Es verdad que en Venezuela hay razones para la frustración y la desesperanza. Pero también las hay para reafirmarnos en la fe en nuestra gente y en el futuro que se está construyendo desde las comunidades populares.
Tan simple como que la gente se cansó de esperar por el Estado para mejorar la educación y hacerla accesible a todas las personas. Las madres han tomado la delantera y animan la creación de escuelas privadas de bajo costo que están desplazando a las escuelas públicas. Como telas de araña van diseminándose por todo el territorio.
Y no ocurre solo en Venezuela, en otros países aparecen igualmente. En la India, por ejemplo. De hecho, Mahatma Gandhi llamó a estas experiencias «el bello árbol de la India». En Venezuela lo llaman igual. El término refiere a un tronco que es la Educación, cuyas ramas abarcan el territorio, cubriendo con su sombra a todos quienes no tienen acceso a la educación convencional subvencionada por los gobiernos. Es como una gigantesca sombrilla inclusiva que se abre por iniciativa de las propias comunidades.
Realmente, tal y como están las cosas, es muy poco probable que en el futuro cercano el Estado venezolano mejore significativamente los servicios educativos. Ellos son básicos y están obligados por la Constitución de la república. A pesar de ello, nuestros gobiernos son fallidos e incapaces de suministrar esos servicios tan indispensables. A partir de esa realidad y de la necesidad de afrontarla, han surgido estos experimentos sinérgicos educativos locales.
La Iglesia, pionera
Abordando el tema de la educación formal en Venezuela, la Iglesia viene dando señales concretas de entender la problemática, especialmente desde el abordaje que asumió el Concilio Plenario Venezolano -hoy referencia obligada para el Sínodo en marcha- cuando alertaba:
Si bien es muy variada en nuestro ambiente la conciencia que se tiene acerca de la misión fundamental de la familia, como primera y principal educadora de los hijos, y de la incidencia de sus aportes en el desarrollo de la personalidad de los mismos, encontramos numerosas familias -aún de pocos recursos, que asumen esa misión con gran responsabilidad: se preocupan por la salud de los hijos, por sus estudios, por inculcarles valores, por el mundo de relaciones que van estableciendo, incluso por su formación religiosa. También hay otras muchas que tienen poca sensibilidad en este sentido o se sienten incapaces de asumirla.
«Hay serios interrogantes sobre la validez educativa del currículo escolar. No se ha superado el enciclopedismo inútil (...)», se lee en uno de los documentos del Concilio.
«La educación en Venezuela, en general, no está pensada desde la vida, ni prepara para la vida, ni para el trabajo, ni para las necesidades del país. Y además carece de continuidad. La escuela venezolana no está formando ciudadanos con una firme conciencia cívica y democrática», agrega.
Y allí mimo alertaba acerca de la tentación de los gobiernos de intervenir «de forma politizada y desmedida en la educación, abarcando no sólo el sistema educativo, sino también la orientación de la sociedad en general». Fue siempre la Iglesia la primera y la más insistente en alentar a la participación de las familias, los maestros y las comunidades en la construcción de una sociedad fundamentalmente «educadora».
Ofrecer a los excluidos
Y, adelantándose a lo que hoy comienza a ser una realidad, se refirieron «al cuadro de exclusión social y económica que presentan tantos niños, jóvenes y adultos y cómo ha estimulado a la Iglesia a multiplicar iniciativas y obras que den respuesta a sus muchas necesidades«. «La educación alternativa abarca un conjunto de obras para ofrecer a los excluidos oportunidades de acceso a la formación integral a la que tienen derecho como hijos de Dios y como ciudadanos».
En ese espíritu se fortalecieron algunas organizaciones de educación alternativa que la Iglesia viene promoviendo desde hace años y que han sido inspiración y ejemplo para que las comunidades hoy acometan esos proyectos básicos de pedagogía en micro-escuelas, que se están extendiendo e imponiendo en los sectores populares, donde el influjo pastoral de la Iglesia y su labor animadora e inclusiva a fin de dar oportunidad a niños y jóvenes a un sistema educativo integrador y eficiente, en medio de un entorno de falta de oportunidades.
Un sinergia de sorpresas
Para todos ha sido una sorpresa los hallazgos de una investigación exploratoria llevada a cabo por la ONG Un Estado de Derecho, cuyo director, el abogado y profesor universitario Antonio Canova, explicó para Aleteia.
Un profesor emérito de la Universidad Simón Bolívar, Klaus Jaffe, miembro investigador de Estudios Estratégicos de esa Casa de Estudios, además del equipo de la Universidad Católica Andrés Bello donde está el profesor Canova, se han dedicado a profundizar en el tema de los derechos humanos en Venezuela, buscando mecanismos de autoprotección de esos derechos en la práctica.
Pusieron el foco en dos lugares, consiguiendo los mismos patrones educativos en ambos sitios. Escogieron dos zonas populares, Petare, el este de Caracas y en Montalbán, en las montañas del estado Carabobo ubicado a un par de horas de la capital. El objetivo era examinar la realidad educativa, cómo se estaban educando los niños en esas dos localidades tan diferentes.
Dos experiencias
«En Petare –continúa Canova- donde tenemos los datos ya consolidados, el 40% de los niños que viven y estudian allí, entre 6 y 16 años, están educándose a través de tareas dirigidas en centros de desarrollo pedagógico o centros alternativos de educación. Funcionan a partir de acuerdos entre los padres y las maestras. Acuerdos privados que, como hemos mencionado, están en práctica en otros países y parecen indicar hacia dónde va el futuro de la educación».
Los padres hacen pagos semanales mínimos, un promedio entre 2 pesos y 5 por niño. Los chicos acuden unas dos horas por día y hacen tareas dirigidas por 5 días a la semana. Las maestras reúnen a los niños por turnos en grupos de entre 13 y 15 niños promedio. Hay algunas que tienen hasta 50 alumnos. En estos casos, contratan a otras maestras y conforman una micro escuela donde hacen la función de tutoras.
«Son como mentoras -explica- van llevando a los niños de la mano, según los intereses, capacidades y habilidades de cada niño. Lo que he visto que está ocurriendo en esas zonas es algo muy bello».
Padres e hijos de benefician
Una ventaja adicional no sólo es la personalización, que cada niño se sienta atendido especialmente, sino que la sinergia con los padres permite a estos estar cerca de la educación de sus hijos y participar de ella sin sufrir las odiosas imposiciones de Estados intervencionistas. Si es un orden espontáneo, es ubicuo, germina por todas partes, está en todos lados. Petare es un gran barrio. Es tan populoso que se considera el mayor de América Latina, uno sólo de sus sectores es tan grande como el estado Mérida, en los Andes venezolanos.
Montalbán de Carabobo es una ciudad pequeña en Venezuela, de montaña, tranquila, tendrá unos 28 mil habitantes. Allí encontramos una realidad semejante. Más de 50 casas tienen actividades educativas dirigidas en centros alternativos de enseñanza a donde van los niños en edad escolar, igualmente entre 6 y 15 años. Más o menos el mismo patrón, pagos semanales, padres trabajando en conjunto con los maestros y, siendo un lugar del interior del país, el pago es menor, entre $1 y $2 a la semana por niño.
«Esto es increíble –dice- y lo más interesante es lo felices que están los niños y aprenden de verdad. Y es que a través de los datos, hemos hecho un trabajo cualitativo. Los niños aprenden a leer, los números y los conocimientos básicos que requiere una instrucción primaria. Quieren ir hasta los sábados y domingos de lo bien que la pasan».
Cada niño es diferente
Hay algo en lo que los especialistas hoy coinciden: cada niño es diferente, aprende de una manera distinta y se interesa en cosas distintas. Meterlos a todos en un salón y tratarlos por igual poniéndolos a competir entre ellos, ya no funciona. Eso los quiebra y los desestimula. Por eso lo que está ocurriendo acá, de manera espontánea, es tan importante.
«Se trata de una tutoría, de una educación individualizada. Por eso nosotros hemos llamado a esta experiencia –emulando a Gandhi- el bello árbol, uno en Petare y otro en Montalbán, y así. Ahora estamos extendiendo el estudio a otras localidades porque sabemos que hay más en esta misma práctica. Y vale la pena porque el sistema funciona».
Es un poco la educación de antaño. Pareciera que volvemos a eso. Maestras buenas, sensibles, que educaban por medio del ejemplo y atendiendo a cada alumno en particular, en su individualidad. Y funcionaba, los muchachos salían muy bien preparados para afrontar otros niveles de estudios y para entender y afrontar la vida en general.
Volvió para quedarse
En Venezuela hay iniciativas que encabezan las madres de familia. Las hay también en zonas de difícil acceso, donde no hay escuelas establecidas y donde acudir a las que existen es cuesta arriba por lo complicado de la geografía. Educan en las aldeas y regiones distantes donde han surgido estos centros alternativos pedagógicos.
Es un fenómeno venezolano que no sólo es ubicuo sino escalable. «Parece que es una tendencia –dice Canova- y hoy, el debate académico se divide entre quienes siguen defendiendo la educación tradicional y quienes aprecian que esta educación personalizada es la mejor solución, y la que las familias y las madres prefieren. Salen papers de cada lado y cada vez más las investigaciones reflejan que la tendencia apunta hacia este tipo de educación, con tutores personalizados, pues termina siendo mejor para los niños».
«Ese es el origen de la educación es sencillo, espontáneo y comunitario –cierra Canova- aunque luego, desde arriba, se haya modificado el sistema y las normas para impartirla. Pero ya nos damos cuenta de que funciona y la tendencia, ciertamente, es que haya vuelto para quedarse».
Puede que, realmente, las raíces del bello árbol se hagan tan fuertes, no obstante las crisis -o quien sabe si gracias a ella- que lo sostengan para siempre.