Jesús necesita que le conteste con sinceridad. Quiere saber lo que hay en mi alma, le importa. Pregunta primero por los demás: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Pero luego va a lo importante, lo que de verdad le apremia: “Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”.
¿Quién es Dios para mí? ¿Qué lugar ocupa dentro de mi alma? Cuando las cosas no cuadran en mi interior, le echo con facilidad la culpa al Demonio.
Alguien tendrá la culpa y me eximirá a mí de toda preocupación. No estoy mal, es el demonio el que me hace estar mal. Y los demás están mal conmigo porque el demonio los tienta.
Me cuesta asumir mi responsabilidad en todo lo que me pasa. Como si hubiera una mano negra que echa perder la perfección de mis actos.
Por eso quiere saber Jesús quién es Él para mí y qué significa en mi vida. Qué papel juega en todas mis decisiones y dónde está en mi alma.
Con sinceridad mejor
Quiere saber lo que siento y pienso al mirar su rostro. Quiere la verdad, no mentiras endulzadas, maquilladas.
Quiere que sea sincero, que mire mi alma con cierta distancia. Nadie tiene la culpa. Yo tampoco.
Simplemente las cosas no son perfectas, el mundo es imperfecto y yo también, aunque me duela.
Quisiera ser capaz de hacerlo todo bien. Veo tanto dolor en mi alma y al mismo tiempo tanta vida. Y siento que algo estoy haciendo bien. Aunque haya algo que esté mal hecho.
No protegí mi corazón y se rompió
Miro con humildad mi corazón. Está roto, lo han roto, lo he roto yo mismo con mis pretensiones y expectativas.
He dejado que se rompa sin impedirlo. Nadie lo protegió. Quedó indefenso ante las agresiones y ahora me duele.
Y al dolerme estallo con rabia sin que esté justificado. Lanzo ataques voraces contra mis enemigos. Contra los que parecen odiarme. Y le echo la culpa al demonio cuando las cosas salen mal.
Extiendo oscuridad
Siembro guerras pero yo me justifico y digo que otros las iniciaron, no yo. Yo soy inocente. Estoy herido, es por eso, que todos quieren mi mal.
Mi mirada se va enturbiando, pierdo visión, no distingo lo justo de lo injusto. Veo la agresividad de los demás y su poca objetividad, pero en mí no veo nada malo.
Tal vez no tengo un lugar para Dios en mi alma. Creo que sí, pero son ideas, sueños románticos, imágenes distorsionadas las que se pegan a mi piel.
Estoy enfermo y no me doy cuenta. El mundo es injusto conmigo. Yo sólo defiendo la justicia y a los débiles. Los demás están mal y abusan de su poder. Yo estoy bien y soy víctima.
¿Quién es Jesús para mí?
Y Jesús me lo pregunta: ¿Quién soy yo para ti? Y yo me callo porque no acabo de encontrar el lugar importante que ocupa.
Me he llenado de stress, he caído en depresión queriendo hacerlo todo perfecto para que esté contento conmigo.
Pero luego he sufrido su olvido o es lo que me parece cuando se han quebrado mis fuerzas. Y opto entonces por cortar con todo, con acabar con mis responsabilidades.
He sufrido tanto que entonces los demás tendrán que salir adelante sin mi ayuda, sin mis manos sosteniéndolos.
Me cansé de sostener, de sufrir. No soy el héroe de nadie. No voy a salvar a nadie. ¿Podré salvarme a mí mismo? Tampoco.
Yo no soy Dios
Pero sigo queriendo hacerlo. Porque me han dicho que tengo una misión inmensa que llevar a cabo. Salvar el mundo o cambiarlo.
Como si yo fuera Dios. Como si todo dependiera de mi esfuerzo bien regulado con sabiduría.
Y miro a ese Jesús que me pregunta con urgencia: ¿Qué significo yo en tu vida?
Y le respondo que todo, para que se quede tranquilo. Para que no insista. Para que no busque pruebas.
Mi mirada me delata
Porque sé que mis gestos y el tono de mi voz hablan mucho más de mí que el significado de mis palabras.
Hablo con los ojos, con los gestos de mi cuerpo. Digo que lo amo mucho mientras estoy huyendo lejos de Él.
Le digo que es lo más importantes cuando pongo todo lo demás en el lugar primero. Dedico la mayor parte de mi tiempo a otras cosas, no a Él.
Creo que es mi pastor, mi padre, mi hermano, mi pescador, mi jardinero, mi navegante, mi sueño. Pero luego hago de todo lo que poseo el motivo de mi alegría y de mis deseos. Y me olvido de ese Jesús que deja de estar primero.
Hablo y miento. Pienso y no siento. Separo mis ideas del corazón.
¿Qué hay en el centro de mi vida?
Quisiera responder bien a esa pregunta. ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Cómo tomo las decisiones en mi camino, incluso las más pequeñas?
No sé lidiar muy bien con las tensiones que me turban en medio de la vida. Su mirada me sorprende siempre de nuevo.
Quiero darlo todo y doy muy poco, casi nada. Los demás son los responsables de mi pereza, de mis omisiones, de mi pobreza.
Los otros son los que están mal. Yo lo hago todo bien. Es fecunda mi vida. Y me olvido de ese Jesús que vino a mi corazón para llenarlo de esperanza.
Si le dejara un lugar central en mi alma Él se encargaría de centrarme, de darme paz, de poner las cosas en su sitio. No es tan sencillo.
En este tiempo quiero poner a Jesús en mi alma en el mejor lugar. Los mejores tiempos serán los que pase con Él.
Todo estará unido a su persona. Sus palabras despertarán ecos muy profundos y dejaré que su voz penetre mi ser cada mañana.
Lo miro conmovido al atardecer mientras me pregunta con pudor si lo amo con toda mi alma. Necesita mi respuesta. Quiere que me quede a su lado, que no lo abandone nunca.