había.
Cuando murió mi esposo yo tenía la inquietud de estudiar preparatoria, aunque para eso me tenía que ir a un lugar donde sí la hubiera. Y sucedió que al tercero de mis hijos, que era policía federal de caminos, le tocó en una de sus rutas vivir en Querétaro. Me invitó, vine y me gustó mucho, y decidí venir a vivir a Querétaro. Llegué aquí en 1992, con dos de mis hijas y cuatro nietos.
Me inscribí para estudiar preparatoria, y no sé por qué hubo problemas; ya había presentado unos exámenes, pero cuando iba a presentar otro, cerraron la escuela. Pensé que ya nunca iba a poder estudiar la prepa.

Estudiando como una de sus nietas

Era 2016 cuando la mayor de mis nietas, que estaba estudiando la preparatoria, la interrumpió porque no quería estudiar. Entonces, como me enteré de que en Querétaro sí había preparatorias abiertas, le dije: “¿Por qué no nos inscribimos las dos? Vamos a ver si todavía me reciben a mí”.

Yo tenía 88 años. Fui con ella y me dijeron que no había problema, que el único requisito era ser mayor de 18 años. A mí me tocaba ir los sábados y a ella el domingo; ella ya estaba casada y tenía a sus hijitos. En 2018 terminamos juntas de estudiar la preparatoria, estuvimos en la misma ceremonia de graduación.

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-¿Y qué pasó después?
-Bueno, en el tiempo en que no sabía de la preparatoria abierta, yo me inscribí en la Escuela Bíblica que abrió entonces el obispo don Mario de Gasperín. Ahí tomé cursos, ya fueran de un año, de dos años o de tres meses. Siempre que había cursos yo me inscribía.
En 2018 empecé a estudiar la licenciatura en Administración. Al siguiente año me anoté en un diplomado de Teología, y el pasado 26 de junio ya recibí mi diploma de Teología.

-Entonces, ¿junto a sus estudios académicos hizo sus estudios bíblicos y teológicos?
-Sí. Cuando terminé la prepa, ahí mismo me preguntaron que si quería seguir estudiando. En esa institución tienen la carrera de Administración y la carrera de Pedagogía, y les dije: “Administración no, porque ya trabajé en eso”. Así que decidí inscribirme en la licenciatura de Pedagogía, pero al día siguiente me dijeron que el director decía que me fuera a la licenciatura en administración, ¡y que tenía beca completa para toda la carrera!

-¿Y tenía que ir a clases presenciales?
-Sí, allí todavía me tocó, en 2018. Un familiar me decía, ya desde que me iba a inscribir en la prepa: “¡Pero ahí sólo van puros muchachos! No vayan a hacerte burla”. Pero yo, con tal de ver que mi nieta siguiera estudiando, y por el deseo que yo tenía de hacer la preparatoria, no iba a desperdiciar la oportunidad. Yo me decía: “¿Qué me pueden decir o hacer los estudiantes? En todo caso me haré la sorda”. Pero no, jamás recibí ninguna burla de nadie. Los alumnos y los maestros, todos se portaron excelentemente conmigo.

-¿La tuteaban o le hablaban de usted? ¿Cómo le decían?
-Me hablaban de usted. En la preparatoria también tuve compañeras señoras que ya no eran tan jóvenes, pues no habían podido estudiar antes, o bien les estaban exigiendo el certificado de preparatoria para muchos empleos. Yo pienso que por eso ahí iban con la mente en estudiar, y no les importaba quiénes estuvieran.

-¿Entonces en la universidad también la trataron bien los compañeros?
-Sí, muy bien. Igualmente los maestros. ¿Cuál cree que fue la clave de su éxito? En las nuevas generaciones somos un poco desordenados o nos domina la pereza. ¿Cuál cree haya sido la clave para que usted, a pesar de las dificultades de la vida, haya podido lograr esto?
Yo creo que, más que en fijarse una meta, la clave está en el deseo de aprender.
Cuando yo, a los 17 años, terminé de estudiar comercio, que así le llamábamos, y le enseñé el diploma a mi papá, él me dijo: “Pero no te conformes; tú sigue estudiando”. Y me lo dijo aun sabiendo que allí en Tulancingo no había nada más que estudiar. Y lo que puedo decir es que las cosas se me dieron.

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-Cuando se graduó en la licenciatura de administración, ¿quiénes de su familia estuvieron presentes en la ceremonia?
-Por lo de la pandemia, a la ceremonia no podían asistir todos; nos dijeron que sólo podíamos llevar a tres invitados, así que yo llevé a los tres hermanos que aún me quedan vivos: son dos hombres y una mujer. Me gradué a los 93 años.

-¿Y para cuándo la maestría? ¿Le gustaría hacerla?
-Pues tal vez sí. Haría el intento si se me presentara la oportunidad de la maestría.

-¿Qué ha significado para usted su fe? ¿Es la fe católica importante en su vida?
-¡Claro! Es lo principal. Tres años estudié en colegio de religiosas, y a mí siempre me gustó lo relacionado con la Iglesia.
Una hermana de mi mamá fue religiosa, y también una hermana mía. Además mi mamá siempre me hablaba de san José. A su manera, aunque faltara preparación religiosa, la fe de mi familia, tanto de parte de mi papá como de parte de mi mamá, era muy grande; en las dos casas de mis abuelos se rezaba el Rosario.

-¿Y usted también acostumbra rezar el Rosario?
-Sí. Y, a partir de la pandemia, se le ocurrió a una de mis hijas que rezáramos juntos, conectándonos en línea, y ya tengo más de un año rezándolo así a diario con mis hijas; no con mis hijos, pero sí participan las hijas de mis hijos, así como con mi hermana y dos de sus hijas, lo mismo que otras sobrinas, hijas de mis dos hermanos.

Un embarazo inesperado

-¿Qué nos deja rezar el santo Rosario? ¿Qué puede decirnos al respecto? ¿Usted ha sido testigo de milagros durante su vida?
-Sobre el Rosario, mis sobrinas, amiguitas, familiares y familia política que nos acompañan en el rezo, dicen que encuentran mucha tranquilidad, que están muy contentas. Que la pasan muy bien, rezando todas juntas a las 8 de la noche.


En cuanto a milagros, yo diría que no he sido testigo de uno, sino de varios; el más grande, de la Virgen de Guadalupe. Mi hija la mayor se embarazó siendo adolescente, y el muchacho no respondió, por lo cual mi esposo estaba muy enojado y me dijo que la llevara con una doctora para abortar. Entonces, como yo no sabía cómo convencerlo, le contesté lo que había pasado con una muchacha que conocíamos, que se había muerto y nos decían que por una determinada causa, cuando en realdad murió por haber abortado. Entonces él aceptó que mi hija tuviera a su hijo, aunque decía que no quería que estuviera con nosotros.

Curación de una nieta

La llevamos con mi hermana, que vivía en México, y ahí estuvo mi hija por seis meses, y la atendieron en un sanatorio cerca de la Villa (el barrio donde se encuentra la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, n.d.l.r.). Entonces nació el bebé, que fue una niña. Mi hija tenía 16 años. Fui a verlas, y me dijeron que la niña estaba muy mala y que estaba en incubadora; y se fue poniendo más grave. Con cuatro días de nacida estaba llena de sondas, y los doctores no sabían si iba a salir adelante.
En el sanatorio, además de las otras enfermeras que atendían, había dos monjas, y tenían una imagen de la Virgen de Guadalupe, y yo siempre la visitaba y le pedía por la bebé. Un día llegué por la mañana y pregunté a un médico cómo seguía mi nieta; me respondió que grave. Yo le había preguntado: “¿Se va a aliviar?”, y me contestó: “Si pasa esta noche, entonces sí”. En eso una de las religiosas salió del lugar donde estaba la niña y me dijo: “Ya la bauticé. Le puse por nombre Guadalupe, porque veo que usted siempre le reza a la Virgen de Guadalupe”. Y el médico, con los brazos cruzados, dijo como burlándose del bautismo: “¿Y ya con eso va a estar bien?”, y la monja le contestó: “¡Sí, con eso!”.
Entré a ver a la bebé, y estaba inmóvil y no abría los ojos, y pensé: “Tiene que sobrevivir esta noche, y apenas son las 8 de la mañana”.
Me quedé todo el día, y recuerdo que, cuando ya anochecía, mi marido o mi hermana me dijeron que me fuera a casa a descansar. Me fui y me quedé dormida. Desperté en la mañana y regresé corriendo al sanatorio, eran como las 7. Pregunté y me dijeron que la niña estaba igual; pero, cuando entré a verla, abrió sus ojitos, así que corrí a avisarle a una de las religiosas. Entonces le quitaron las sondas. Para mí fue un milagro.
Esta nietecita es la misma a la que acompañé a estudiar la preparatoria, y es la abuela de mi tataranieta.

-¿Y su esposo finalmente aceptó a la niña?
-¡Oh, sí! Cuando nació, él también se preocupaba mucho por la salud de la bebé. Y la criamos como hija.

-¿Puede darnos un mensaje final?
-Mi deseo sería que en México no hubiera analfabetismo; que todo el mundo aprendiera por lo menos a leer. Que si no se pueden aprovechar todas las oportunidades que ahora hay para seguir estudiando, que al menos se acabe el analfabetismo.
Algo que me duele mucho, porque es como tropezar con la misma piedra, es que si los jóvenes o los mayores no tienen voluntad, si ellos no quieren, nada los va a mover, ni los ejemplos ni nada. Me duele que los jóvenes no respondan, y quién sabe qué podamos hacer para que, algún día, ellos se decidan.

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