El ritual comenzó con con el traslado a hombros del féretro por sacerdotes diocesanos, laicos de la diócesis y religiosos Hermanos de la Cruz Blanca hasta la Seo hispalense.
Un recorrido, desde la Plaza de la Virgen de los Reyes hasta entrar en la Catedral por la Puerta de la Asunción, reservada a acontecimientos muy solemnes de la Archidiócesis.
Ya en el altar, el féretro se colocó en el centro del presbiterio bajo el paño funerario negro, de espaldas al altar y de cara al pueblo. Junto a él está colocado el Cirio Pascual encendido y, rodeándolo, cuatro candelabros.
Tras la monición de entrada, el arzobispo de Sevilla, monseñor José Angel Sáiz Meneses hizo una oración junto al Cirio Pascual encendido y colocó la casulla y la mitra sobre el féretro, a un lado, el báculo y el evangeliario, “para que”, afirmó el arzobispo: “como consagró su vida a anunciar el Evangelio de Cristo, goce ahora contemplando, cara a cara, aquella misma verdad que, ya cuando vivía en la luz limitada de este mundo, vislumbró en la palabra de Dios y predicó a sus hermanos”.
Durante la homilía, el arzobispo de Sevilla quiso comenzar hablando del amor de Cristo: “El amor de Dios se ha manifestado en el amor de Cristo, que se ha entregado por la salvación de todos. Este amor es la fuerza que nos libera del pecado y de la muerte. Estamos rodeados por muchos peligros y asechanzas: la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, la espada, pero de todo ello salimos victoriosos con la ayuda de aquel que nos ha amado. Vivimos en una esperanza que se abre camino sin que nada ni nadie la pueda detener, seguros en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo Jesús. Ninguna realidad creada puede separarnos de la omnipotencia del amor de Dios”.
Un amor de Cristo que expermientó en su vida el cardenal Amigo Vallejo: “Don Carlos también experimentaba este amor de Cristo capaz de llevarle a dejarlo todo por seguir su llamada, capaz serenar el corazón en cualquier situación, y, sobre todo, cuando se dispone a visitarnos la hermana muerte”.
Y es que ese amor de Cristo fue transformando su vida. Así lo explicaba monseñor Sáiz Meneses: “ Don Carlos lo ha vivido con fidelidad. Ha servido a la archidiócesis de Sevilla durante 28 años. Desde la unión con Cristo, siguiendo el ejemplo de su Maestro, como sucesor de los Apóstoles, “pasó haciendo el bien” con su palabra, con sus gestos, con su vida entera, con el espíritu de las Bienaventuranzas. Somos testigos de las muchas cualidades que el Señor le concedió, como también de su preparación y capacidad de trabajo, pero más aún somos testigos de su entrega sin límites”.
Uno de los momentos más emocionantes fue cuando recordó la figura del cardenal Amigo Vallejo: “Era un hombre espiritual y a la vez muy cercano, muy humano, muy misericordioso. Sabía escuchar, sabía esperar, sabía acompañar a las personas, a los grupos y a las instituciones. Fiel hijo de san Francisco de Asís, alegre, cercano, entrañable. Un hombre que buscaba la unidad, la concordia, que tendía puentes, que fomentaba el diálogo interreligioso, ecuménico, intraeclesial, y también en el seno de la sociedad; que tenía una palabra amable y una sonrisa pronta para todas las personas con las que se encontraba, de cualquier edad y condición”.
El arzobispo de Sevilla también tuvo palabras de recuerdo para su gran labor en la diócesis: “Era acogedor con todos, acompañaba y dinamizaba todas las iniciativas nobles; impulsó muchos proyectos pastorales y sociales en todo el territorio 3 diocesano. De ahí los reconocimientos recibidos, como el de Hijo Predilecto de Andalucía, Hijo Predilecto de la Provincia de Sevilla, Hijo Adoptivo de la Ciudad de Sevilla, y de varias localidades de la Archidiócesis. Podemos decir que a lo largo de estos 28 años de ministerio episcopal ha entrado en todos los ámbitos y estructuras, en todos los hogares, en todos los corazones. En la archidiócesis hispalense cuidó y atendió las parroquias, acompañó la vida consagrada, activa y contemplativa, potenció los movimientos y realidades eclesiales, se entregó con generosidad a las Hermandades. Acogió en la archidiócesis y en su casa a san Juan Pablo II, con ocasión de la beatificación de sor Ángela de la Cruz y del cuadragésimo quinto Congreso Eucarístico Internacional”.
Fue finalizando su intervención explicando qué podemos aprender de su vida entregada hasta el final: “No tiene sentido reservarnos para poder vivir muchos años, porque no se trata de añadir años a nuestra vida, sino vida a nuestros años. Vivir la vida intensamente, desde el amor, desde la donación de uno mismo. Y vivir los años que Dios quiera. Así lo ha hecho don Carlos, con una entrega generosa hasta el final, respondiendo a las peticiones de servicios pastorales que le llegaban”.
Concluyó su intervención con el recuerdo de cómo le llegó la muerte, de cómo fueron sus últimos momentos, en paz y oración: “En el Hospital Universitario de Guadalajara son testigos de su entereza y buen humor aún en las circunstancias más dolorosas. El pasado miércoles compartí un largo rato con él, con el Hermano Pablo y el Hermano Luis Miguel; pudimos charlar sin prisas, y rezar juntos. Hablamos de Nuestro Señor y del encuentro definitivo con Él, también de María Santísima, y de san Francisco de Asís. Él escuchaba atentamente y asentía. Al cabo de unos momentos nos dejó, con gran paz y serenidad.