Estamos en el tiempo de la palabra, se dicen muchas cosas, hay muchas herramientas para comunicar.
Sin embargo, estamos en la época de la palabra manipuladora, de la comunicación estratégica, un período en el que la palabra, el eslogan, la noticia, el mensaje en general se utiliza para inducir conductas.
Se construyen narraciones que crean hechos, se generan mitos a través de las palabras: se decide cuál personaje exaltar y cuál destruir.
Nuestras palabras son muchas veces solo charlatanería. Hablamos, hacemos promesas, comunicamos iniciativas que luego resultan vacías e inexistentes.
La verdadera palabra
En este tiempo de palabras enfermas, el Evangelio sigue afirmando que la verdadera palabra es la de Dios, una Palabra que es veraz y que dura para siempre.
Si una palabra nos desespera, nos hace sentir culpables, no ofrece perspectivas, entonces no viene de Dios.
Si una palabra es vaga y nos causa incertidumbre e incerteza, entonces no viene de Dios.
Si el lenguaje nos hace sentir inseguros, sin saber a qué atenernos, entonces no viene de Dios.
Si una palabra confunde, nos arroja a la oscuridad y no da esperanza, entonces no es una palabra que viene de Dios.
La palabra de Dios da vida e ilumina.
Entonces, ¿cómo podemos reconocer las palabras de Dios entre las muchas palabras que escuchamos a diario? Palabras en las que más que consolación encontramos engaños, confusión, falacias y malas interpretaciones.
Para reconocer este lenguaje primero debemos hablarlo.
¿Cómo estamos dispuestos a hablar?
Es necesario estar dispuestos a hablar un lenguaje diferente al de las palabras utilizadas en las estrategias de manipulación.
Ser capaces de un lenguaje veraz, claro.
Uno en el que no seamos el centro; sí, porque otro gran problema de la comunicación actual es el narcisismo del que huía Juan Bautista: la luz no soy yo.
¿Estamos dispuestos a que nuestro lenguaje ilumine y deje de lado nuestro ego?
El lenguaje del Espíritu
Por otro lado, la experiencia del espíritu del Señor Jesús es siempre una experiencia "mística" y por lo tanto inefable.
Inefable es lo que difícilmente se puede expresar con palabras, lo que difícilmente se puede decir.
Cuando esta experiencia se intenta "decir" no hay modo de decirla si no es en palabras y estas ya no nos pertenecen.
Discernir sobre cómo debe ser nuestro modo de comunicarnos supone una doble referencia.
Por una parte, poner en "crisis", someter a "prueba" nuestro decir y sentir para no caer en subjetivismos y conflictos.
Y por otro lado, someter a juicio nuestro modo de estar en la vida porque el lenguaje es muchas veces tramposo y enmascarador de la realidad.
¿Qué nos decimos a nosotros mismos?
Por tanto, la palabra que es veraz y sencilla siempre trae consolación, trae paz, viene de Dios. Además, se cumple siempre.
Dios nunca dice una palabra que no se cumpla. Esta es la fidelidad del amor. Si te doy una palabra, la cumplo.
Por la Palabra, Dios ha entrado en la historia y nunca más se separará de ella. Esta es la buena noticia que no debemos olvidar. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.