Los dones del Espíritu Santo me ayudan a crecer y me perfeccionan. Me sanan por dentro, me purifican.
Decía el padre Kentenich que los dones "me regalan la capacidad de obedecer a las inspiraciones del Espíritu Santo -no a la razón- y seguirlas dócilmente con rapidez, constancia y heroísmo".
El Espíritu me lleva a tomar decisiones en Dios y no lejos de Él. Soy hijo de Dios y vivo en el mundo, pero no soy del mundo.
Cuando vivo del Espíritu me es fácil seguir las insinuaciones de Dios, porque estoy muy pegado a la tierra.
Dios y yo, uno
Entonces soy más yo mismo sin dejar de ser enteramente posesión de Dios. Es lo que resalta Pablo D´Ors al hablar de san Charles de Foucauld:
El Espíritu Santo con sus dones logró en este santo que fuera siempre él mismo.
Amar desde lo que yo soy
No quiero renunciar a mi forma de ser, a mi identidad más propia. Soy yo mismo y por eso opto por el amor.
No dejo de amar desde mi verdad y amando tal como soy es como soy capaz de seguir cualquier insinuación que el Espíritu Santo ponga en mi corazón.
Le pido al Espíritu que me quite todas las máscaras, que borre en mí lo que no es auténtico.
Que me saque de mi pobreza y me eleve por encima de mis miedos. Que nunca renuncie a la verdad que Dios ha sembrado en mi corazón.
Quiero ser fiel a mí mismo, a mis sueños, a mis anhelos más íntimos.
Soy fiel a mi carisma, a mi don. A la originalidad que Dios quiere que regale a los que amo. Tal como soy es como los demás me ven.
Quiero aprender a vivir tal como Dios me ha creado, desde mi verdad. El Espíritu me revela mi auténtico ser, el sentido de mi vida.