En la infancia de nuestra cultura, Heráclito dejó escrito que «la guerra es el padre de todas las cosas». La guerra es una actividad frecuente entre los hombres de todos los tiempos. Y es, también, ocasión a partir de la cual surgen "todas las cosas", las mejores y las peores, del heroísmo a la vileza.
La última gran guerra que ha tenido lugar en suelo europeo no ha sido una excepción en ese sentido.
Los Joffo son una familia judía afincada en París. Joseph (1931-2018) contaba diez años cuando las cosas empezaron a ponerse mal; su hermano Maurice tenía dos años más. Los padres ven con preocupación la marcha de los acontecimientos y toman medidas que desencadenan la acción; que, años después, recrearía Joseph en Un saco de canicas (Un sac de billes, 1973).
Esta obra tiene, como el Diario de Ana Frank, la frescura y enfoque de los hechos vistos y vividos por niños; y, como El niño del pijama de rayas (The Boy in the Pyjamas, 2006), el oficio de una buena literatura (en el caso de Joffo, ayudado por el escritor Claude Klotz).
Aprendiendo a odiar
El primer día que los niños tienen que ir al colegio con la estrella cosida, la reacción de los otros niños es de admiración y envidia. Interpretan la estrella como una medalla o una condecoración. De hecho, uno de ellos le propone cambiar la medalla por una bolsa de canicas: «Mi estrella. Por una bolsa de canicas. Fue mi primer negocio».
Pero en muy poco tiempo los niños se ven influidos por el odio. Odio a los judíos que, según la propaganda, son los culpables de la guerra.
La siembra del odio, la despersonalización de aquellos a quienes se decide utilizar para embrutecer al resto, es algo muy estudiado (entre otros por Arendt en Los orígenes del totalitarismo, 1951).
Pero en Un saco de canicas no hay una reflexión al respecto. Se trata de «dos niños en medio del galimatías de los adultos». La guerra es un galimatías de los adultos. Joffo no lo entiende y ha de limitarse a sobrevivir y transmitir las impresiones de unos niños ante lo que se les viene encima.
Así, por ejemplo, mientras en Eichman en Jerusalén (1963) Arendt expone la moderna banalidad del mal, la conexión entre eficiencia técnica y amoralidad como característica de los modernos totalitarismos (nazismo y comunismo); en Un saco de canicas encontramos idéntica observación, pero tal como la experimenta un niño recluido por las SS. «¿Cómo pueden ser a un tiempo asesinos y chupatintas quisquillosos y aplicados?».
Carrera contra la muerte
En esa carrera contra la muerte, hay gente que les ayuda y gente que intenta aprovecharse de ellos; hay momentos deliciosos como cuando unos niños parisinos ven el mar Mediterráneo por primera vez; hay golpes de suerte (son detenidos por la SS un viernes, cuando ya habían cubierto el "cupo" de judíos que tenían que deportar. Eso les da tiempo para organizarse; un amigo que ni siquiera era judío, es detenido en un momento en que el cupo no estaba cubierto y es uno de esos a los que no volvió a ver nunca).
Al principio de su viaje, en el tren hacia Dax, un sacerdote se da cuenta de su situación. Dice que esos niños van con él. Pasado el peligro, el sacerdote les invita a desayunar.
Cuando se despiden, le dan las gracias porque «ha mentido diciendo que íbamos con usted». Por cosas como esas, han deportado a gente: a quien ayuda a un judío se le aplica el mismo castigo. El sacerdote les dice: «No he mentido […] vosotros estabais conmigo, como lo están todos los niños del mundo. Incluso es esta una de las razones por las que soy sacerdote, para estar con ellos».
Idéntica actitud describe cuando, capturados por las SS, se les ocurre decir que son católicos y que han hecho la comunión. Acuden a un párroco que, sin conocerlos ni dudarlo, falsifica los papeles.
"La guerra me robó la infancia"
El oficial al mando, al mirarlos, exclama: Das is falshe, son falsos. El obispo de enfrenta al oficial que, por prudencia, prefiere que se le escapen dos judíos antes de provocar un conflicto con la Iglesia. Esto les da a los hermanos Joffo un nuevo respiro, un aplazamiento, un impulso para seguir burlando a un galimatías que mata.
Acabada la guerra volverán a París, a la casa y al negocio familiar. Pero no estarán todos. Alguno fue visto por última vez subiendo a un tren camino a un campo de concentración.
El autor ha sobrevivido para contarlo y mostrar las heridas. El “galimatías” es hijo del odio. Ha vivido una explosión colectiva de odio fomentado con mentiras.
Y esa atmósfera malsana ha provocado la muerte física de algunos y el daño espiritual a las almas que han sido violentadas, violadas; privadas del ambiente que les hubiera permitido un desarrollo armonioso. Les ha obligado a forjar su personalidad en un entorno insano: «la guerra no me ha quitado la vida, pero seguramente ha hecho algo peor, me ha robado mi infancia, ha matado en mí el niño que hubiera podido ser».
La guerra dio héroes y villanos pero todos con heridas que recuerdan la fragilidad de la condición humana.