En su exhortación a la “Diversos avisos para elevación del alma a Dios, mediante la oración y los Sacramentos” (Introducción a la Vida Devota-Parte 2) dirigida a su querida Filotea, san Francisco de Sales, a propósito del 'sol de los ejercicios espirituales' –la Misa- escribe:
San Miguel y los Apóstoles
Los ángeles están presentes y en plena actividad, como veremos más adelante. Desde el Confiteor, nuestro arrepentimiento tiene como testigos a los ángeles, junto con Nuestra Señora. En la versión antigua también se invocaba al arcángel Miguel, nuestro aliado tan poderoso en la lucha contra Satanás, a san Juan Bautista y a los santos apóstoles.
El Gloria
En las misas dominicales y en las festivas cantamos junto con los ángeles la gran doxología del Gloria in excelsis Deo, himno de origen oriental, atestado a partir del siglo V.
El texto griego lo encontramos en las Constituciones Apostólicas y al final del Codex Alexandrinus. L. Duchesne escribe:
Lucas el evangelista
Es por excelencia el himno de los ángeles, cuyo incipit, el evangelista Lucas nos dio en la noche santa de Navidad:
La dignidad de los conciudadanos de los ángeles
Según una idea querida por san Gregorio Magno, este canto estaba destinado a restaurar nuestra dignidad como conciudadanos de los ángeles.
En una homilía pronunciada en Navidad, nos muestra hasta qué punto nuestra condición de pecadores nos ha hecho extraños a Dios y, por tanto, en discordia con los espíritus celestiales.
El fervor al cantar el “Gloria”
Los ángeles nos miraban como seres de mala reputación, pero la venida del Redentor en nuestra carne ha reestablecido las relaciones.
Esta idea también se encuentra en las pinturas de los grandes maestros. San Gregorio nos dice:
Este debe ser el resultado de nuestro fervor en cantar el Gloria en la misa.
El Prefacio y el Sanctus
Hay otro momento muy importante que nos ofrece la oportunidad de unir nuestras voces con las de las milicias celestiales. Se trata del Prefacio seguido del Sanctus.
“En primer lugar, nos hace escuchar sus canciones de una cierta manera”, señala Jungmann. “Lo que nos sorprende -continúa diciendo- es que ellos mismos, como afirma el Prefacio común, sean ofrecidos por Cristo: per quem majestatem tuam laudant angeli” (Por lo que los ángeles alaban tu Majestad, Missarum Solemnia, t. III, p. 36).
Previamente, el larguísimo Prefacio de las Constituciones Apostólicas termina con los nombres de los varios jefes de las milicias celestiales que, junto a otros mil millones de ángeles, cantan sin cesar “Santo, santo, santo...”.
Las liturgias griegas
En las liturgias griegas, con una abundancia de magníficas expresiones, los Prefacios alaban a Dios “tres veces santo, rodeado de miríadas de estrellas, sublimes y altísimos serafines y querubines con seis alas y gran cantidad de ojos, que cantan a grandes voces el himno triunfal: Santo, Santo Santo…”.
La visión de Isaías
En cuanto al Sanctus, inseparable del Prefacio y que los griegos llaman Trisagion, nos introduce literalmente en esta gran visión de Isaías.
El Responsorio Duo Seraphim, que ciertamente apareció más tarde en la liturgia, está en perfecta armonía con este venerable y antiguo Sanctus.
Nos recuerda que son los serafines quienes la cantan. El momento es más solemne y terrible que el de la alegre noche de Navidad:
El Sanctus exige una solemnidad y un temor reverencial absolutamente particular.
El ángel del sacrificio
Es evidente que después de haber atraído así su eminente alabanza, los espíritus celestiales permanecen allí, rodeando el altar en el momento del Sacrificio Eucarístico.
San Ambrosio, comentando la aparición del Ángel a Zacarías, exclama:
De pie frente al altar
El Canon Romano menciona al ángel del sacrificio que lleva nuestros dones místicos desde el altar terrenal al del cielo:
La cuestión es saber: ¿cuál es este ángel siempre presente durante la misa?
Don Jean de Puniet, monje de Solesmes, ha dedicado un artículo muy interesante a este tema y concluye que este ángel es san Miguel.
Lo deduce de la comparación entre el Apocalipsis, donde se dice que un ángel está de pie ante el altar con un incensario de oro (Ap 8, 1-15) y la fórmula para la bendición del incienso durante una misa solemne que dice: