Uno podría pensar que en esta Venezuela deprimida y desesperanzada no habría nadie capaz de semejante esfuerzo. Pero sí lo hay y prueba de ello es este joven de la selva, quien vive –como solemos decir aquí cuando algo es muy lejos- más allá de más nunca, en un poblado perdido por el majestuoso e intrincado Delta del Orinoco. Claro, él pensará que lejos y cerca no existen, sino que todo depende de dónde uno se encuentre. Y es verdad.
Pero sí es lejos el lugar donde él se encuentra de su centro de estudios. Su comunidad de origen está en el municipio Tucupita, más al norte del Delta. Se llama Buenaventura y allí culminó la primaria.
Su nombre es Humberto Enrique Rivas, un indígena warao de 16 años de edad, que por superar la edad permitida en las instituciones públicas, quedó excluido del sistema regular educativo. Pero encontró en una institución católica guiada por los jesuitas, el apoyo y la oportunidad que se le cerraba en su horizonte.
Hoy, Humberto estudia el primer año de educación media técnica en el Instituto Radiofónico Fe y Alegría (IRFA) en el estado Delta Amacuro.
Aunque cueste creerlo, este joven warao de 16 años tiene que remar 3 horas diarias en el Delta del uno de los ríos más grandes y caudalosos del mundo, para poder estudiar. Es verdad, desde pequeñitos aprenden a remar y entenderse con esos caños y laberintos. Pero no deja de ser alucinante lo que hace.
Lo que consigue la alegría de la fe
"Fe y Alegría" nació en la pobreza y creció por la solidaridad de la gente. La institución, fundada por el padre José María Vélaz en 1955, hoy abarca varios países en una labor educativa reconocida y respetada hasta por los más críticos de la Iglesia. Con las grandes donaciones que se produjeron se construyeron escuelas, institutos, las fincas de las escuelas agropecuarias y posteriormente se compraron maquinarias, equipos, dotaciones, “muchas de ellas hoy tristemente robadas”, lamentó el actual director general de Fe y Alegría Venezuela, el P. Manuel Aristorena.
A la fecha, en "Fe y Alegría-Venezuela" atienden a 105 mil 643 estudiantes en las 177 escuelas distribuidas en casi todo el país.
Además cuenta con cinco institutos universitarios. También con 23 emisoras de radio conectadas en red, 70 Centros Educativos de Capacitación Laboral y un Centro de Formación e Investigación. También dicen presente en 22 países de América Latina, África y Europa.
Una de las obras, sin lugar a dudas, emblemas del servicio social y el esfuerzo educativo en Venezuela, dirigido a los sectores más necesitados es Fe y Alegría. Y van, en verdad, a las periferias. Tal vez no hay periferia más periférica –y valga la redundancia- que los olvidados y sufridos territorios indígenas en nuestro país. Uno de ellos, lejano y difícil, es el Delta del Orinoco. Pues allá está esa obra católica y allí estudia nuestro personaje, el joven Humberto Rivas.
Una historia para ser contada
Hay historias de superación hasta en las circunstancias más complejas. Pero la de Humberto es particularmente sorprendente y nos sitúa frente a un ser humano decidido a remontar todos los escollos para conseguir sus metas. Tal vez fue esa determinación lo que vieron sus facilitadores que hoy están realmente asombrados ante su historia.
Un primo fue su acicate. Vive en el centro de Tucupita y lo alentó a cursar y terminar su bachillerato. Le hizo caso y a finales de marzo se inscribió y está volcado en sus estudios en su esfuerzo descomunal por asistir a clases.
Remar 3 horas diarias
Se dice fácil pero no lo es en lo absoluto. Su trayecto nos lo relata Abner Ramos, de Radio Fe y Alegría Noticias:
“Él sale junto a otro joven desde la comunidad fluvial Buenaventura un día viernes, y tras un recorrido en canoa por tres horas, llega a la comunidad La Horqueta, donde tiene algunos familiares.
Allí se aloja por esa noche y el sábado bien temprano toma el autobús para arribar al centro de Tucupita y cursar estudios. Por ser fin de semana, procura descansar el domingo y el lunes vuelve a emprender el viaje en canoa que se demora tres horas para llegar a su comunidad de origen, Buenaventura”.
“Si eso no es querer estudiar y preparase, díganme qué es”, cuenta un viajero frecuente que conoce bien esos lugares.
El paraíso verde
El delta del Orinoco está formado por la desembocadura en el Océano Atlántico del río Orinoco, uno de los ríos más grandes del mundo. Su extensión hizo pensar a los primeros exploradores españoles que se trataba de un mar. En realidad, el Delta del Orinoco es un intrincado y vasto laberinto de ríos que llevan las aguas del Río Orinoco al Océano Atlántico y que se entrelazan dentro de una selva tropical.
El Orinoco se divide en unos 60 caños y 40 ríos que atraviesan 41.000 kilómetros cuadrados de islas selváticas, pantanos y lagunas. Es uno de los lugares con mayor biodiversidad en el mundo. Toda clase de flora y fauna convive allí.
Las mareas constituyeron un valioso recurso para la navegación por el Orinoco y sus caños, en la época que no existían motores. Los salesianos tradicionalmente han sido custodios de la selva en Venezuela y acompañantes de las comunidades más lejanas. Los más ancianos, veteranos de la zona, cuentan que cuando no disponían de motores o combustible, simplemente se dejaban llevar por las corrientes, río abajo, agotados y durmiendo por horas en la curiara, dejando que el propio río los guiaba hasta las comunidades donde servían.
El hogar de la “gente de agua”
Esa región es hogar de los warao. El término traducido al castellano significa: gente de agua o de las embarcaciones. Actualmente la población indígena de los waraos es de aproximadamente 25.000, distribuida en los Estados Delta Amacuro y Monagas, en las zonas adyacentes a las desembocaduras de los caños del Delta del Orinoco.
Selvas tropicales mixtas donde los pantanos y las ciénagas están colmados de plantas acuáticas y los estuarios que van hacia al océano están cubiertos de manglares. Muchos de sus caños están cubiertos de enormes prados flotantes de bora (Lirio acuático) y gramas, que son arrastradas lentamente con la corriente.
Así como también, seguramente cuando se cansa de remar, sobre todo río arriba, se deja arrastrar Humberto en el camino de vuelta a su hogar en la lejana Buenaventura, llevando en su canoa la alegría de la fe.