Dejar de esmerarnos y no concluir el propósito inicial es lo que nos sucede a muchas personas a lo largo de la vida.
Se desvanecen las ganas y el gusto por continuar haciendo lo que ya habíamos iniciado. Es una especie de pereza, que acaba por mutilar y dejar de hacer lo que antes sí queríamos realizar.
Hay muchas personas que empiezan con gran entusiasmo un proyecto y poco tiempo después lo abandonan para muchas veces dejarlo allí sin hacerle ya nada nuevo. Por eso somos tantas las personas que comenzamos a leer un libro y lo dejamos sin terminar. Allí se queda estorbando, sin que ni siquiera volvamos a intentar seguir leyendo.
El desánimo, el desaliento y la falta de interés pueden ser una de las causas más comunes que influyan directamente en nuestra mediocridad. Muchos asuntos se quedan a medias, simplemente porque nos habituamos a ser mediocres y porque a nadie le va importar si sigues o no algo.
Como muchos hemos crecidos con esa lamentable tendencia, no la logramos erradicar de nuestras vidas y nos siguen afectando en varias actividades.
La mediocridad requiere luchar en contra de ella y no dejar que prolifere. Porque acaba con muchas buenas ideas e intenciones que nos podrían ayudar a prosperar si las lográramos concluirlas.
En definitiva, es un mal que tenemos que corregir. Así, haremos posible el siguiente paso: asegurarnos de terminar lo que empezamos, por pura disciplina. Hay que dejar los pretextos y las justificaciones a un lado y conseguir llegar al final de lo que iniciamos en algún momento atrás.
Fuerza de voluntad
Ahora ya sabemos que un mediocre no es aquel que hace mal las cosas, sino que hace mal al no terminarlas. Es cuestión de fuerza de voluntad, para que cuando empieces algo, le pongas todo tu empeño y ánimo para lograr llegar hasta el final.
Así que dejemos de ser mediocres en muchas de las cosas que hacemos. No más libros sin terminar de leerlos.
Fuera la tibieza
Desde otra perspectiva, es dejar de ser tibios al no ser capaces de dar nuestro mejor esfuerzo, al quedarnos conformes con menos de lo que podemos hacer.
Si prometemos algo, pues a cumplirlo plenamente. Si nos proponemos un proyecto laboral o una tarea social, pues a llevarlos a cabo hasta sus últimas consecuencias.
En el amor
Tener carácter es dar testimonio pleno de aquello que profesamos y no andar con medias tintas de que hoy si lo hago y ya mañana no. Muchas personas inician con mucho entusiasmo una relación y después la van descuidando, hasta ya no ponerle interés ni suficiente dedicación. Por supuesto que así se acaba pronto. Han sido esfuerzos tibios, muy inconstantes y finalmente mediocres.
Como los que empiezan una dieta o a ir al gimnasio, y al transcurrir las semanas lo van abandonando hasta de plano dejarlo.
¿Cómo amar de verdad?
La consigna fundamental que hemos recibido es amar con todas nuestras fuerzas (cfr. Mt 22, 37-39) con todo nuestro corazón. No con poco, una parte o de vez en cuando, sino ejerciendo la perseverancia, la vitalidad que nos regala la constancia.
Y para lograr esa tenacidad hay que mantener viva nuestra lucha a toda costa. Necesitamos cultivar el esfuerzo, practicarlo diariamente, con la confianza plena de que estamos cumpliendo con lo que más vale la pena realizar.
En eso consiste la virtud de la templanza, en asegurarnos el dominio de todo aquello que impide lograr que alcancemos nuestras metas. Puede ser desde nuestra pereza hasta los instintos o impulsos que nos distraen del camino que nos conduce a la plenitud de amar cuanto somos capaces de hacerlo.
Amar el bien en todos nuestros actos, no solo en unos sí y en otros no. Es un empeño total por asegurarnos de que la gracia del amor de Dios se cumpla en nuestros corazones y nosotros mismos seamos testimonios de esa fuerza total.
Trata así a tus hijos, a tu pareja, a tu familia, a tus amistades. Haz tu trabajo con todo el talento y entrega de la que eres capaz. Sin tibieza ni mediocridad. Que se note que estás haciendo tu máximo esfuerzo, como un atleta lo hace al cierre de la competencia para alcanzar a hacer su mejor tiempo y llegar a la meta como vencedor.
No es hoy sí y mañana no. Es todos los días y en todo momento. Porque queremos vivir amando con todas nuestras fuerzas y con todo el corazón.
Por ello tiene más sentido aquella frase de que el Señor vomita a los tibios. Porque no hacen bien las cosas, las hacen a medias, no son constantes y -lo peor de todo- no se esfuerzan al máximo.