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Fantastes, cuando la belleza nos rodea

GEORGE MACDONALD
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Manuel Ballester - publicado el 17/05/22
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En los mejores momentos de nuestra vida nos ha parecido soñar, gozar de un delicioso regalo. Y ese sueño y ese regalo era lo substancial de nuestra existencia

El último capítulo de Fantastes (1858, Phantastes: A Faerie Romance for Men and Women) se abre con una cita de Novalis: «Nuestra vida no es un sueño; debiera serlo, y quizás llegue a serlo; Unser Leben ist kein Traum, aber es soll und wird vielleicht einer werden».

Los sueños y recuerdos son evocadores y hermosos pero nuestra vida no es un sueño o, al menos, no totalmente.

George MacDonald (1824-1905) escribió una obra destacable dentro del género de cuentos de hadas. Influye poderosamente en autores notables. Baste señalar que CS Lewis leyó esta obra a los dieciséis años y lo recuerda así: «Esa noche mi imaginación fue, en cierto sentido, bautizada; el resto de mí, como es natural, llevó más tiempo. Yo no tenía la menor idea de lo que había dejado entrar por la adquisición de Phantastes».

Fantastes es un cuento de hadas, es decir, un viaje iniciático, una novela de formación, un proceso de descubrimiento de que la realidad que nos rodea manifiesta y esconde un tesoro, una fuente fecunda que nos afecta porque «todo lo que contempla el hombre tiene relación con el hombre»

El personaje, el narrador, el sujeto que avanza y nos guía por el País de las Hadas es Anodos, que no es nombre cualquiera.

Porque admite una doble etimología griega que siempre remite al camino (“odos”). Pero camino arduo, empinado, hacia lo profundo; también podría aludir a ese caminar sin rumbo en el que a veces nos sorprendemos. Por último, y sobrevolando y plenificando todos esos sentidos, Anodos significa “ascenso”. Porque recuperar la orientación de la vida es mirar hacia arriba y comenzar a ascender.

Anodos visita un País de las Hadas en el que hay de todo: «Hadas demoniacas, con todo tipo de fantásticas fealdades, tanto de cuerpo como de facciones, y de todos los tamaños» y héroes, gigantes y elfos, buenos y malvados, dragones, espejos mágicos, llegar tarde, llegar donde se nos espera y donde encajamos, la pereza y la cobardía, y el negro orgullo que nos sigue como una sombra siniestra. También hay bosques: «en todas las regiones del País de las Hadas uno espera encontrarse aventuras en los bosques».

El relato sigue los procedimientos típicos de los cuentos de hadas. Sorprende el tránsito del mundo mágico, de la realidad que muestra el espejo mágico, al mundo cotidiano.

Sorprende porque es posible que el País de las Hadas y nuestro mundo ordinario estén en el mismo lugar, en la misma habitación de Anodos.

Podría ser que el mundo adulto y el País de las Hadas sean mundos paralelos, conectados por espejos mágicos u otros umbrales que facilitan el tránsito de un mundo al otro. Pero no es esa la única opción. Podría ser que el País de las Hadas sea la dimensión más brillante, más real, de nuestro mundo.

No hace falta leer a Platón para verlo así. Es sabido que las flores son bellas porque las habitan las hadas y que cuando una flor muere, su hada se marcha. Pero ¿qué mundo funda y cuál es fundamentado? Dice Anodos: «llegué a la conclusión de que son las flores las que mueren cuando se marchan las hadas, y no éstas quienes desaparecen cuando mueren las flores».

Quizá ocurra que el País de las Hadas no sea un dónde sino un cómo. Quizá la cuestión dependa de mirar con los ojos abiertos, como miran los niños, como mirábamos cuando fuimos niños. Y todos hemos sido niños. Y lo seguimos siendo.

Basta detenerse ahí mismo y mirar, dejarse alcanzar por la belleza y bondad que nos rodea. Dejarnos alcanzar entonces por la gran verdad de la vida y del País de las Hadas si es que, al final, no son lo mismo. Entonces tendremos la certeza de «que algo bueno se avecina, que algo bueno se acerca siempre, aunque son pocos los que mantienen en todo momento la sencillez y el valor necesarios para creerlo».

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