"El crimen se ha extendido por todas partes (en México), trastocando la vida cotidiana de toda la sociedad, afectando las actividades productivas en las ciudades y en el campo, ejerciendo presión con extorsiones hacia quienes trabajan honestamente en los mercados, en las escuelas, en las pequeñas, medianas y grandes empresas", dijeron los obispos, en voz del secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), el obispo de Cuernavaca monseñor Ramón Castro y Castro.
Sobre este estado de postración al que tiene sometido al país el crimen organizado, que “se ha adueñado de las calles, de las colonias y de pueblos enteros, además de caminos, carreteras y autopistas… con niveles de crueldad inhumana, en ejecuciones y masacres que han hecho de nuestro país uno de los lugares más inseguros y violentos del mundo”, y sobre el papel de la Iglesia católica en la reconstrucción del tejido social, hemos conversado con el arzobispo de Monterrey y presidente de la CEM, monseñor Rogelio Cabrera López.
– Después del reciente asesinato de un civil y de dos sacerdotes jesuitas dentro del templo católico de Cerocahui, en la Tarahumara, ustedes, los obispos, haciéndose uno con la voz del pueblo han dicho un ¡ya basta!, pidiendo una respuesta al Gobierno federal en materia de seguridad. ¿Cuál es la respuesta que ustedes exigen?
Queremos un diálogo nacional, un diálogo con los ciudadanos y, desde luego, nosotros, como Iglesia, queremos compartir ese diálogo. De parte nuestra estamos muy cerca de presentar una propuesta con los principales afectados de esta situación, que son los padres jesuitas, pero desde la CEM con la dimensión de Justicia y Paz.
Es un tema muy complejo, porque lo que está ocurriendo es la suma de muchas situaciones, un cóctel amargo para el país: los robos, los asesinatos, las mentiras… Todo eso va haciendo muy compleja la situación.
– En muchos de sus comunicados la CEM ha subrayado que el tejido social está roto, ¿no es así?
Está desgarrado. Y lo que es peor, los mismos ciudadanos ya no parecen tener interés por la paz en sus espacios. Tenemos que recuperar el interés de las personas en preservar la paz en sus espacios.
Antes en México había organización de barrio, de colonia. Ahora todo eso se ha desvanecido y lo tenemos que recuperar en modos concretos de participación ciudadana. Es el momento de volver a atar los cabos de relaciones en nuestro país como, por ejemplo, los que se deben dar entre las escuelas y los padres de familia.
– En la última llamada de atención, después del asesinato de los jesuitas, el episcopado mexicano dijo que este crimen dentro de un templo, “no es más que una muestra más de la falta de valores y sensibilidad a la que se ha llegado, perdiendo todo respeto a la dignidad humana”. Monseñor, ¿dónde se quebró nuestro México?
La migración del campo a los grandes desarrollos urbanos ha provocado el rompimiento del tejido social. Las ciudades grandes del país no estaban preparadas para recibir a los migrantes internos. Ellos no pueden vivir la solidaridad comunitaria que tenían en sus pueblos y se sienten, con justa razón, marginados, expulsados.
Además, está la degradación moral y ética, donde todo el mundo roba, donde cualquiera asesina y mucha gente miente.
– ¿Reconoce la Iglesia alguna responsabilidad en este ambiente de degradación moral que vive México? En su comunicado tras el asesinato de los padres Campos y Mora ustedes dicen que “como Iglesia no hemos hecho lo suficiente en la evangelización de los pueblos y que es necesario redoblar esfuerzos…”.
Sí, y también que “queda mucho por hacer en la reconstrucción del tejido social, desde la labor pastoral que nos es propia”. Somos conscientes que –como nos lo dijo Aparecida en 2007—tenemos que “recomenzar” la evangelización, tomando muy en serio, todos los sacerdotes, lo que está sucediendo en México.
La ruptura del tejido social también ha traído, como consecuencia, la ruptura del tejido eclesial. La Iglesia sufre las consecuencias de la división social. Y la ausencia de los más jóvenes en la vida comunitaria.
– ¿En términos muy concretos, ¿qué le toca hacer a la Iglesia para alcanzar una paz con justicia de la que tiene sed el pueblo de México?
Llevar a cabo nuestros trabajos pastorales muy de cerca de la población. Especialmente acercarnos a los lugares más pobres. Las ciudades tienen grandes hacinamientos de personas muy pobres que debemos acompañar en su proceso de llegada a estos centros urbanos.
No esperemos a tener edificios para las parroquias, sino que nos atrevamos a tener las parroquias sin techo, que haya cercanía con la gente que está llegando y que no tiene a dónde acogerse.
– ¿Y los gobiernos municipales y los empresarios?
Trabajar con honestidad para recibir a quienes se integran a estos grandes núcleos urbanos. Dejar a un lado la “política del like” y trabajar muy de cerca con la gente.
Pienso que los presidentes municipales deben ir a ver cómo vive la ciudadanía. No basta ser eficientes en la oficina. Las ciudades se afean, no solo el ambiente, también el aspecto que guardan es feo, desolado, no hay nada que invite a la bondad. No hay parques, no hay lugares de encuentro.
Y en esto, también los empresarios tienen que participar: las políticas de construcción y urbanización deben fomentar la convivencia. La convivencia es el antídoto contra la violencia en las ciudades.
– ¿Existen las condiciones para iniciar, en estos momentos, un diálogo nacional de paz?
A nosotros nos toca insistir. Nunca habrá la “situación propicia” en México. No tiene la Iglesia la receta mágica, pero sí tenemos el honesto deseo de que las cosas mejoren. Que el diálogo vaya de lo local a los estados y, finalmente, a la federación.
Necesitamos todos hacer este pacto social en el que cada uno debe contribuir para que la situación cambie. Hay experiencias internacionales que metodológicamente están probadas para el cambio.
En nuestro país ya lo estamos haciendo en algunas ciudades grandes, apoyados por los padres jesuitas. Son modos sencillos. Lo llamamos “Telar”, porque queremos incidir en el tejido social.
– La Iglesia, vuelvo a su comunicado, quiere sumarse “a las miles de voces de los ciudadanos de buena voluntad que piden que se ponga un alto a esta situación”. ¿Quiénes son esas voces, monseñor?
Además de los laicos que ya están trabajando, las universidades tienen un papel especial en este tema. Hay que aprovechar este recurso de la cultura universitaria. Tienen muchos recursos para apoyar a la población siempre que estén cerca de estas realidades. La creatividad que exige el momento por el que atraviesa México tiene que ser mayor.
– México es el país más peligroso para ejercer el ministerio sacerdotal. ¿Qué podemos hacer los laicos para defender a nuestra Iglesia, a nuestros sacerdotes?
Tenemos que recuperar el respeto de unos por otros. Hoy las redes sociales hacen que el ambiente sea muy agresivo. Todo el mundo habla mal de los demás. Se falta el respeto a la autoridad. A los padres de familia, a los maestros…
Y nosotros que éramos el último recurso, también ya somos vilipendiados en las redes sociales. Aunque haya sacerdotes que se equivoquen o cometan un delito, el sacerdote está para servir al pueblo y lo hemos hecho a lo largo de los siglos. Y en este momento también. Son muchos los sacerdotes que dedican su vida a los fieles.
Todos tenemos que hablar bien con respeto de todos. Hoy hay muchas faltas de respeto a la autoridad: católicos que hablan mal del Papa, de los obispos… En ese ambiente es muy difícil el respeto. Empieza con una agresión verbal y termina con una agresión física.
Es un cambio fundamental para la paz en México: cambiar esa cultura de comunicación que tanto daño nos ha hecho. Los problemas no se resuelven con insultos y las autoridades no son mejores si las agredimos.