Me gusta celebrar en Pascua que Jesús está vivo. Recorro el evangelio de cada día que me habla de esperanza:
Sienten una alegría muy honda. Jesús está vivo.
Estamos hechos para el cielo
Cuando amo y creo que he perdido a quien amo la tristeza llena el corazón. Dejo de creer y tener esperanza.
El cielo se torna gris y las estrellas no se alcanzan a ver detrás de tantas nubes. El corazón se inquieta. ¿Cómo no se va a inquietar el corazón si está hecho para la vida eterna?
Está hecha mi vida para el cielo y todo lo temporal me deja insatisfecho. Tengo sed, tengo hambre, siento miedo.
Me duele la soledad y el desamor que hiere la piel. Y creo que nada será perfecto en los días que recorro. Sí, me falta fe.
Cuando todo parece perdido...
Veo tanta maldad y tanta crueldad que no sé por qué rendija entrará el amor de Dios. Pero sé que entra.
El sepulcro que parecía cerrado para siempre ahora está vacío. Han descorrido la losa. ¿Dónde han puesto a Jesús?
Lo habrán escondido, piensan los que ven una tumba abierta. Habrán profanado lo sagrado.
¿Acaso no lo profanaron ya el día en el que flagelaron y crucificaron impunemente a Jesús? Un cuerpo muerto vale menos. Está indefenso.
Es fácil robarlo, esconderlo, humillar así a los que ansían tocarlo. Una tumba abierta y vacía significa sólo más dolor.
No les dejan ni siquiera ungir con perfumen su cuerpo muerto. Acariciar sus heridas ya secas. Pensar en que ese rostro ahora frío antes sonreía.
Pero ni siquiera pueden hacer eso las mujeres. Y cuando ya se van dispuestas a contarlo todo aparece Jesús y les dice: "Alegraos".
Cristo está vivo
Están de fiesta porque ahora Jesús está vivo. No deben tener miedo. Cristo ha vencido para siempre, está vivo.
Sus heridas siguen ahí, son visibles, pero ahora están glorificadas y no necesitan ser ungidas. Ya no duelen. Sólo recuerdan todo lo que Jesús me ha amado.
El que murió ahora está vivo. Algo hay que no entiendo. Acabar con la muerte era imposible. Entonces recuerdo que para Dios no hay nada imposible. Y tiemblo. ¿Será verdad?
En mi vida distingo lo imposible de lo posible. Algo que hago bien sé que puede salir bien. Pero lo que no sé hacer no lo intento, saldrá mal seguro.
En ocasiones lo hago y fracaso. No creo que sea posible lo imposible. Está claro que no todo es posible.
Un Dios que rompe esquemas
Hay cosas imposibles, como resucitar de la muerte. Pero Jesús rompe mis esquemas. Es Dios.
No es ese rey poderoso que vence con armas humanas. Es el rey humilde, pacífico y lleno de amor, que vence en el silencio de los ojos que se asombran al verlo vivo.
Y se alegra el alma. Hoy mi corazón se alegra como el de esas mujeres. Jesús está vivo. Sí. De forma misteriosa, como siempre.
Vive en lo oculto de muchos corazones que lo buscan. En un abrazo silencioso en una noche, sin que nadie más sepa. En la vida que se entrega sin hacer ruido, sin llamar la atención, renunciando a mucho por amor a los suyos.
Está vivo Jesús en los que buscan su rostro en medio de tantas noches de dolor, de desesperación. Y siguen creyendo cuando parecía todo perdido.
El amor es la vía de acceso
El corazón sigue soñando, confiando. Me conmueve la mirada de esas mujeres que reconocen a quien aman.
Así es el amor que salta de gozo al ver al amado. No hay duda. Lo incomprensible sólo lo comprende el corazón.
Las cosas importantes escapan a los ojos. Sólo se ve la verdad con el corazón. Comprendo de verdad solo amando.
Sólo sé cómo es mi hermano cuando lo amo. Cuando sólo lo miro con la cabeza y analizo su comportamiento, cuando sólo intento comprender sus palabras, no es suficiente. Necesito mirar con el corazón.
Ver a Dios hoy y llenarse de alegría
Las mujeres creen lo que la razón grita que es imposible. Nadie antes ha vuelto de la muerte. ¿Cómo es posible? ¿Es sólo un hombre?
Pero el corazón cree con una intuición que Dios ha sembrado. Será posible porque es Dios, es hijo de Dios, es el rey en el que creo, el profeta que me habla en signos para que sin comprender crea y lo siga.
He visto el sepulcro cerrado y después he encontrado el sepulcro vacío. Está vivo. Lo veo vivo en tantas personas que han vivido la muerte en sus corazones. En tantas vidas que han estado sufriendo el dolor de la pérdida.
Está vivo en aquellos que parecían sobrevivir en esta vida deambulando sin esperanza.
Mi corazón se arrodilla ante Jesús como el de esas mujeres. Está vivo, en mi alma que parecía muerta. Está vivo en mis ojos que parecían no tener luz al haber vivido muchas derrotas.
Miro la alegría de ese encuentro y deseo tener muchos momentos así en los que al ver a Jesús oiga en mi corazón: alégrate, no tengas miedo.
Sí, me alegro y dejo a un lado ese miedo que muchas veces me paraliza. Ahora no va a ocurrir nada malo. Jesús está vivo y me salva.