Muchas parejas ya celebraron sus bodas de plata matrimonial, y se encaminan hacia las de oro con gran alegría.
Su felicidad conyugal es genuina, sin embargo, no está exenta de dificultades, ni a salvo de las torpezas de ambos.
Lo que han logrado, no es simplemente tolerarse y permanecer juntos por muchos años; han alcanzado la meta del amor conyugal: mirarse con ojos compasivos.
Una anécdota sobre el amor conyugal
En una reunión parroquial, comentábamos Juan 1, 35-39. Allí se relata el momento preciso en que los discípulos Juan y Andrés, vieron por primera vez a Jesús. Dice al final del texto:
Tal fue el impacto de ese primer encuentro con Jesús, que el evangelista dejó constancia de esa hora feliz que cambió para siempre su vida. Sobre eso conversábamos.
Entonces, a propósito de horas memorables y encuentros estremecedores que marcan para siempre la vida, una señora trató de explicar la huella que dejó en los apóstoles ese primer encuentro con Jesús, comparándolo con el día en que ella conoció a su marido:
Lo mejor de esa anécdota romántica, fue el suspiro inicial y su regusto al evocar a quien desde hace muchísimos años es su amado cónyuge. Parecía que dos gorriones iban a entrar en escena y sobrevolar sobre la cabeza de la señora.
Cuando comencé a leer este libro, recordé inmediatamente esa bonita historia, porque dice el padre Larrañaga que “el amor no puede ocultarse, pero tampoco puede fingirse”.
Del amor romántico al amor oblativo
Larrañaga, que tenía mucho garbo para escribir, comparte de manera sencilla, pero con destellos poéticos y otros de fino humor, sus conclusiones y valiosos consejos para una vida conyugal feliz; fruto de muchos años ayudando a parejas con dificultades.
Su visión del matrimonio se enfoca en orientar a los esposos para que logren avanzar desde el amor romántico, hasta el verdadero amor; el amor oblativo.
La idealización del matrimonio
En el observatorio de la vida marital, el padre Larrañaga encontró de todo: viudas que, después de un tiempo razonable, resplandecían de felicidad al saborear por fin la libertad, parejas que fingían llevar un lindo matrimonio, una que otra pareja feliz, y muchísimas parejas en aprietos.
Su radiografía inicial nos muestra que la mayoría de los novios llegan al altar sin saber realmente en qué se están embarcando.
En medio de una nube de ideales fantásticos, y deslumbrados por los fuegos artificiales de la pasión, corren a dar el “sí” en el altar.
Tal es la idealización, que muchos opinan que aquello de “hasta que la muerte los separe” es injusto, porque semejante felicidad debería prolongarse hasta el infinito y más allá. Sobre lo anterior, reflexiona con fino humor:
Encanto y desencanto
Como los fuegos artificiales del inicio matrimonial pronto se apagan, los nuevos esposos comienzan a salir de su encantamiento.
Entonces, en medio de las dificultades normales de la vida y con los defectos del otro a la vista, ya no están tan contentos.
Poco a poco la semilla del amor, que Dios les regaló, se va secando hasta que cualquier día muere, sin llegar a veces ni a germinar.
Dice el padre Larrañaga que para aniquilar el matrimonio no se necesitan infidelidades, peleas descomunales, ni grandes escándalos, pues el amor generalmente no muere en medio de una gran batalla.
Usualmente el amor muere sigilosamente, despacito, calladito, en medio de bostezos y la causa de defunción suele ser el congelamiento.
Sí, es por tanto descuido cotidiano que se van al traste muchos matrimonios. Cada vez menos atención al otro, menos detalles, menos paciencia, menos comunicación, menos motivación…
Por ese camino la pareja termina protagonizando, una película que nadie quiere ver y que Disney jamás filmaría: “Desencanto”.
En la página 74 lo dice así:
El único enemigo del matrimonio: el egoísmo
¿Por qué ocurre esto? “Pues porque realmente no aman, se aman a sí mismos”. Finalizado el deslumbramiento que los envolvió al comienzo, los cónyuges vuelven a lo que más les seduce, su amor propio.
Es el egoísmo, es decir, ese “inmoderado y excesivo amor a sí mismo” lo que siempre está detrás de la infelicidad matrimonial.
Si los cónyuges se auto examinan con sinceridad y valentía, encontrarán al egoísmo por muy escondido y enmascarado que esté.
Debajo de las desavenencias maritales, allí se encuentra, repantigado en su trono de comodidad, vanidad y dominación, queriendo satisfacer a toda costa sus deseos e intereses.
No se le puede hablar de sacrificio, abnegación y cruz, porque enseguida monta en su caballo favorito, “cólera”.
Lo que sucede es que se camufla con mil disfraces coloridos, para poder reclamar indignado que simplemente está buscando su legítimo derecho a la realización personal y a ser feliz.
También suele victimizarse, criticarlo todo, exigir comprensión, tomar represalias y justificarse.
Bienvenidos a la escuela del amor
Como el fin del matrimonio es que la pareja finalmente llegue al amor oblativo, es completamente necesario que cada cónyuge sea autocrítico y batalle contra su egoísmo.
Cada uno debe morir a su desordenado amor propio, para que pueda germinar el amor. Es un camino exigente y doloroso, pero no existe plan B.
El verdadero amor siempre es donación al otro, por eso está dispuesto al sacrificio: calla, cede, dialoga, comprende, perdona, es paciente y corrige con dulzura.
Jesús en medio de la pareja
Como, en definitiva, el amor oblativo consiste en devolver bien por mal, se hace indispensable la presencia del Maestro en el tema, Jesucristo. Esto dice el padre Larrañaga:
De la pasión a la compasión
Todos los matrimonios felices son muy parecidos, porque el amor, cuando es verdadero, tiene la misma cara: cara de donación.
En cambio, los matrimonios desdichados, esos sí son muy variados, porque el egoísmo es el maestro del disfraz y nos engaña con mil caras diferentes.
El mensaje es muy claro; los cónyuges que iniciaron su matrimonio mirándose con pasión, deben luchar contra su egoísmo, y avanzar hasta mirarse con compasión.
Sí, con la misma compasión con que Dios nos mira, porque todo el amor de este mundo -el conyugal, el filial, el fraternal…absolutamente todos- no son más que un destello de Dios, que es el Amor.