El 4 de mayo los gitanos recuerdan a su beato Ceferino. Un documental colaborativo, "Las Florecillas del Tío Pelé", realizado por el departamento de Pastoral con los Gitanos explica su historia, su vida, su legado y cómo era su fe:
El martirio de Pelé
Ceferino Giménez Malla fue asesinado por rezar el Rosario. Ese fue su delito. Durante la Guerra Civil y la persecución religiosa en España de los años 30 el odio a la fe llegó a límites insospechables. Ceferino era un hombre mayor, de más de 70 años. Un patriarca que dirían algunos.
En medio de la calle, un día vio como arrestaban a un cura. Les dijo a los soldados republicanos que se detuvieran. Ello se volvieron y le preguntaron si tenía acaso algún arma: “Solo esto” respondió El Pelé y sacó su rosario. Le golpearon y le llevaron a la cárcel.
Allí en vez de amedrentrarse y atemorizarse siguió utilizando el rosario. Una y otra vez rezaba el rosario. Sus captores se estaban contrariando cada vez más. Le pidieron, sus seres queridos le rogaron que dejara de hacerlo. Le iban a matar. El Pelé se negó. Eso sería renegar de su fe. Fue ejecutado y arrojado a una fosa común. Es el primer mártir gitano beatificado.
Una vida profunda de fe
El martirio de El Pelé y su profunda fe tienen explicación en cómo fue el resto de su vida. Nada ocurre por azar. Ceferino era romani, gitano y en aquel momento su pueblo era despreciado. El mundo despreciaba su estilo de vida. Ceferino además era bautizado y su vida, durante muchos años estuvo basada en la bondad y la unidad entre dos pueblos distintos. El católico español y el romani-gitano.
Se casó con Teresa y se convirtió en comerciante de caballos. Era un hombre de negocios que nunca engañó a nadie (rara avis en la época). Era analfabeto pero su corazón conocía lo que era el bien. Un día, el exalcalde de Barbastro comenzó a toser sangre. Los que estaban alrededor huyeran pensando que era tuberculosis. El no. Lo acompañó hasta su casa.
Fue creciendo en la fe. Rezaba a diario y comenzó a dar testimonio. Vivió tribulaciones. Fue acusado de vender caballos robados y tras ser absuelto caminó de rodillas a la catedral para dar gracias a Dios.
Cuando murió su esposa se hizo franciscano de la Tercera Orden y se volvió catequista. Era un anciano venerable y amable. Todos le conocían y sabían que no iba a ceder ni un ápice en su fe. Sabían que llegado el momento antes tendrían que matarle que dejar de rezar el Rosario.