Hoy tengo el honor y el privilegio de contarles la historia de Imma y Giacinto, un matrimonio al que agradezco compartir conmigo su testimonio, que lleva el nombre de “Martamaría”, su niña que vivió "sólo" cinco días después de dar a luz. Pero todo el sentido está en ese "sólo" que en realidad era inesperado, abundante; una gracia, comparada con las fatales predicciones de los médicos. Pero vamos por orden.
"Conocí" la historia de Imma a través de Titti (una querida amiga suya), la joven madre que rechazó el aborto terapéutico para dar a luz a Benedetta, que sufría de una patología incompatible con la vida, vivió solo unas horas, y sirvió para dar el input al nacimiento del Comfort Care en el hospital Villa Betania de Nápoles. Les había contado su hermosa historia de "alegría plena", como a ella misma le gusta llamarla.
Así es como llegué a Imma a quien agradezco haber aceptado con gran calidez y entusiasmo esta entrevista que en realidad no es correcto definir como tal. Porque es un testimonio, agua que fluye cristalina y baña y nutre el suelo árido y seco que a menudo es nuestro corazón.
Las palabras que Imma me regaló fueron tan emocionantes que al teléfono parecía una conversación entre dos nuevas amigas más que entre dos extrañas.
– Querida Imma, gracias por tu disponibilidad. ¿Puedes decirme cómo descubriste que la niña que llevabas en tu vientre sufría de una patología incompatible con la vida?
En el 2013, un año después del nacimiento de mi primer hijo, que se produjo como resultado de varios abortos espontáneos, quedé embarazada de nuevo. Fui muy feliz y viví los primeros días del embarazo con un estado de ánimo mucho más sereno que el primero.
En la duodécima semana, sin embargo, el 24 de julio, el médico durante la ejecución de la translucencia nucal se dio cuenta de que algo andaba mal: la niña sufría de acrania, una patología incompatible con la vida ya que no permite el desarrollo completo de la calota craneal.
Había muchas posibilidades de que el embarazo se interrumpiera antes del término, y luego el ginecólogo agregó que en estos casos se practicaba el aborto terapéutico. Lo dijo con una expresión astuta y triste, porque conocía los sufrimientos de nuestra historia y tampoco fue fácil para él. Cuando llegué a casa hablé con mi esposo, le expliqué todo y luego le dije: "Giacinto estaba embarazada antes, todavía lo estoy ahora".
– ¿Qué decidieron tú y Giacinto? ¿Consideraron la posibilidad del aborto terapéutico?
Nunca hemos considerado el aborto, jamás. Habíamos pedido el regalo de un hijo al Señor y eso es todo. Él sabe cuándo dárnoslo y cuándo llevárselo. Yo era su madre y era inconcebible para mí matar a mi bebé. El corazón de mi hija latía.
Así que después de dos días volvimos juntos al médico para contarle sobre la decisión de continuar con el embarazo. Mi esposo se preocupaba mucho por mi salud, porque sufro de artritis reumatoide y espondilitis, pero el ginecólogo lo tranquilizó. Giacinto y yo siempre hemos tenido la gracia de estar de acuerdo, de estar unidos.
– ¿Qué has sentido en esos primeros momentos?
Al principio fue duro. Pensé que la felicidad experimentada en los primeros meses de embarazo nunca podría volver.
Recuerdo que cuando el médico me dio la noticia le dije a Dios: "Señor, ahora solo tú puedes apoyarme en estos nueve meses". Tenía dentro de mí la convicción de que Él me daría el don de dar a luz a mi niña viva, sentí esta certeza en mi corazón y lo repetía en mis oraciones: "Solo Tú puedes ayudarme, yo sola no puedo hacerlo".
No puedo negar de haber pensado, especialmente al principio, por qué me había pasado esto, porque precisamente a nosotros: "Después de varias situaciones difíciles me la podrías haber ahorrada esta, Señor". Le hablé así, con el corazón abierto.
– ¿Y después de eso qué pasó?
Mi ginecólogo nos apoyó, me siguió hasta el cuarto mes y luego me aconsejó que buscara una estructura adecuada donde dar a luz. Elegí el hospital Villa Betania en Nápoles. El embarazo aparte de las náuseas fijas (como fue con mi primer hijo) y los dolores tradicionales, se desarrolló bien, no presentó ninguna de las complicaciones más comunes en casos como el mío.
Por ejemplo, en estas situaciones se crea un exceso de líquido amniótico, pero nada de esto me pasó a mí. Después del verano comencé a informar a familiares y amigos de la patología y de la condición de nuestra hija.
También se lo dije a Titti, nos conocíamos desde hacía veinte años y sabía lo que había experimentado con Benedetta. Le envié un mensaje y ella respondió: "Imma mañana estoy contigo". A la mañana siguiente vino a mi casa. Ella estaba inexplicablemente alegre: continuaba a decirme: "¡qué hermoso!", "ahora tú también sentirás la alegría completa que yo sentí".
Inmediatamente la bloqueé diciendo: "Titti todavía no estoy en el momento de plena alegría, todavía estoy subiendo la prueba. Puede ser que entonces sea como dices, pero ahora no siento esta gratitud".
Entonces Titti me explicó que después de su experiencia con Benedetta estaba tratando de llevar Comfort Care a Villa Betania, un camino de acompañamiento para las familias que esperan un hijo que es diagnosticado con una condición absolutamente incompatible con la supervivencia.
– ¿Cómo fue la experiencia de Comfort Care? ¿Fuiste la primera paciente en tener acceso a este valioso servicio?
Al principio el Comfort Care en Villa Betania no fue muy fácil, fui la primera experiencia, tuvimos mucha gente en contra. Recuerdo que cuando visité al psicólogo me preguntó por qué habíamos elegido no realizar el aborto terapéutico. A lo que simplemente respondí que estaba embarazada y que mi bebé estaba vivo.
Quería asegurarse de que yo estuviera lúcida y convencida de mi elección, así como entender por qué habíamos individuado Villa Betania. Mi respuesta de que era el hospital más cercano a casa y, por lo tanto, más cómodo para el parto parecía demasiado racional e indicativa de que no estaba bien. No podía sentirme bien porque sabía que mi hija moriría, pero seguía siendo racional porque quería darle la bienvenida de la mejor manera.
El proyecto Comfort Care estaba empezando a ganar terreno y muchos todavía no estaban a favor de la iniciativa. Recuerdo que la jefa de neonatología durante las últimas visitas me dijo que yo era una mujer muy egoísta porque había expresado el deseo de mostrar la niña a mi familia. En su opinión no debería haberlo hecho porque la niña nacería monstruosa.
Le respondí: "Doctora, mira, este es mi deseo. Quiero dar a conocer a nuestra hija, pero no te preocupes que aunque si naciera muy fea o monstruosa como dices, ninguno de nosotros la mirará con tus ojos, seguramente la mirarán con los ojos del amor y toda esta fealdad pasará". También solicité de no practicar ningún tipo de encarnizamiento terapéutico a la niña para mantenerla viva después del nacimiento.
– ¿Quién ha estado a tu lado en este delicado y difícil momento?
Mi familia y la de mi marido siempre han estado cerca de mí, nunca he estado sola ni un día. Mis hermanas siempre estuvieron conmigo. La oración me ayudó mucho, soy parte de un grupo carismático, así que mi comunidad llegó a casa para orar todos juntos. Nos aferramos a la fe.
Cuando no escuchaba a Martamaría moverse, temí por su vida y vivía con el deseo de verla nacer. Y pensar que inmediatamente después del diagnóstico de su malformación había esperado que la niña no llegara al parto, pero inmediatamente me di cuenta del pecado que estaba cometiendo apabullada por el sufrimiento.
– ¿Dónde encontraste la fuerza para enfrentar esta gran prueba?
Cuando me dicen "han sido fuerte", respondo que no es cierto. Nadie fue fuerte. Abrazamos la cruz porque no podíamos hacer otra cosa. No acepté pasivamente esta situación, seguí pidiendo: "¡Señor, cambia el agua por vino!".
Perseveramos en la oración, en pedir oraciones, en la esperanza del milagro de la curación completa de mi hija. Fui en peregrinación a Collevalenza, puse el aceite bendito en mi vientre, el agua bendita de Jerusalén.
– ¿Cómo fue el día del parto? ¿Qué recuerdos guardas?
El día de la cesárea entré al quirófano llena de las oraciones de todos, de mi párroco, de la comunidad, del amor de mi esposo y mi familia, de la calidez del personal médico.
Las cosas fueron mejor de lo que había imaginado. Martamaria nació el 17 de enero de 2014 a las 12.30. Inmediatamente lloró, despertando el asombro de todos y recuerdo que el ginecólogo explotó de alegría diciendo: "¡Imma! ¡Escucha cómo llora!"
Desafortunadamente, el diagnóstico fue confirmado, ¡pero mi bebé estaba viva! ¡Ella nació! Y este fue el primer milagro: ¡respiró sola y lloró! ¡Su llanto era un himno a la vida! Luego recuerdo que la lavaron, le hicieron el calco de la mano y el pie, le tomaron fotos y se la llevaron a su padre que la estaba esperando para conocerla.
Los tres nos quedamos solos y luego celebramos el bautismo con el rito completo (que tanto quería) en la habitación que nos habían reservado rodeados del amor de familiares y madrinas, Titti y mi hermana Anna. ¡Un hermoso rito! También pude experimentar la alegría de tener a mi hija en mi pecho, mantenerla conmigo, mostrársela a los familiares. ¡Fue un gran regalo!
– Y después Imma, la verdadera sorpresa: Martamaría vive cinco días…
Sí, Martamaría vivió cinco días entre el amor y los abrazos de todos. Guardo las fotografías de cuando me apretó el dedo a mí y a mi hermana, no es cierto que estos niños no sienten nada.
Recuerdo que un día Assia, la matrona, vino a visitarme junto con un médico, yo estaba en la habitación con mis hermanas, Martamaría estaba con nosotras y estábamos riendo y charlando. Cuando salieron él dijo: "¡Assia allí están riendo! La niña se está muriendo y la madre está sonriendo, ¡se respira tanta alegría!" En ese momento estábamos celebrando la vida, la gracia de haber podido conocer a la niña, de haberla acogido, abrazado.
Cada vez que me la llevaban congelada y débil tan pronto como la tomaba en mis brazos y la sostenía en mi pecho, se reanimaba. E incluso la última noche fue así, solo que comencé a notar que cada vez tardaba más en recuperarla y luego me di cuenta de que había llegado su momento y llamé a mi esposo.
Estaba Franca con nosotros, la enfermera que siempre había estado a mi lado. Éramos solo nosotros tres, y finalmente encontré la fuerza para decirle a nuestra hija que su padre y yo estábamos listos, que ella se podía ir porque estábamos felices de haberla conocido y amado; que agradecíamos a Dios por haberla tenido durante 5 días y de hecho a las ocho de la mañana Martamaría nació al cielo. Al día siguiente estaba aún más hermosa. El rostro de un ángel.
– ¿Cómo fue su funeral?
Su funeral fue una celebración, animada por las canciones de mi comunidad carismática y la oración de todos. La iglesia estaba llena de gente, y el Señor también me dio la fuerza para leer una carta que apenas había escrito para la ocasión.
Al rechazar el aborto terapéutico para mi hija Martamaria pude darle junto con Giacinto y nuestros seres queridos, amor y cuidado. La hicimos sentir bienvenida, querida, amada, protegida. Ella recibió el bautismo y el funeral, le dimos la dignidad de un ser humano que espera a todos y que el aborto elimina atrozmente.
Estoy agradecida a Dios por todo esto, por hacerme experimentar la alegría plena de la que mi amiga Titti me había hablado, su inmenso consuelo, la certeza de la vida eterna. Mi hija nació, vivió, murió y ahora está viva en el cielo.