Creo que esta bella historia alguna vez te la compartí, porque es muy edificante. Y me encanta recordarla, me da grandes lecciones de vida.
Cuando salía del trabajo, cada tarde, camino a casa hacía una parada. Solía ir a Misa de 6:00 p.m. en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen en Panamá. Me quedaba en el camino.
Me encantaba escuchar las homilías de los padres carmelitas, llenas de sabiduría y de una santa cotidianidad.
Recuerdo que a menudo nos hablaban de la necesidad de leer la Biblia.
Fuerza espiritual
Su lectura nos mantenía lejos del pecado, nos fortalecía espiritualmente y nos daba enseñanzas de vida muy prácticas con cientos de consejos. Pero había una condición muy sencilla: poner en práctica sus enseñanzas.
Y es que las Sagradas Escrituras no son cualquier cosa.
Una tarde celebró la Misa el sacerdote que solía visitar a los enfermos para llevarles los
sacramentos y el consuelo de la buena palabra, en un hospital cercano. Durante su homilía nos dijo:
“Me ha ocurrido algo que me ha impresionado mucho y me gustaría compartirlo con ustedes.
Estuve en el hospital y una enfermera me señaló la habitación donde estaba un hombre muy
enfermo. “Nadie lo ha visitado en 6 meses”, me dijo.
En los momentos difíciles
Entré a verlo, lo saludé.
—Me comenta la enfermera que no recibes visitas.
—No me queda ningún familiar vivo. Solo quedo yo, y acá estoy, esperando que Jesús me venga a buscar.
—¿Tienes miedo?
—¿Cómo sentir miedo de un dulce y esperado encuentro?
—¿Nunca te sientes solo?
—Tengo una forma de no sentirme solo, padre. He memorizado frases, versículos de la Biblia.
Usted como sacerdote debe saberlo: "Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más
cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hebreos 4, 12)
—Lo sé —le respondí.
—Bueno, cuando empiezo a sentirme solo en este cuarto de hospital, repito en mi mente los
diferentes versículos de la Biblia que he memorizado, las promesas que Dios nos ha hecho. Creo en ella y me deleito con su Palabra. Así me sé acompañado por su Palabra y su presencia amorosa.
El buen sacerdote continuó la increíble historia, en su homilía y dijo:
—Ese hombre humilde, enfermo y solitario, me enseñó una gran lección. Y yo la comparto para que todos aprendamos de él. Abramos nuestras Biblias, abandonadas en algún rincón de la casa.
Empecemos a leerla y conocer lo que Dios espera de nosotros. Y si podemos, prendamos algunos versículos y salmos, para que en momentos de dificultad, podamos consolarnos con ellos.
¿Es católica mi Biblia?
Ahora bien, debemos preguntarnos si estamos leyendo la Biblia adecuada. Es muy fácil saberlo.
¿Tienes la tuya a mano? Ábrela y busca en las primeras páginas dos elementos que te lo garantizan. Son dos palabras curiosas escritas en latín. Tu Biblia debe tenerlas.
¿Cómo encuentro una Biblia Católica?
Lo mejor es ir a alguna librería católica y que allí te orienten. En mi caso suelo pedir mi Biblia con letra grande para poder leerla sin dificultad.
¡Ánimo! ¿Tienes una en casa? ¡Abre tu Biblia y empieza a leer!
¡Dios te bendiga!
Aquí algunas citas de la Biblia que fortalecen: