Hay un lugar a la entrada del cual está escrito: "El amor de Cristo nos espolea". Se trata de la Casita de la Misericordia de Turín, más conocida como Cottolengo, por el nombre de su fundador.
Y ese lema es el equivalente invertido de lo que Dante encontró escrito a la entrada del infierno. 'Tú que entras encuentras esperanza', parece la absurda propuesta de un hospital que en el imaginario común se asocia desdeñosamente a las deformidades y a ese tipo de enfermedades sobre las que uno nunca querría poner los ojos. El diario Corriere della Sera publicó recientemente una entrevista a Andrea Vallerani que leí de un tirón. Fue fotógrafo de moda (y modelo) y hoy se ocupa de la logística de Médicos Sin Fronteras. El antes y el después de esta vida completamente transformada está ligado a los 9 meses que pasó en Cottolengo como voluntario a finales de los 80.
Fotógrafos y narradores
Sé bien por qué me llamó la atención la entrevista de Vallerani. Tiene el mismo contenido disruptivo que La jornada de un escrutador de Italo Calvino . Él también fue transformado por la experiencia del Cottolengo cuando estuvo allí ocasionalmente en unas elecciones en 1961 .[El Cottolengo fue sede electoral y Calvino era candidato por un partido.]
Entras pensando que estás en un lado de la mesa, el de los sanos. Entonces todo entra en crisis cuando te enfrentas a la risa de un idiota. ¿De qué habrá que reírse en un hospital? Entonces las barreras intelectuales se derrumban y nos entregamos al encuentro con la vulnerabilidad casi indecente de seres humanos que respiran y poco más. Desde el Cottolengo salió el escritor Italo Calvino con estas palabras que han quedado grabadas en la memoria de muchos. Mirando a un padre que alimentaba a su hijo gravemente discapacitado, sintió:
No vio monstruos, sino que vio a muchas personas en esos corredores. Sobre todo, se reenfocó en sí mismo. Para Vallerani, estar en presencia de la necesidad humana más desarmada se ha convertido en antídoto de la lógica estrictamente utilitaria del mundo. Del cuidado de los enfermos nació una hipótesis diferente, loca, de vida radical.
De Esselunga a Kirguistán
Es difícil encontrar algo en la red sobre Andrea Vallerani. Extraño en estos tiempos de hipercompartir y extraño para alguien que hizo un trabajo tan atado a mostrar. Pero eso podría ser una muy buena señal.
No tiene tiempo, supongo, para toda esa parte de la vida que hoy llamamos social (pero es muy solitaria). Vallerani se encuentra actualmente en Bishkek, la capital de Kirguistán junto a su mujer y al servicio de Médicos Sin Fronteras. Logística, esta es su ocupación.
Abandonó las herramientas conocidas, tomó otras nuevas en la mano. ¿Sabemos hacerlo también en nuestro recinto de vida? ¿Sabemos poner nuestras manos a disposición de la necesidad, en lugar de la celebración de nuestra habilidad?
Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Las tramas de estas conversiones en el camino de Damasco tienen siempre un encanto superficial: dejarlo todo, cambiar de vida, dedicarse a tiempo completo al compromiso humanitario. Hay un impulso que nos ilusiona, pero no fue fácil para Vallerani. Habiendo salido del Cottolengo con nuevos ojos, dejó atrás muchos beneficios y certezas.
Desde ese almacén viajó por el mundo. Kenia, Tanzania, Sudán del Sur, Uganda, Irak, Ucrania, China, México, Guatemala, Honduras y hoy Kirguistán, primero al servicio de Unicef y luego de Médicos Sin Fronteras.
Y lo que más ruido hace en esta historia es, como siempre, lo invisible. Sorprende que esta apertura a la necesidad del mundo surja de un encuentro que tuvo lugar en un rincón escondido y casi silencioso (¿o somos sordos?) como el Cottolengo. Allí, presencias que al exterior le cuesta ver han provocado un replanteamiento radical, capaz de cambiar el rumbo de un hombre muy encaminado en su carrera.
¿Serán los ojos de los más vulnerables el espejo que necesitamos para estar frente a nuestro verdadero y desnudo ser?