Voy a comenzar esta reseña por el final, es decir, contándoles que apenas terminé de leer este texto, fui a la biblioteca y lo coloqué en la sección donde tengo “los imprescindibles”. Allí tengo unos pocos libros, esos que quiero volver a leer otra vez, y otra vez.
Esta historia comenzó cuando el papa Pío IX pidió sacerdotes voluntarios para ir a evangelizar, en lo que entonces se llamaba la Unión Soviética. El padre Walter sintió el llamado de Dios y se apuntó de inmediato. ¡Qué felicidad anunciar el Reino de Dios en Rusia!
El joven sacerdote estaba muy entusiasmado. Asimismo, era consciente de que ese voluntariado sería muy difícil, porque en esa época la constitución soviética prohibía difundir la religión o la fe.
Lo que no sabía era que esa delicada misión, se le convertiría en toda una odisea: estuvo cinco años preso en una cárcel en Moscú, otros quince en un campo de trabajos forzados en Siberia, y tres años más, trabajando como mecánico en un taller de carros. Finalmente, en 1963, regresó a los Estados Unidos.
El padre Walter es arrestado
¿Cómo llegó este sacerdote jesuita a semejante situación?
Tras terminar su preparación en Roma, donde aprendió -entre muchas cosas-, a celebrar misa según el rito bizantino, estaba listo para su desafío evangelizador. Sin embargo, como no era viable ir a Rusia enseguida, lo enviaron provisionalmente a Polonia. Allí ejercía tranquilamente su ministerio, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial.
Entonces, en medio del caos, y con la población huyendo de la invasión alemana, tuvo esta idea: unirse a los refugiados polacos, que iban a trabajar en los campos madereros rusos. Fue así como logró entrar a Rusia.
En esas estaba, cortando madera como cualquier jornalero, y tratando de apoyar espiritualmente a los refugiados de la guerra, cuando la policía secreta rusa descubrió que era sacerdote. Entonces lo acusaron de ser espía del Vaticano y lo apresaron.
El padre Walter desespera
En 1941 fue encarcelado en la temible prisión de Lubianka, en Moscú. Allí estuvo cinco años en una celda de dos por tres metros, dotada de una cama de hierro, un bombillo y un balde. No tenía derecho a un juicio, ni a comunicarse con su familia, ni a nada.
Las condiciones eran insoportables: hambre, sed, soledad y terribles interrogatorios que duraban hasta 48 horas seguidas, sin comer, ni dormir. Todo eso para doblegarlo, hasta que confesara que era espía del Vaticano.
El sacerdote oraba constantemente. Suplicaba a Dios que se aclarara de una vez el malentendido y finalizara ese martirio. Asimismo, pedía en sus oraciones más comida, agua, que los interrogadores se ablandaran, en fin…todo lo que cualquier ser humano pediría en semejante situación, pero nada de eso ocurría y el padre Walter ya estaba al límite de sus fuerzas.
El padre Walter es iluminado
Tal era su desesperación, que contempló la idea del suicidio. Entonces, cuando el desastre era inminente, se dio cuenta, por gracia de Dios, del gran error que estaba cometiendo. Aunque oraba pidiendo ayuda a Dios, en el fondo estaba tratando de resolver su situación él solo. Seguía confiando en sí mismo.
En ese momento vio con claridad que todavía no confiaba en el Señor: "…nunca me había abandonado de verdad". Allí supo que debía abandonarse completamente, sin reservas, sin condiciones, sin dudas. Nada de seguir "negociando" con Dios.
En definitiva, le había llegado la hora al sacerdote. ¿Cuál hora? Pues la de dar un paso al vacío confiando en que Él lo sostendría. Pero claro, ese es un paso muy difícil de dar, incluso para un sacerdote, porque exige una fe absoluta en la existencia de Dios.
El padre Walter se declara en bancarrota
Dice que fue estando en la cárcel, en medio de esa prueba tan grande que rebasaba sus propias fuerzas, cuando aprendió a depender de Él. Finalmente se rindió a la Divina Providencia: "Hasta que mis fuerzas entraron definitivamente en bancarrota no me rendí" (Pág.97).
Sobre este tema, el sacerdote concluye que mientras nuestra vida transcurra tranquila y cómodamente, obviamos a Dios. En medio del bienestar, es decir, mientras podamos sortear las dificultades, siempre tratamos de convencer a Dios para que avale nuestros planes. Queremos que Dios haga realidad nuestros deseos… que haga nuestra voluntad.
El padre Walter abraza la voluntad de Dios
Es cuando estamos perdidos en un valle oscuro y sin salida, con los recursos agotados y al borde del colapso, cuando finalmente nos abandonamos a la voluntad de Dios.
Este es un momento trascendental en la vida espiritual de todo creyente. Es el momento en que, temblando, decimos: "Hágase tu voluntad".
Entonces sucede lo que nunca pensamos que podría sucedernos: experimentamos la presencia del Señor, quien "nos contempla sin cesar".
Aclara el sacerdote, que no se trata de una experiencia mística, de algo extraordinario, sino que se trata más bien del "…desbordamiento espontáneo del alma que ha llegado a darse cuenta -aunque sea fugazmente-, de que es un niño pequeño a los pies de un padre amoroso y providente" (Pág. 70).
El padre Walter está listo para evangelizar
Ahora, rendido a la voluntad de Dios, el sacerdote estaba listo para cumplir una misión apostólica gigantesca: asistir espiritualmente, a los desesperados hombres que luchaban por sobrevivir en los campos de trabajos forzados en Siberia.
Empieza una nueva etapa, durísima también, pero el sacerdote siente una gran alegría al poder ejercer nuevamente el sacerdocio.
Sobre lo que ocurre a partir de este momento, solo contaré que impresiona la fe enorme que encontró en Rusia. Cuenta, por ejemplo, que en medio de las condiciones inhumanas que soportaban los prisioneros, quienes participaban de la Misa clandestina trabajaban con el estómago vacío con tal de guardar el ayuno eucarístico. El lector se siente avergonzado.
El padre Walter escribió para ser entendido
Vale la pena leer las memorias del padre Walter recogidas en este libro. Su relato -sencillo y profundo-, permite entender, por fin, en que consiste hacer la voluntad de Dios.
El sacerdote escribió este libro, no para contarnos el drama de su vida en Siberia (al respecto solo cuenta lo necesario), sino para compartirnos lo que ocurría en su interior, es decir, su increíble crecimiento espiritual en medio del sufrimiento.
Este texto resulta esclarecedor en muchos temas, pero especialmente a la hora de comprender ¿Por qué Dios permite el sufrimiento? Quién mejor que el padre Walter, quien sufrió lo insufrible, para explicar por qué el Señor permite el mal.
El padre Walter cumplió su misión
Resulta conmovedor ver al padre Walter rendirse a la voluntad de Dios y cumplir admirablemente su misión: ser otro Cristo donde reinaba la más oscura desesperación.
Pero aún más conmovedor, es ver como el Señor no se olvida de ninguno de sus hijos. A las heladas estepas siberianas, Dios envió a este sacerdote ejemplar a alimentar con su cuerpo y su sangre, a su rebaño más necesitado.
Somos hijos del Padre Celestial
Después de acompañar al padre Walter en su misión, comprendemos que los momentos difíciles, que Dios permite, también son una bendición.
Ahora, cuando paso y veo en la biblioteca el lomo de este libro, me parece que el padre Walter me grita: ¡Declárate en bancarrota y fíate de Dios!
Cuando nos abandonamos a la voluntad de Dios, la vida cambia para siempre. Aunque transitemos por valles oscuros, con los ojos bañados en lágrimas, vamos tranquilos porque ahora ya sabemos que el Señor siempre nos está mirando. Entonces, todo lo que permite en nuestra vida -por muy triste que sea-, es Su voluntad, y eso basta para volver a sonreír y vivir en paz.