La credibilidad es algo que busco en todo lo que hago. Deseo que lo que vivo sea creíble. Que mis palabras sean dignas de confianza.
Que cuando digo una cosa sea porque quiero hacerla. Que si me comprometo un día haga realidad mi compromiso. No quiero cambiar de opinión de un día para otro.
Me gustaría ser una roca firme. Que lo que hoy afirmo mañana siga siendo verdad en mi vida. Eso me hará digno de confianza.
Sé que una persona creíble es aquella cuya vida está en consonancia con lo que dice, con lo que piensa. Hay una coherencia en su estilo de vida. Se presume que es veraz y auténtica.
Un bien frágil
La credibilidad de una persona puede desaparecer muy fácilmente. Basta con verter unas palabras que siembren la duda y la sospecha sobre su fama, su presente o su pasado.
Una acusación sin fundamento. Un comentario mordaz fuera de lugar.
Normalmente el que se expone tiene más frentes abiertos que pueden ser atacados. Es más fácil que no a todos les guste lo que hace, lo que vive, lo que dice.
El que calla y se esconde tiene menos miedo, menos peligro de ser juzgado.
Solo aquel que hace cosas pueda hacerlas mal. Puede equivocarse porque nadie es perfecto. El que no hace nada comete menos errores. Cuando intento hacer el bien puedo cometer errores. Como decía santa Teresa:
La importancia de la honestidad
Intento hacer el bien siempre, decir la verdad y ser coherente en todo momento. Pero puedo caer, temblar, ceder porque estoy hecho de carne elevada al cielo por el Espíritu.
No quiero dejarme llevar por el desánimo cuando eso sucede. Tampoco quiero pensar que siempre lo haré todo bien.
Ser creíble tiene que ver con mi honestidad en la vida. Con mi forma sencilla de enfrentar las dificultades.
Tengo claro que soy débil pero intento ser fiel a mí mismo, al Dios que me llama a darlo todo.
Y en el camino convivo con las sospechas, con las dudas, con los miedos, con las fragilidades de mi alma.
Por eso me abstengo de lanzar comentarios negativos de nadie sin fundamento. No dejo que mi ira interior se transforme en acusaciones que pueden ser falsas.
Y la fuerza de la realidad
Para Dios mi vida es creíble porque conoce todo de mí. Me ama y ha mirado mi alma y sabe todo lo que hay en ella. El bien y el mal habitan en mi interior. No le sorprende.
A mí sí me sorprenden las personas y también yo mismo en mis caídas. Miro a los demás y sólo veo caras, no corazones.
Los idealizo pensando que ellos sí son veraces, honestos, auténticos. Y me siento engañado cuando veo cualquier fragilidad, cualquier herida.
Me indigno por su falta de verdad. Pero puede que yo mismo sea el culpable al poner en los otros unas expectativas que no pueden cumplir.
Quiero que el mundo sea mejor de lo que es y hago lo posible intentando pintar amaneceres. Como leía el otro día:
El poder de las palabras
Las palabras son más importantes de lo que pienso. Hacen bien cuando están llenas de luz. También pueden confundir, matar la fama, difamar, herir.
Las palabras son sagradas y en ocasiones me veo sirviéndome de ellas sin cuidado, sin madurez.
No tengo derecho a decir cualquier cosa a los demás. Mi libertad de expresión no es sin límites. Hay barreras que no puedo traspasar.
No puedo hacer daño de forma gratuita, no puedo ofender, no puedo herir impunemente, no puedo verter sospechas para acabar con la fama de alguien.
Dios tiene la última (bella) palabra
Al final del camino Dios es el único que sabe quién soy. Él ama mi verdad. Conoce mis límites y sabe cuáles son mis pecados, ya me los ha perdonado incluso antes de decirlos en alto.
Pero la imagen que transmito a los demás no está bajo mi control. Aun haciéndolo todo bien sé que siempre algo podrá salir mal.
Aun queriendo amar a todos con delicadeza y ternura sé que no siempre todos se sentirán amados.
Aun intentando dar luz en medio de las sombras habrá momentos en los que la noche y las sombras sean más oscuras que mi luz y no pueda hacer nada.
Sin Dios en mi interior nada consigo, porque sólo Él logra vencer la tristeza. Sin luz dentro de mí no podré acabar con las noches. Sin esperanza en mi alma no podré abrirles ventanas a los que viven sin paz.
El camino de la paz
Me gusta creer en la credibilidad de las personas. No me importa que fallen y caigan porque tienen defectos y límites, como yo mismo.
No cuelgo sobre ellos la piedra del desprecio cuando no logran hacer lo que prometieron. Tampoco pretendo canonizarlos en vida cuando envidio lo bien que lo hacen todo.
Admiro la belleza en las obras humanas. Me llena de paz ver lo que hacen muchos sembrando ilusiones. Dando paz con palabras y con gestos. Abriendo caminos para crecer y mejorar.
Es así cómo se cambia el mundo, sembrando semillas por todos lados. Se cambia con mi deseo firme de ser fiel, de dar la vida, de mantenerme en la huella que ha dejado Jesús.