—Conozco muy bien a alguien que, sin ser un mediocre, vive al día muy despreocupado, y no solo goza de una salud envidiable, sino que representa menos edad de la que tiene. La verdad, yo esperaba que, a estas alturas de nuestras vidas, por mi posición económica, él me envidiaría, y comienzo a reconocer que es al revés —comentaba en consulta, con tono depresivo, un señor recién entrado en la tercera edad.
—¿Qué me cuenta de sus otros amigos? —Le pregunté con mucho tacto.
—He perdido a algunos, y vaya que es cierto eso de que nadie sabe para quién trabaja. Estaban siempre ocupados en sus negocios, haciendo dinero. Los recuerdo con cara de preocupación por sus responsabilidades. Pero la salud no se compra, y menos a la hora de una enfermedad grave. Ahora sus herederos llevan una vida placentera, al menos en lo material.
Lo cierto es que mis amigos fallecidos, no parecían ser del todo felices, y en eso me parezco a ellos, regreso de un viaje fabuloso considerándome un hombre renovado, y al poco tiempo estoy igual si no peor, sintiéndome vacío y achacoso, preso de la rutina. ¿Qué me dice usted de todo ello?
Qué nos ocurre con la edad
—Pasa que todos, al nacer, lo hacemos con cierta predisposición genética a algunas enfermedades, a lo cual sumamos desgastes por las pruebas inevitables de la existencia, las malos reacciones de nuestros temperamentos, y detonantes, como lo son los malos hábitos en el comer, beber y falta de ejercicio, entre otros.
—Algunas de las cosas que menciona fueron inevitables para mis amigos, y lo son para mí.
—Aun así, lo cierto es que lo que más nos enferma, es no saber controlar o evitar en lo posible los pensamientos negativos, a los que, por así decirlo, tenemos una forma de adicción consciente o inconsciente, y es posible que eso explique lo de la cara de preocupación de sus amigos.
Vivir desprendido
Seguramente, ese amigo suyo que goza de cabal salud, más que pobre, ha sabido vivir desprendido de muchas cosas que pudieron causarle preocupaciones, lo que le ha permitido vivir con el plus de una buena salud.
Dicho de otra manera, ha sabido vivir “en sabio”, y, por lo tanto, ser a su manera, un hombre “rico”.
Por el contrario, existen personas adineradas tan pobres emocionalmente que lo único que tienen es dinero.
—Ahora que lo comenta, reconozco que este buen amigo, sin dejar de ser realista, logra conservar el optimismo, a pesar de las pruebas de las que nadie escapa. ¿Será ese su secreto?
¿Será ese su secreto?
—Para explicarlo, volvamos al punto de reconocer que son muchas las formas de pensamientos negativos, desde obsesiones patológicas, como el temor a lo incierto o la muerte; pasiones malsanas causadas por resentimientos, frustraciones, envidias, y un largo etcétera. Y todas las llegamos a padecer, de un modo u otro.
—En mi caso, el etcétera es tan largo que no sabría por dónde empezar, la verdad.
De qué depende la felicidad
—Existe una forma. Si reconocemos que “la felicidad depende de la interioridad de la persona más que de los factores externos”, entonces se descubre un atajo a esa larga lista que usted menciona. Consiste en conquistar nuestra interioridad con virtudes humanas y espirituales que vayan haciendo cada vez más contrapeso a los momentos difíciles.
Un proceso en el que se pueden aprender a controlar los pensamientos negativos, pensando y haciendo lo contrario de lo que ellos sugieren… como su amigo.
Este viraje es “un antes y un después”, que científicamente está comprobado, puede traducirse en salud y longevidad, pues con él se conquista la libertad y la paz interior.
En la oscuridad de la noche, en un largo viaje por mar. Dos viajeros miraban por la borda, uno sobrecogido observaba la negrura de un mar profundo… el otro, veía las estrellas.
Por Orfa Astorga de Lira
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