Todo el mundo conoce el nombre de Paul Bowles, viajero, escritor y celebridad de las letras. Muchos saben que su mujer se llamaba Jane Bowles. Unos pocos, que “El cielo protector”, la novela de más éxito de él, ha eclipsado siempre el libro de culto de ella, a saber, “Dos damas muy serias”.
Y lo que menos gente sabe, y yo he descubierto estos días, es que Jane está enterrada en un cementerio de Málaga, que durante su agonía la cuidaron las monjas del Psiquiátrico de Miraflores y la Clínica de Reposo Los Ángeles de aquella ciudad, que ellas la convirtieron al catolicismo y que fue enterrada en una tumba en la que sólo había una cruz y un número. Corría 1973.
No hace demasiado tiempo que me interesé por la escritura de Jane Bowles, aunque no por su vida, y leí ese tomo de Anagrama que compendia sus obras: “Placeres sencillos” y “Dos damas muy serias”.
Descubrí entonces a una gran escritora, muy al margen de los círculos populares. Mientras los meses transcurrían, de aquella lectura doble me quedó un poso agradable. Días atrás, leyendo “Mi libro madre, mi libro monstruo” (Editorial La Uña Rota), un volumen de la autora Kate Zambreno en torno a la muerte de su madre, un tema que me obsesiona, encontré esta frase inesperada: “Jane Bowles que se convirtió al catolicismo en su lecho de muerte, mientras la cuidaban las monjas en Málaga”. Desconocía esa anécdota, ese final.
El dato en cuestión me empujó a interesarme más por el tema. Al buscar información por aquí y por allá vi que había fallecido joven, en la mediana edad: a los 56 años.
Los Bowles tuvieron una vida ajetreada, un sumario de nomadismo, amistades literarias, publicaciones, infidelidades, sustancias tóxicas y dolencias y enfermedades que convirtieron a Jane en una mujer coja, con afasia y problemas de visión hasta que su salud se quebró del todo, se encontraba “menos racional y más nerviosa”, con síntomas de depresión clínica e insomnio y fue internada en ese hospital psiquiátrico de Málaga en 1968.
Necesitada de paz y esperanza para afrontar la muerte
En el programa Documentos TV emitieron antaño el documental titulado “Mapas de agua y arena. Las vidas de Paul & Jane Bowles”, dirigido por Javier Martín Domínguez, de unos 50 minutos de duración: puede verse completo en YouTube.
Al final del mismo podemos ver a Sor Mercedes, del Hospital Psiquiátrico de Málaga, quien relata las alucinaciones que sufría Jane, las obsesiones del pasado que la atormentaron en sus últimos días y sus visitas a la pequeña biblioteca del centro para seguir abasteciéndose de libros y de periódicos. Parece que empezó a obsesionarse por alcanzar una religión que le procurase paz y esperanza.
Nacida judía y casada protestante, como nos revela la voz en off del documental, Jane Bowles eligió otra vía para sus últimos tiempos: el catolicismo.
Paul Bowles desafía esa creencia de última hora diciendo que no era propio de ella, como si las monjas la hubieran convencido para hacerlo. Sor Mercedes indica, por el contrario, que esa fe nació del cariño y los cuidados que había sentido durante su estancia en el centro: “Nadie le forzó ni le estimuló, que salió de ella. Ella fue la que lo pidió”.
Gabriela Bejerman indica en su prólogo a un volumen que reúne varios textos de Jane: “Lo cierto es que la dimensión religiosa aparece en toda su obra a través de la culpa, el pecado, la salvación. Tal vez sea cierto lo que las monjas le dijeron a Millicent Dillon cuando las entrevistó: que había encontrado la paz…”.
La agonía de Jane fue muy larga, según relata Sor Mercedes. No mucho tiempo después de la conversión murió. Fue enterrada en el número 453 del Cementerio de San Miguel de Málaga, en una tumba sin lápida ni identificación.
Pero en 2010 la ciudad de Málaga y el Instituto Municipal del Libro le devolvieron el homenaje que merecía: asistencia de poetas y celebridades, semblanza, interpretación de piezas musicales, lectura de textos… Sus restos fueron trasladados al pabellón de ilustres del mismo cementerio, en cuyo Paseo de las Acacias figura una lujosa lápida de granito negro con su nombre y las fechas de nacimiento y deceso y una inscripción del escritor Truman Capote, que reza: “Cabeza de gardenia”, tal y como él la designaba. El año que viene se cumplirán 50 años de su fallecimiento. Seguro que no faltarán los homenajes.