¿Dónde nace la rabia que tengo? ¿Cómo aprendo a convivir con la frustración que me provocan los fracasos?
¿Cómo acepto a quien me ha hecho daño aun sin haberlo querido? ¿Y cómo logro perdonar lo que no sé olvidar y me dejó tan herido?
Los imposibles me llenan el alma de miedos y angustias cuando me confronto con mi fragilidad.
Y la envidia me duele cuando deseo lo que otros poseen y a mí me falta. Me da rabia el éxito de mi enemigo si yo sueño con ese mismo éxito.
Sí, tengo enemigos, los he percibido, los conozco. No sé cómo aparecieron en mi vida. Pero ahí están, me han hecho daño.
Me asusto cuando mi reacción supera el tamaño de la ofensa. Yo pensaba que era más capaz de sobrellevar los contratiempos.
¿Por qué siento tanta rabia?
¿Quién soy yo? ¿Qué es lo que me hace más feliz? ¿Cómo es posible que reaccione de esa manera cuando no consigo mis metas?
¿Por qué brota de mi alma tanto llanto cuando me araña la soledad? ¿De dónde viene esa rabia escondida?
No me conozco. Soy un desconocido en medio de mis nudos, de mis enredos del alma y no logro ponerle nombre a todo lo que me pasa.
No sé bien quién soy yo en lo más profundo de mi corazón. Ni sé de dónde vengo ni a dónde voy.
No sé si encajo en el lugar en el que me encuentro solitario. Tampoco sé si me aceptan los demás o soy yo mismo el que no se acepta y por eso siento el rechazo de los hombres.
¿Me he abandonado?
Es difícil ponerle nombre a todo lo que me pasa, a todo lo que siento. Corro el peligro de dejarme llevar por la corriente, sin oponer resistencia.
No quiero que me afecte tanto lo que me sucede. Dejo de esforzarme, de luchar por ir a contracorriente. Dejo de ponerme en pie de guerra para defender mi vida.
Me veo abandonado por mí mismo, dejado a un lado, como si no quisiera esforzarme más.
Tal vez siento que los demás me abandonaron. Pero en realidad fui yo el que se abandonó a sí mismo.
¡Tengo que amarme!
Pierdo la dignidad. Cuando no me amo es muy difícil que los demás me amen. Si yo no me valoro es complicado que me valoren otros.
Hace falta un esfuerzo titánico para comenzar de nuevo después de haber fallado muchas veces.
Decido mirarme con misericordia y abrazarme con fuerza. Quiero aprender a valorarme para poder comenzar otra vez la lucha.
¿Cómo logro mirar con perdón en los ojos a aquel que me ha ofendido? ¿Cómo puedo alegrarme en medio de mis derrotas?
No tengo miedo a los fracasos que tanto me asustan. El miedo a perder, a fallar, me hace mucho más daño que el hecho de perder o fallar.
Las horas que paso temiendo lo que aún no sucede me debilitan. Una vez que fallo o caigo, en ese momento puedo comenzar una nueva etapa de mi vida. Es una oportunidad para crecer.
Dios me espera
¿Tiene sentido todo lo malo que me pasa? No encuentro explicaciones. La realidad es la que es y sólo puedo aceptarla sin pretender encontrarle un sentido. No hay razones.
Duelen las cruces que sufro y me siento abandonado por Dios, no amado. Sé que me ama pero no lo siento.
He comprendido que los logros que consigo son obra de Dios en mí y mis fallos son prueba de mi debilidad y en ellos Dios me sostiene y me ama incluso más que antes de caer.
No tengo miedo a la cruz que no puedo evitar, no está en mi mano. Por eso ya no me asustan las aguas turbulentas.
Todo puede suceder en esta vida: lo bueno y lo malo, las alegrías y las penas. Puede que haya más penas. No lo sé, no me turbo.
Sé que el cielo es mucho más grande y precioso de lo que puedo imaginarme.
El amor siempre está ahí
Me gusta mirar hacia el pasado y sentirme orgulloso de lo que he vivido. Soy dueño de mi historia. Mis decisiones me han marcado, me han hecho como soy.
Me siento especialmente amado de Dios cuando todo sale mal. Sé que soy muy pequeño y siento que nada puedo hacerlo solo.
El amor humano me sostiene cuando menos lo espero. El amor de Dios siempre está ahí, oculto y me permite caminar sobre las aguas.
Pero a veces me falta fe en todo lo que puedo llegar a ser. Quiero creer más allá de la carne que me limita en un cielo infinito.
Deseo tocar las alturas aunque no me sienta capaz de hacerlo. No me pasan cosas malas porque yo las haya buscado. No debo tener miedo, no siempre va a ser todo malo.
Dios me quiere y no deseo olvidarlo, me lo repito. Él no me abandona nunca. Yo tampoco lo hago. Tomo en mis manos la vida que se me regala y se la entrego a Dios.
Cada mañana me levanto feliz confiando. Él sabrá cómo va a hacer posibles los milagros. Tendrá que hacerlo, porque es mi Dios y me cuida cada día.