Pronto hará 30 años de la reanudación de relaciones entre México y El Vaticano; relaciones que habían sido tremendamente complicadas, sobre todo después de la persecución religiosa y la Guerra Cristera que tuvo su momento más duro de 1926 a 1929, pero que siguieron siendo difíciles hasta la última década del siglo XX.
A partir de los “arreglos” entre la Iglesia católica y el Gobierno federal, se estableció un “modus vivendi” en el cual la Iglesia podía realizar su misión de culto, siempre bajo la mirada del Estado, y siempre bajo la sospecha que significa vivir sin personalidad jurídica bien establecida.
El 21 de septiembre de 1992, de la mano del entonces delegado papal en México, Girolamo Prigione, y de uno de los diplomáticos encargados del despacho, Pietro Parolín, junto con el presidente Carlos Salinas de Gortari, lograron volver a tener relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede. Parolin estuvo en México de 1989 a 1991.
Desde luego, la labor del papa san Juan Pablo II fue decisiva. Desde que en enero de 1979 realizó la primera de las cinco visitas que hizo a México durante su largo pontificado, pudo palpar la fe popular que arraiga en el corazón del pueblo, tan alejada de la influencia masónica de los gobiernos “emanados” de la Revolución mexicana.
Ahora, como “número dos” del Vaticano, el cardenal y secretario de Estado Pietro Parolin está de visita en México, entre otras cosas, para conmemorar el XXX Aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Estado mexicano y la Santa Sede. Su presencia coincide, además, con la Asamblea Plenaria el Episcopado y la Primera Asamblea Eclesial de México.
Al presidir la misa de apertura de la CXII Asamblea Plenaria y la Asamblea Eclesial en la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, el cardenal Parolin, quien conoce muy bien lo que pasa en México, dijo:
“Afrontamos tiempos desafiantes, provocados por varias ideologías y los intereses de diversa índole que parecen querer suplantar los verdaderos valores evangélicos”.
Acompañado de 94 obispos y del presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera, y por el cardenal y arzobispo primado de México, Carlos Aguiar, Parolín lamentó que “incontables mujeres y hombres siguen sufriendo a causa de la discriminación, de la corrupción y de la falta de justicia” en el mundo y en México.
En cuanto al acto académico en el que participó el cardenal Parolin, junto con el secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, el sentido no pudo ser más adecuado al XXX Aniversario del Restablecimiento de Relaciones Diplomáticas entre ambos estados: “Laicidad abierta y libertad religiosa, una visión contemporánea”.
En 1992 México y la Secretaría de Estado de la Santa Sede firmaron los acuerdos que llevaron a una relación “basada en valores comunes y en acciones conjuntas para impulsar el respeto a los derechos humanos, teniendo en cuenta la importancia del catolicismo en México y los principios de laicidad y de separación del Estado mexicano y la Iglesia”.
En estos momentos, tras la intempestiva salida del nuncio en México, Franco Coppola, existe un Encargado de Negocios de la Nunciatura, monseñor Roberto Lucchini. Es muy poco viable que el segundo país en número de católicos del mundo (México, con poco más de 97 millones de católicos) no cuente con un representante papal.
Las relaciones entre ambos estados se encuentran en un momento difícil, sobre todo por las reiteradas peticiones de perdón a la Iglesia (por la conquista y la colonia española del siglo XVI al XIX) realizadas por el actual presidente de este país, Andrés Manuel López Obrador.
Sin embargo, el cardenal Parolin conoce demasiado bien al país y es seguro que su visita (segunda en diez meses) rendirá frutos para ambos estados.