El Colegio de San Albano de Valladolid es una institución histórica singular. Fundado por Felipe II junto a unos pocos centros más en el mundo, su objetivo era la formación de sacerdotes ingleses para difundir el catolicismo en la Gran Bretaña anglicana.
La labor de la institución, también conocida como Colegio de los Ingleses, su relevancia histórica, así como la de algunos documentos únicos que atesora en su biblioteca, y el martirio sufrido por algunos de sus clérigos durante su misión en Inglaterra, forman parte del núcleo de la última novela histórica de Federico Trillo ‘El censor de Shakespeare’.
El exministro español y ex presidente del Congreso de los Diputados ha tejido en su obra un retrato de aquellos tiempos de intolerancia y extrema violencia, al tiempo que de dos mundos culturales diferentes.
El punto de partida de la novela es la información que le llega a Federico Trillo, en 1999, de que en el Colegio de San Albano se conserva un documento único en relación con Shakespeare, escritor del que es experto y al que dedicó su tesis, publicada luego como ‘El poder político en los dramas de Shakespeare’.
Ese documento es un ejemplar de la edición infolio (a tamaño folio) de las obras dramáticas de William Shakespeare, pero con las tachaduras originales de un censor de la Inquisición, lo que la convierte en un documento único. “No existe otra edición de la obra completa, ni de obra alguna de William Shakespeare que haya tenido problemas con la Inquisición. Sólo ésta, al parecer”, le explicó a Trillo el rector del Seminario, Peter Dooling durante la visita, en 1999, que sería el germen del proyecto novelístico.
La sorpresa negativa que recibió el investigador, y que él mismo cuenta en un prólogo a su novela, es que el documento original (regalado al Seminario por el Conde de Gondomar, Diego de Sarmiento) se había ‘perdido’ y que lo que quedaba era una copia facsímil. El original ‘reapareció’ años después, sin embargo, en la Folger Shakespeare Library de Washington, en EEUU.
La parte positiva de su visita fue descubrir que, aparte del documento facsímil, la biblioteca de San Albano reservaba otras sorpresas. Entre ellas, las notas elaboradas por el censor jesuita William Shankey durante su trabajo sobre las obras de Shakespeare, así como unas memorias en las que hablaba de su relación persona con el dramaturgo inglés y algunas cartas.
Con todos estos materiales, grandes dosis de conocimiento histórico y dominio del mundo shakespeariano, Trillo ha compuesto, más de veinte años después, su novela. En la que se confrontan los dos mundos (el anglicano y el protestante), pero en la que también se muestra cómo las personas y su capacidad para relacionarse y entenderse entre sí están por encima del poder, lo que logra a partir de la recreación ficticia de lo que pudo ser esa relación personal entre el censor y el escritor.
Aunque el centro del relato tiene que ver con el trabajo censor de Shankey, y lo que refleja de las distintas concepciones del mundo de católicos y protestantes, el desarrollo de la historia recrea su amistad con el dramaturgo inglés y permite acercarse a otros datos de la Historia no menos relevantes, como la durísima persecución que los católicos sufrieron en la Inglaterra anglicana en el siglo de las guerras de religión y de la intolerancia.
“Hay mucho tópico en torno a la Inquisición, que suele presentarse como la máxima expresión de la intolerancia, pero en Inglaterra los jesuitas fueron perseguidos”, explica Trillo.
Él mismo da cuenta de los datos de esa persecución en el prólogo de su libro. Allí se cuenta que 26 de los 200 religiosos formados en el Colegio de los Ingleses de Valladolid durante aquellos años murieron mártires entre los últimos años del reinado de Isabel I, la última Tudor, y los primeros de Jacobo I.
“Se sumaron así a los más de 150 religiosos católicos que fueron ejecutados públicamente y con sádica crueldad -ahorcados, abiertos en canal aún vivos y desentrañados y castrados, y luego decapitados, para exhibir las cabezas en picas y descuartizados en un mismo cadalso, generalmente el árbol de Tyburn- en Londres”, recuerda el autor de ’El censor de Shakespeare’.
“Todo ello en la misma época y en el mismo Londres en el que vivió, precisamente, William Shakespeare”, aclara el novelista.
Un Shakespeare del que sabemos también que no era en absoluto ajeno al mundo católico, pues su familia lo era. El testamento de su padre es usado generalmente como un indicio fuerte pues recurre a un formulario característico de los jesuitas.
Ese carácter criptocatólico del dramaturgo inglés, de un católico de formación obligado a ocultarlo para sobrevivir en una Gran Bretaña que acosaba a los ‘papistas’ ha sido abundantemente estudiado en las últimas décadas, incluyendo incluso la búsqueda de indicios en sus propias obras literarias.
En el prólogo del libro cuenta también el origen de la Virgen de la Vulnerata, la imagen a la que se venera en el colegio de San Albano de Valladolid, precisamente por ser muestra de la barbarie iconoclasta anglicana contra las imágenes de la Virgen.
En el tambor de la cúpula central del Colegio de los Ingleses puede verse la imagen acompañada de ocho grandes lienzos que explican la historia de la imagen y de su advocación.
Los cuadros muestran que la imagen original, la Virgen del Rosario, era venerada originalmente por los marinos de Cádiz.
Fueron los invasores ingleses, al mando del conde de Essex quienes, en el transcurso de la toma de Cádiz en 1697, y el posterior saqueo de las iglesias de la ciudad, ultrajaron la imagen, tal y como muestran los cuadros siguientes.
“La destronaron de su altar, arrastrándola hasta la calle y, una vez allí, la mutilaron brutalmente golpeándola con sus espadas y hachas”, relata Federico Trillo.
“Dejaron la cara de la Virgen acuchillada, sin partes de la boca y la nariz, y le cortaron ambos brazos hasta arrancarle de ellos al Niño, del que sólo quedó una parte de su pequeño pie en el regazo de su madre, en la forma que aún puede verse”, prosigue.
Los últimos cuadros de la serie ilustran cómo aquella Virgen ultrajada de Cádiz llegó hasta Valladolid. Y es que, tras la mutilación, una noble española recuperó la imagen y la custodió en Madrid hasta que, enterados los jesuitas, le rogaron que la cediera al Seminario de San Albano.
Con buenos argumentos, le explicaron que “no había nadie más adecuado para prestar desagravio perpetuo de la profanación de la imagen por los corsarios ingleses que los jóvenes seminaristas que se formaban en San Albano para entregar sus vidas a la Misión de Inglaterra”, recuerda Trillo a partir de lo que le relató el rector del Seminario Peter Dooling.
La imagen fue llevada en procesión hasta el Colegio de los Ingleses de Valladolid en 1600. El traslado lo organizó el propio rey Felipe III y estuvo presidida por su esposa, la reina Margarita.
“Fue entonces cuando se la denominó la Vulnerata y, desde entonces, la devoción popular contribuyó decisivamente al arraigo del colegio en Valladolid, donde ha sido y sigue siendo muy venerada”, según las palabras que Trillo atribuye a Dooling.
Una imagen que es, en sí misma, perfecto ejemplo y testimonio de aquellos tiempos aciagos de intolerancia y ataque al que pensaba distinto.