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¿Tienes espíritu de peregrino?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 07/09/22
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La vida es como un camino hacia un lugar sagrado y ciertas actitudes son básicas para alcanzar la meta. Una bonita reflexión del padre Carlos Padilla

Me gusta el espíritu de aquel que peregrina. Deja su casa, su tierra y se pone en camino. El camino para él comienza el día en el que lo deja todo y se pone a andar.

No puede cargar con muchas cosas porque no llegaría muy lejos. No sabe bien lo que le hará falta en el camino, no puede preverlo todo.

Puede ser que no cuente con todo lo que un día necesite. No importa, sabe que tiene que ir ligero de equipaje.

Sabe hacia dónde va, sueña con su meta final y el deseo de llegar hasta allí mueve su corazón. Sabe que tiene que dejar atrás lo que le pesa para llegar al final.

Pero no sabe cómo van a ir las cosas en el camino. No conoce el perfil de cada etapa. No ha estudiado todos los lugares por los que va a pasar.

No pierde la paz antes de salir haciendo cálculos. No lo programa todo. Cuenta con la incertidumbre del camino.

No le tiene miedo a las contrariedades que puedan surgir. Sabe que en la vida no se puede calcular todo. No todo puede estar controlado.

El peregrino necesita soltar, confiar, abandonarse en las manos del Dios de su camino.

Una meta: encontrarse con Dios

Me gusta esa mirada del peregrino. No llena su equipaje de mil cosas posibles. Es libre de tantos apegos.

Puede que le hagan falta cosas una vez se ponga en marcha, pero no le preocupa. Le mueve un impulso, llegar a un lugar santo. Por eso es peregrino.

No es simplemente un caminante. Es un hombre enamorado de Dios que quiere encontrarse con Él en medio de sus pasos y al final de estos.

No le tiene miedo a la adversidad. Lo importante es la fuerza interior que va a mover su alma.

Hay que salir

El primer paso será el difícil. Tendrá que dejar su tierra, su casa, su hogar, a los suyos. Echará de menos todo lo que le da seguridad, todo lo que es confort y comodidad.

Le faltarán todas las personas a las que ama, aunque las lleve prendidas en el alma y rece por ellas.

Es más fuerte el anhelo por lo desconocido y el deseo de ver a Dios en medio de tierras nuevas que recorrerá.

Comienza el camino y empieza a vivir en presente. Todo es nuevo ante sus ojos. Todo atrae su mirada.

Su tierra será ahora la tierra que le detiene al pasar. Pierde el tiempo paseando su alma por las cosas que observa. Todo le conmueve.

Vivir aquí y ahora

Mira el presente como un momento sagrado que Dios le regala. No tiene prisa por llegar a la meta.

No vive angustiado tratando de llegar lo antes posible al siguiente albergue en el que pasará la noche. Vive del momento.

Hace de la tierra por la que pasa su hogar momentáneo. Allí descansa, mira, contempla, calla.

Guarda silencio porque el peregrino, mientras camina, deja pasar por el alma la vida pasada con calma, sin palabras, callado.

Recuerda a los que lleva consigo al lugar santo. Y pide por sus intenciones, reza por sus dolores.

Los presenta ante ese Dios peregrino que lo cuida en sus manos, ante esa Virgen peregrina que lleva pegada al pecho.

Apertura al amor de Dios

Escucha al Dios de la vida que le va susurrando al oído cuánto lo quiere. Porque así es el camino, un regalo de Dios, una oportunidad para dejarme amar por el Dios de mi historia.

En medio de los pasos del presente camina el peregrino buscando que Dios le diga lo que necesita oír.

Su herida es la del amor. Porque quizás no siempre se ha sentido amado como es, valorado en su pobreza.

Ha experimentado el rechazo, o el fracaso en el amor, ha salido herido de las luchas de la vida y ha pensado que no merecía ser amado, acogido, aceptado.

Y esa herida honda le duele tanto que necesita tocar un amor incondicional de Dios en su alma.

Necesita saber que Dios lo va a querer siempre pase lo que pase. Que nunca va a dejar de amarlo hasta el extremo.

En el camino notará en su espalda el abrazo de María. Caminará con Ella sin miedo porque lo protege, lo guarda como una columna firme y segura.

La vida tiene cuestas y montañas

Ese Dios con el que camino no me libra de las altas montañas que necesito ascender. No detiene la lluvia que hace más pesado y duro mi caminar.

No hará que el sol sea menos fuerte cuando parece que me va a calcinar. Dios no quita los obstáculos, no acaba con los contratiempos de la vida.

Parece no allanar las montañas y no elevar los valles. Él no elimina la enfermedad ni la muerte.

Y además ese Dios al que amo, por el que camino, ese Dios que tanto me ama no me asegura que me va a ir bien cada día, cada etapa.

Me da las fuerzas suficientes para cada etapa del camino. Pondrá una fuente con agua fresca cuando sienta que me faltan las fuerzas debido al calor.

Pondrá un lugar cubierto cuando me atormente la lluvia del camino. Me dará una vista maravillosa para que mis ojos se relajen contemplando la inmensidad de la naturaleza.

Agradecimiento también en los desafíos

Ese Dios me acompaña y me dice que podré caminar un día más cuando me levante. No me dice con seguridad que el día de mañana también será posible llegar al final de la jornada. Eso no sería real.

La vida está llena de desafíos desconcertantes. Al peregrino le basta la gracia de su Dios para un día, para el presente, para el momento que vive, para la tierra que camina. El mañana tendrá su propio afán.

Pero yo tiendo a agobiarme pensando en el mañana. Me quita la paz todo lo malo que puede llegar a sucederme. Me angustio ante eventualidades que tal vez nunca lleguen a suceder.

Confiar en lugar de quejarse

El peregrino disfruta la vida hoy. Sufre la vida del momento. Si hace calor lo sufre sin enfadarse con ese Dios que lo permite.

Si llueve no maldice a Dios que no aparta de su camino las nubes. Si está enfermo y sufre al caminar no le echa en cara a Dios por haber perdido la salud. Eso no es lo importante.

El peregrino cree que Dios lo va a proteger siempre. Por eso no vive quejándose ante las dificultades. No se amarga cuando no todo sale como él esperaba.

Simplemente camina cada día como si fuera el último. ¿Podrá llegar a la meta de sus sueños? ¿Podrán tocar sus manos las piedras santas? No lo sabe, pero confía.

Por eso se puso en marcha. Porque creía en la llamada de Dios. Él lo invitó a dejarlo todo para ponerse en camino.

Habrá momentos de fatiga en los que piense que no va a poder seguir. Pero él no duda, no se desespera, no deja de intentarlo.

Dios le dará las fuerzas que ahora le faltan. Estará a su lado.

Siempre con esperanza

En el camino conocerá a otros peregrinos que le hablarán de sus sueños, de sus anhelos, de sus miedos. Y él compartirá con ellos los suyos.

Porque el peregrino no ha llegado aún a su meta. Sigue en camino. Falta mucho para llegar al día en el que sus brazos se enreden en el cuello de su amado.

De momento seguirá luchando y creyendo. Un día más, un día menos de camino.

Cada día comenzará con ilusión. Cada noche agradecerá el esfuerzo, la protección de Dios y la luz de aquellos con los que compartió sus pasos.

Dejará los miedos fuera de su corazón. No vivirá angustiado queriendo controlar la siguiente etapa.

Se abandonará en el poder de Jesucristo, su amigo. Con Él se hizo peregrino. Sólo por Él estuvo dispuesto a dejarlo todo y seguir sus pasos.

Sólo por amor a Él supo que la vida estaría llena de incertidumbres y a veces le costaría controlar los miedos.

Pero confiaba en que la promesa de Dios en su vida se haría un día realidad.

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