Con tan solo 43 años, el sacerdote benedictino Geoffroy Kemlin ha sido escogido superior no solo de la histórica abadía de San Pedro de Solesmes, en Francia, sino de toda la congregación de Solesmes, a la que están adscritos 24 monasterios benedictinos de monjes y ocho de monjas en todo el mundo, entre ellos los españoles de Santo Domingo de Silos, San Salvador de Leyre y el Valle de los Caídos.
Actualmente, estas comunidades están conformadas por unos 600 monjes, así como por 175 monjas y 115 religiosas siervas de los pobres (oblatas benedictinas adscritas a la congregación).
La abadía de San Pedro de Solesmes, con más de mil años de vida (fue fundada en 1010), es conocida en todo el mundo por haber recuperado el Canto Gregoriano en el siglo XIX, recuperando su interpretación musical original.
En esta entrevista, el joven abad revela algunos de los temas que trató con el Papa Francisco al ser recibido en audiencia privada el pasado 5 de septiembre.
– ¿Por qué se ha reunido con el Papa Francisco?
La semana pasada tuvo lugar el sínodo de abades benedictinos en Subiaco (abadía fundada por San Benito en la primera mitad del siglo VI cerca de Roma). Esta reunión anual debería haberse celebrado en Polonia, pero debido a la guerra en Ucrania y a la acogida de refugiados en el monasterio que debía recibirnos, decidimos venir a Subiaco.
Como acabo de ser elegido abad, he aprovechado mi estancia en Italia para estar unos días en Roma, para conocer la sede de la Orden de San Benito en Roma, San Anselmo, y visitar algunas congregaciones. Con un poco de audacia, pedí ser recibido por el Papa y me concedió una audiencia.
– ¿Cómo fue esa audiencia?
Fue un momento muy bonito. El Papa fue muy paternal y fraternal conmigo. Yo venía con preguntas sobre la liturgia, tras la publicación de la carta apostólica en forma de motu proprio sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970 Traditionis custodes, en 2021. Me ha aclarado algunos puntos y me siento satisfecho.
En cuanto a la forma de hacer las cosas en Solesmes, su respuesta fue interesante. Me dijo: «Estoy a dos mil kilómetros de tu monasterio. Eres un monje, y el discernimiento es algo propio de los monjes. No te digo ni ‘sí’ ni ‘no’, pero te dejaré discernir y tomar tu decisión». Este consejo, que el Papa ya había dado a los obispos franceses que vinieron a verle, es muy paternal.
Por lo tanto, me siento muy libre y tranquilo. Cuando tenga que tomar una decisión, sé que haré lo que quiere el Papa Francisco.
– ¿Sentía usted que el Papa es consciente de las turbulencias que la Traditionis custodes ha provocado en ciertas partes de la Iglesia?
Le conté cómo se ha percibido este texto en Francia y por qué han provocado malentendidos entre los católicos que se sienten vinculados con la forma extraordinaria del rito romano [la misa en latín según el misal precedente al Concilio Vaticano II].
Me explicó cómo habían sucedido las cosas. Me parece que ya estaba al tanto de la situación e incluso me aseguró que lo que le contaba ya se lo habían trasmitido por otros canales. Salí de esta reunión tranquilizado y fortalecido en mi papel de abad para discernir las situaciones. Esta confianza del Santo Padre es muy apreciable.
– A diferencia de su predecesor Benedicto XVI, el Papa Francisco parece estar más alejado de la tradición monástica benedictina. ¿Cómo les inspira a ustedes espiritualmente este pontificado?
Nos invita a no contentarnos. El Papa Francisco nos hace reflexionar sobre nuestro modo de vida. Nos invita a redescubrir nuestros valores y nos pregunta por qué son importantes para nosotros. En cierto modo, nos arraiga en nuestra vida de monjes benedictinos. El Papa también nos ayuda a corregir ciertas cosas, como sentirnos acomodados, conformarnos con vivir en clausura sin preocuparnos de lo que ocurre fuera. Eso no es el Evangelio.
No creo que podamos oponer a los papas entre sí. Por supuesto, Benedicto XVI tenía una evidente sensibilidad por San Benito. Pero los papas conforman una continuidad y cada uno aporta una pequeña nota. Sería un gran error descartar a un Papa porque no se parece a sus predecesores. Siempre hay algo que aprender de un Papa. Al menos eso es lo que el Espíritu nos llama a vivir.
– El tema de las periferias es central para el Papa Francisco. Desde 2013, llama a los fieles católicos a salir del propio confort. ¿Cómo recibe un monje esta llamada a salir a las periferias?
A nuestras hospederías llegan lo que podríamos llamar «buenos cristianos», vienen a recargar las pilas. Pero hay muchas personas, de otras religiones o no creyentes, que también llaman a nuestra puerta. Son las «periferias» que vienen a visitarnos. Creo que, en cierto modo, los monasterios atraen a estas periferias.
Y el Papa Francisco nos invita a acogerlos de verdad. Así es como acogemos su llamada, no saliendo de nuestros muros, sino estando disponibles y atentos a los que vienen a visitarnos.
– ¿Qué cree usted que atrae a esas personas?
Creo que es nuestra forma de vida radical, una vida que es diferente de todo lo que puedes encontrar en el mundo. Probablemente vienen a buscar refugio. Tenemos que dejarnos interrogar, preguntarnos qué quiere el Espíritu que hagamos cuando nos encontremos con esas personas.
Debo atestiguar que, muchas veces, el monje encargado de la hospedería o el monje encargado de la recepción se me han acercado y me han dicho: «He conocido a una persona que, al verla, a primera vista, me ha hecho retroceder; pero pensando en lo que nos enseña el Papa Francisco, me he dicho que esas son las periferias, por lo que no debemos dudar y acogerlas».
– El año pasado, el Papa Francisco puso en marcha el sínodo sobre la sinodalidad, un vasto proyecto de dos años de duración que finalizará en octubre de 2023. ¿Cómo participa un monasterio benedictino en dicho sínodo?
Tenemos en la Regla de San Benito el famoso tercer capítulo en el que se habla de la sinodalidad. Benito explica que el padre abad tiene un poder absoluto en el gobierno de la comunidad, pero que para cada decisión debe asesorarse.
Si el asunto es importante, debe consultar al Capítulo. Benito aclara que debe pedir la opinión de todos los hermanos, incluidos los más jóvenes. Para las decisiones menos importantes, el padre abad consulta a su Consejo, que hoy en día es en parte elegido por la comunidad y en parte nombrado por el mismo abad.
– El ejercicio de la sinodalidad, ¿es algo difícil en el día a día?
Es algo que tiene sus trampas. Hay un proverbio africano que dice: «Si quieres ir rápido, ve solo; pero si quieres llegar lejos, camina con otros». Esto es cierto en todo momento. Nos parece que trabajamos más lentamente en equipo, pero es más fructífero para la vida monástica. Implicar a los monjes en un proyecto también contribuye a que lo acepten.
– En este tiempo de sínodo, ¿los monjes tienen algo que decir a la Iglesia?
La Regla de San Benito es ciertamente muy útil. De hecho, se menciona en los documentos del sínodo. En el documento preparatorio, por ejemplo, está escrito que San Benito subraya que «a menudo el Señor revela la mejor decisión» a quienes no ocupan cargos importantes en la comunidad. Así que los organizadores del sínodo ya han recurrido a la regla benedictina.
Por nuestra parte, los monjes también debemos asegurarnos de no vivir al margen de lo que pedía San Benito.
– La Iglesia en Occidente está en crisis. El número de bautismos disminuye inexorablemente y también el número de vocaciones sacerdotales. Sin embargo, a veces se tiene la impresión de que esta crisis perdona a los monasterios. ¿Cuál es la situación?
En Solesmes, quizá seamos menos conscientes de esta crisis. Nuestra casa de huéspedes está llena y tenemos gente en misa los domingos. Pero esto no se parece en nada a los años sesenta del siglo pasado, cuando había que reservar para venir a misa. Me decían que había una cola que llegaba hasta la calle.
Si bien no experimentamos un descenso en el número de personas que vienen a nuestra hospedería, sí vemos un descenso en las vocaciones. La crisis de las vocaciones no se sintió realmente en los años setenta, cuando se nos percibía como monasterios "conservadores".
No experimentamos las turbulencias del período posterior al Concilio Vaticano II. Pero a partir de los años noventa, los números comenzaron a descender. En 1995, había unos 25 novicios; hoy tenemos cuatro. Actualmente, somos 42 hermanos en total. Es un gran número, es verdad, pero éramos unos cien hace unos cuarenta años.
Ahora bien, eso no me preocupa. En la historia, como sabemos, hay fluctuaciones. En la primera mitad del siglo XIX, por ejemplo, había muy pocas vocaciones. Y, si en Europa, nos afecta esta crisis, no ocurre lo mismo en otras regiones del mundo, como es el caso de África, donde ya no saben dónde acoger a los postulantes.
Traducción de Matilde Latorre