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Prueba este ejercicio diario para confiar en Dios y tener paz

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 21/06/22
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¿Necesito obtener lo que quiero o tener fe en quien me da lo que necesito?

El abandono en Dios es una gracia que pido porque cuesta mucho confiar. Quiero tener el control de mi barca y me niego a dejar que Dios tome el timón en sus manos y me conduzca donde Él quiera.

¿Dónde me llevará Dios si me abandono y lo dejo todo en sus manos? No lo sé. No conozco sus planes, no puedo adivinar el futuro, no me interesa.

Sólo me queda clara una cosa: no quiero sufrir. El sufrimiento es lo más ajeno mi alma. Deseo el bienestar, la paz, la comodidad.

No me gusta sufrir, no me atrae el dolor, no quiero padecer nada que me quite la tranquilidad interior.

Amo la vida y huyo de la muerte. Deseo la salud y la prosperidad, todo menos la enfermedad y el fracaso.

El futuro no está en mi mano

Me gusta la paz, no la guerra. Vencer y ser competitivo. Lucho por el reconocimiento porque me gusta demostrarme a mí mismo que la vida merece la pena y que tengo muchos talentos que pueden ayudar a muchos.

¿Necesito obtener lo que quiero o confiar en quien me da lo que necesito?

Sé que las cosas vividas en presente son de una manera. Pero el mañana no está en mi mano.

Por eso me asusta tanto el futuro y vivo inquieto, tenso, angustiado pensando que las cosas pueden salir mal.

Prométeme que no te vas a morir nunca, le decía una persona a su cónyuge enfermo. Y él sólo podía prometerle que iba a luchar, que iba a hacer todo lo posible.

Necesito confiar

Le grito a Dios que me escuche, que cumpla mis deseos, que haga realidad mis sueños. Y su silencio me paraliza, me llena de rabia.

Cuando no lo hace posible me decepciona. Me gusta creer en un Dios todopoderoso que cambia el mundo y hace posible un mundo mejor.

Para vivir con paz necesito confiar y abandonarme. Es como dejarme caer de espaldas sabiendo que hay alguien abajo dispuesto a sujetarme. Esa fe me falta. Me cuesta confiar en las personas y en Dios.

Inscribir mi corazón en el de Cristo

El padre José Kentenich me invita a inscribir mi corazón en el de Jesús para que crezca mi confianza. Para que mis sentimientos sean más parecidos a los de Jesús.

Por eso me habla de la inscriptio cordis in Cor, inscripción de mi corazón en el Corazón de Cristo. Si lo consigo podré descansar en su seno sin miedo. Él me dará la gracia de la confianza:

Cuando mi imagen de Dios es sana puedo abandonarme sin miedo en sus manos. Si creo en su bondad, en su misericordia todo es más fácil.

Si imagino a un Dios justo y misericordioso, bueno y enamorado de mí, tendré paz siempre. ¿Qué cosas malas podrán pasarme? Ninguna.

Un sencillo ejercicio

Pienso en las peores desgracias. Les pongo nombre a mis miedos. Los coloco en la herida del sagrado corazón de Jesús. En ese lugar desde el que brota la vida.

Y entonces siento que ya no tengo miedo al futuro porque ya he entregado en sus manos lo peor que me puede pasar.

Él puede hacer posible que me abandone, pero me cuesta mucho. Yo no sé soltar las riendas. Me tensiono, me vuelvo exigente.

Me gustaría hacer a diario el ejercicio de abandonarme en las manos de mi Padre. Pienso en las cosas que me inquietan, me irritan, me duelen.

No quiero perder el control por contrariedades pequeñas de mi vida. ¿Qué me da miedo que suceda?

¿Qué cosas temo perder? ¿Dónde tengo puestas mis seguridades? ¿En quién confío de verdad?

No quiero desconfiar

Hay personas que no saben delegar. No dejan que otros hagan aquello que ellos saben hacer muy bien.

No se fían, lo controlan todo, miran a ver cómo ha salido el resultado final. ¿Soy yo así?

Me da miedo caer en esa desconfianza. Me cuesta confiar en las personas que Dios pone a mi lado. No creo que puedan sacar adelante lo que les encomiendo.

Me da miedo que salga mal todo lo que yo sé hacer bien. Esa actitud hacia las personas se proyecta en Dios. Yo sé lo que me conviene, Dios no lo sabe. Yo sé lo que me hace feliz, Dios se confunde.

La importancia de conocer a Jesús

Para confiar tengo que conocer el corazón de Dios. Y cuando lo logro veo su bondad. Igual que esa afirmación que escuché un día en una película:

“Debes conocer a los hombres que te siguen, y ellos deben conocerte. No les pidas a tus hombres que mueran por un desconocido”.

¿Cómo voy a confiar en aquel a quien no conozco? ¿Cómo voy a seguir hasta el final a aquel que es un desconocido? Nadie da la vida por un desconocido.

¿Conozco el corazón de Jesús? Sólo si lo conozco confiaré en Él y estaré dispuesto a morir amándolo.

Sólo si conozco a los que van conmigo creeré en ellos y estaré dispuesto a morir a su lado.

Por eso le pido a Dios la gracia de conocer su corazón. En ese corazón justo, bueno y misericordioso podré quedarme y aprender a mirar la vida con sus ojos.

Como decía Jiddu Krishnamurti: “No vemos las cosas como son, sino como somos”.

Si miro las cosas en su belleza, si me fijo en lo bueno, si creo que las cosas van a salir bien, será porque todo esto que veo estará ya presente, dibujado, dentro de mi corazón.

Veo la vida con el corazón no con los ojos. Por eso necesito que mi corazón se parezca más al de Jesús. Para mirar sin juzgar, sin condenar, sin miedo. Así, como un niño, confiado.

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