En una reflexión reciente, Arturo Zárate Ruiz, maestro y articulista en El Observador señala, con certeza, que en México se debe infundir el espíritu cristiano en la política. “Hay muchas razones para ello”, dice en su artículo.
La más obvia es la corrupción, “que en México es colosal”. Según reporta el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, el 28.4 por ciento de los hogares del país contó con al menos una víctima del delito en el año 2021.
Casi una tercera parte de los hogares mexicanos se vieron ensombrecidos por la delincuencia. Y lo que es quizá más grave: en 93.3 por ciento de los casos, no hubo denuncia “porque una gran mayoría no confiamos en que las autoridades hagan justicia”, lo que hace que delinquir en México sea una especie (irónicamente dicho) "un negocio seguro".
Administradores buenos y malos
“Hay, sin embargo, razones menos obvias para infundir el espíritu cristiano en la política. Y no hay que pasarlas por alto, entre ellas, las alternativas políticas”, subraya Zárate Ruiz en su artículo.
En gran medida eso de “izquierda” o “derecha” es "mera finta". Más bien la primera distinción importante que debería hacerse es entre buenos administradores y malos administradores. Los buenos administradores generan riqueza, los malos la dilapidan para ganar adeptos.
El problema con los dilapidadores es que a mediano plazo hunden en bancarrota a su país. Y, por supuesto, ellos jamás asumen la responsabilidad: "otros, no ellos, dicen, fueron los que saquearon las arcas de la nación, aunque se refieran a ‘malos’ de tres siglos atrás”.
Las preferencias del autor están con quienes se preocupan por generar riqueza. Sustentan reglas claras, respetadas y estables al tiempo que miran la riqueza nacional como un bien de todos. “Reconocen así la pluralidad de actores en su país”.
Odios y golosinas
“El problema con los buenos administradores es que sus resultados tardan. No se consiguen de la noche a la mañana. Y mucha gente se impacienta”, reconoce Zárate Ruiz en su texto para El Observador.
En muchos países “exitosos” se da una perversión muy lejana del espíritu cristiano de la política. “Para calmar los ánimos y conservar las simpatías del público, se recurre a idiotizar a la gente o con golosinas o con odios (o con ambos) que no pongan en peligro la economía”.
La promoción del consumismo, del libertinaje, de píldoras que imitan la felicidad es la golosina inútil que tanto premian las masas. Los odios son prefabricados, odios que pulverizan a la sociedad y la llevan el egoísmo imperante “y la invención de identidades absurdas”
“Frente a la pulverización de la sociedad se intenta un remedio peor que la enfermedad: la exaltación de una falsa identidad nacional que acaba desembocando en el nazismo”, argumenta el autor.
Los caminos del cristianismo
Todo esto nos obliga a los cristianos a santificar la política. Defendamos y promovamos la familia: la pulverización y el libertinaje la están destruyendo. Que la virtud teologal de la esperanza fortalezca nuestra paciencia humana y nuestra perseverancia, subraya Zárate Ruiz.
Finalmente, pone el dedo en la llaga de muchas sociedades occidentales: “no sólo la mejora económica sino también la moral llevará tiempo. Frenemos la pulverización con solidaridad y participación en proyectos comunitarios genuinos”.
Y termina diciendo: “Frenemos el individualismo y el egoísmo con el servicio y el amor a los demás. Frenemos la corrupción y el libertinaje con una conducta intachable. Que nuestro crecimiento en la virtud ennoblezca la política”.