El siglo XIX fue una época prolija en producción literaria femenina en España. A pesar de las dificultades, de vivir en una sociedad que relegaba a las mujeres al ámbito doméstico aceptando pocos roles en la vida pública, fueron muchas las que tomaron la pluma y desarrollaron su talento literario.
Muchas de ellas formaron parte del grupo de escritoras llamadas románticas. A través de las revistas literarias que se publicaron en la época, mostraron su genio con la pluma. En la belleza de sus versos, de sus narraciones o ensayos transmitieron sus sueños y su propia visión del mundo. Muchas de ellas, como Ángela Grassi, defendieron los valores tradicionales de la familia, a la vez que reivindicaban más libertad para las mujeres.
Fe, ideales y anhelos
La historia de Ángela Grassi es la historia de un compromiso vital con la literatura. A través de las palabras reivindicó su fe, sus ideales, sus anhelos, y dejó hermosos textos para los amantes de la poesía y la narrativa.
El corazón de Ángela estuvo siempre dividido entre el amor a su patria natal, Italia, y el cariño incondicional a su patria de adopción, España. El 2 de agosto de 1823 nacía en la localidad italiana de Cremá, donde su madre, Lucía Techi, profundamente religiosa, estuvo a punto de hacerse monja.
Tras dejar el noviciado, se casó con un músico llamado Juan Grassi. Ángela era una niña de siete años cuando se trasladó con sus padres y su hermano a vivir a Barcelona donde su padre había sido contratado para tocar en el teatro de Santa Cruz.
Sus padres quisieron que Ángela recibiera una educación completa, algo muy poco habitual en el siglo que le tocó vivir. Además de los conocimientos musicales que recibió personalmente de su padre, quien le enseñó a tocar instrumentos como el arpa o el piano, Ángela aprendió varios idiomas como el francés y perfeccionó el italiano, su lengua natal, recibió lecciones de geografía, literatura, arte o retórica.
Consiguió también el título de maestra. Pero el destino le tenía deparada una carrera literaria exitosa que empezó con el estreno en el teatro de Santa Cruz de su obra dramática, Lealtad a un juramento, en 1842.
En 1857, tras la muerte de Lucía Techi, Ángela se trasladó a vivir a Madrid junto a su padre. Tal fue el impacto que produjo la muerte de su madre, que le dedicó estas hermosas palabras:
En Madrid conoció al periodista Vicente Cuenca, con quien se casaría en 1879. Un matrimonio que sería efímero por la prematura muerte de él en 1881, después de una larga etapa de lucha contra una frágil salud. A su lado estuvo siempre Ángela.
A mediados del siglo, ya formaba parte del grupo de escritoras que tenían presencia habitual en revistas y periódicos y se identificaban como románticas. Mujeres como Carolina Coronado, Robustiana Armiño o Josefa Massanés. Sus obras tuvieron siempre un objetivo, transmitir un mensaje, como La gota de agua o el Surtidor de perlas en las que destacaba la importancia de mantener férreos lazos familiares.
Muchas de sus poesías tenían temática religiosa, Confianza en Dios, A Jesús crucificado, La caridad y la fe, El triunfo de la Cruz…
Ángela utilizó su talento para defender la religión y las tradiciones, sin renunciar a reclamar derechos para las mujeres. En 1866 recibió un accésit de la Real Academia Española por Las riquezas del alma y en 1873 fue galardonada con el Premio Rodríguez Cao, por La gota de agua. Palmas y Laureles, escrito en 1876 se convirtió en manual de estudio obligatorio en las escuelas de la República de Venezuela.
Los personajes femeninos de las obras de Ángela Grassi defendían las estructuras tradicionales de la familia a la vez que reclamaba que terminaran las injusticias de la sociedad vertidas sobre ellas.
Ángela defendió la posibilidad de dedicarse a la vida profesional con su propio ejemplo. Además de escribir en distintas revistas como El Pensamiento o La Ilustración Católica, llegó a dirigir El correo de la Moda, publicación adquirida por su hermano Carlos en 1867. Este cargo lo mantendría hasta su muerte, acaecida en Madrid el 17 de septiembre de 1883.