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Depresión: Cómo detectar nuestros pozos profundos

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Orfa Astorga - publicado el 07/06/22
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A veces pensamos que un acontecimiento externo es la causa de la depresión, pero no es exactamente así

En ocasiones, se dice de una persona que esta deprimida, por la muerte de un ser querido, pero en realidad se trata de una tristeza profunda, la que, una vez vivido y agotado el duelo, debe terminar. Pero si se estanca, entonces provoca una depresión, por la que, la causa de este sentimiento, se vuelve difusa y desconectada con la pérdida sufrida. Es así, porque la tristeza en la depresión no suele tener una causa real.

También existen otras formas de tristeza en los linderos de la depresión.

Un día sentimos desgana por todo, por más que brille radiante un sol primaveral. Sucede porque han aflorado en nuestra mente recuerdos por lo que vuelven a nosotros, sentimientos y emociones que nos dañan. Y, de pronto, sentimos una pesadumbre que nos impide razonar y sentir con claridad.

Son los pozos profundos de nuestra personalidad.

Ahí, de su oscuridad, se encuentran los fantasmas de experiencias que no fueron debidamente procesadas. Son carencias afectivas, inseguridades, pérdidas, fracasos, traumas, complejos y… duelos que no se vivieron.

También, el dolor de haber vivido con una unidad interior, rota, que nos dañó cuando no quisimos, supimos, o fuimos capaces de decir y hacer lo mismo que pensábamos en relación con lo bueno, lo justo, lo verdadero. 

Pecados y errores sin reparar, que van tomando dimensión de su verdad en nuestra conciencia culpable. 

Pozos que, si penetramos tras valiente introspección, nos dan la oportunidad de aumentar nuestro autoconocimiento, para vivir, ahora sí, esos duelos: enfrentar angustias, temores amarguras; y, sobre todo, acercarnos a Dios y pedirle su gracia para perdonarnos, perdonar, pedir perdón, y reparar de alguna forma. 

Las personas que no entran en su interior por temor a sus fantasmas, tarde o tempranos son susceptibles a muchas formas de depresión; éstas incomunican afectivamente, causando un dolor que puede tocar la desesperanza, peligrosamente.

La lección es que, ciertamente la tristeza es inevitable, pero no debe tomar el control de nuestras vidas; por lo que se debe aceptar que no podemos aspirar a vivir sin sufrimientos, sin haber cometido errores, sentir carencias o falta de plenitud y satisfacciones.

Así evitaremos los pozos profundos.

Significa que estar sanos emocionalmente, no impide que además de sentir un dolor por causas reales, nos asalten otras formas de tristezas que igual nos ayudan a crecer; pues por ellas transitamos desde nuestro interior hacia los demás, al poder compartirlos como lo más normal.

Son sentimientos que pintan de colores nuestra existencia. 

Así sucede con la melancolía: un estado anímico más o menos vago y sereno, que atravesamos con un cierto desinterés por cosas que de ordinario nos motivan. La causa se encuentra la mas de las veces en la sensibilidad de nuestra alma, como cuando vemos caer las hojas del otoño; y nuestro espíritu, en el silencio de su caída, toma conciencia de nuestra vulnerable existencia. 

Un estado, que igual puede surgir por causas físicas o morales, por lo general, de leve importancia.

También la nostalgia: un sentimiento de pena por la lejanía por tiempos pasados, la añoranza de alguien que se encuentra lejos; los recuerdos de un ser querido que ya no está o el amable recuerdo de nuestro lugar de origen.

O la más sublime y valiosa tristeza: la pena de habernos alejado de nuestro Creador, y añorar el regreso, parar recuperar la blancura original de nuestra alma. 

Al final del día, habremos de aceptar que Dios nos hizo a cada quien, con una afectividad única e irrepetible, para luego romper el molde… y así nos ama, con un amor personal.

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