Al asistir a una misa católica, se ha vuelto costumbre que el sacerdote eleve la hostia eucarística y el cáliz después de las palabras de consagración. Esto no siempre fue así: este gesto no se convirtió en parte de la Misa hasta el siglo XIII.
Durante gran parte de la historia de la Iglesia, el sacerdote estaba acostumbrado a mirar hacia el altar en la misma dirección que la gente.
Esto significaba que cuando el sacerdote estaba recitando la Plegaria Eucarística, la hostia y el cáliz estaban ocultos a la vista.
Inicialmente, esto no supuso ningún problema para la gente, pero para el siglo XIII, muchos santos buscaban formas de profundizar la fe eucarística de la gente.
Por ejemplo, fue durante el siglo XIII que santa Juliana de Lieja impulsó la celebración universal de la fiesta del Corpus Christi.
Para ver y adorar a Jesús en la Eucaristía
Según la New Catholic Encyclopedia, fue Odón de París o su sucesor a principios del siglo XIII quien “decretó que sus sacerdotes ocultaran la hostia hasta que fuera consagrada y luego la levantaran para la adoración”.
Este decreto probablemente fue en respuesta a las solicitudes de los laicos, que querían ver y adorar a Jesús en la Eucaristía.
Incluso después del Concilio Vaticano II, cuando a los sacerdotes se les permitió celebrar la Misa de cara al pueblo, la instrucción permaneció en el Misal Romano para que los sacerdotes “muestren la hostia consagrada al pueblo… y hagan una genuflexión en adoración”.
La costumbre de mostrar la hostia y el cáliz al pueblo se ha convertido en parte central de la Misa, afirmando el profundo misterio que se produce en la consagración, donde el mismo Jesús se hace presente en el pan y el vino que se ofrecen en el altar.