Se llaman Bearded Villians (barbudos villanos). Nacieron en Estados Unidos pero tienen presencia en los cinco continentes, salvo Corea del Norte. En Asia es más complicado por un tema cultural que hace extraña a la barba. Pero ellos, por nada de esta vida se afeitan. Más bien la condición es que ella crezca, como mínimo, 4 centímetros.
Dirían los españoles, una barba en toda regla es requisito indispensable. Se visten al más puro estilo rockero americano, todos están tatuados y sus largos cabellos van más allá de la moda o la rebeldía. Son otra cosa. De verdad, otra cosa.
En Venezuela, aunque no son muchos, están en varios estados del país. Se reúnen, planifican acciones, todas destinadas a la ayuda al necesitado, son exigentes con las características personales y espirituales del que entra en sus filas y todo lo hacen por amor al prójimo.
No perciben remuneración alguna ni esperan reconocimiento. En Venezuela hoy, en medio de tantas carencias y dificultades, se las arreglan para encontrar maneras de asistir a los que nada tienen. Su perfil es bajo y cuesta que declaren, pero conversaron con Aleteia.
En cada país tienen un «embajador» que, en otras palabras, quiere decir que ejerce como Oficial de Capítulo de Venezuela. Su nombre es Luis Alberto Itanare.
Perritos callejeros que revelaron una vocación
Si bien este movimiento comenzó en los Estados Unidos, para Luis Alberto el enrolamiento fue curioso e imprevisto. Siempre había tenido la inquietud de ayudar a los demás y lo practicaba junto a su hermano.
Un buen día, asomado al balcón del piso familiar y, sin tener «absolutamente nada que hacer», observaba por el balcón. De repente, de la nada, en la acera armaron un puesto para atender a perritos callejeros. Los hermanos bajaron a ver de qué se trataba y de inmediato se pusieron a ayudar a las chicas que lo atendían.
«Para ese momento no tenía barba pero exhibía unos amplios y poblados mostachotes -cuenta divertido-. De repente escucho a uno alabar mis bigotes, lo cual nunca esperé escuchar. El tipo me dice que si no he pensando en dejarme crecer la barba y yo no entendía. Comenzó a hablarme de este club, del movimiento al cual hoy represento y consideré el asunto. Me explicó acerca de la hermandad que constituía el núcleo del trabajo, la importancia de hacer caridad y la cosa me gustó». Luego lo llamé y lo demás es historia.
El «embajador»
Luis Alberto vela porque cada uno de los miembros del grupo dedique parte de su tiempo a realizar actos de caridad.
«Estamos muy conscientes –dice- de que la gente se lleva un impacto extra con nosotros, pues lo primero que tienden a pensar cuando nos ven es que pertenecemos a un club de motociclistas, de esos que pasan por calles y autopistas atemorizando con su aspecto y el ruido de sus potentes motores. Pero no, sólo jugamos con la imagen para tratar de transmitir la idea que no debemos juzgar a los demás por su apariencia, de que un libro no es su portada. Aquello de que el hábito no hace al monje. Todos tenemos barba, es un requisito, pero nuestro fin último es la caridad».
Los pilares
Los pilares que sostienen su obra caritativa son hermandad, respeto, familia y lealtad. En Venezuela están desde el año 2017.
«Para el cierre del 2021 teníamos un total de miembros parchados, lo que significa que han pasado procesos y requisitos para unirse al grupo y considerarlos miembros de pleno derecho. A ellos los llamamos hermanos. Tenemos en el mundo 4.379, distribuidos en 150 capítulos. Suecia es el más grande con 300 miembros para esa fecha. En Venezuela, en este momento, somos sólo 15 en lo que conocemos como la Gran Caracas. Varios están en este momento en otros lugares del país, lo que implica que pronto ampliaremos el número de miembros comprometidos, pues tenemos solicitudes de varios interesados en compartir nuestra misión».
Se están expandiendo poco a poco, sin prisa pero sin pausa como solemos decir, pero siempre buscando calidad sobre cantidad.
En las iglesias era la cita
La gente se impacta fuertemente cuando se aproximan. «Pero , de repente –cuenta- cuando nos ven armando un tarantín para ponernos a cocinar frente a una iglesia a fin de dar de comer a los necesitados, lo cual hicimos por muchísimo tiempo antes de la pandemia, lo cual supuso un cambio radical para todo el mundo, entonces se acercan, preguntan. A los jóvenes les encanta vernos en funciones pues son más desprejuiciados. Pero tengo muchas anécdotas de cómo cambia su percepción la gente cuando ve lo que estamos haciendo”.
Mi bochorno
Lo interesante es que todos son profesionales. Son comunicadores, médicos, ingenieros, arquitectos. Identifican las necesidades, las comunidades, los grupos vulnerables y allí se dirigen. Son auto sustentados y eso los limita pero también hace su esfuerzo más loable. En este momento, en Venezuela es cuesta arriba armar una ONG y recibir financiamiento.
Pero con el producto de sus propios ingresos ellos hacen un “pote” común y disponen ese dinero para ayudar a otros. Por supuesto, que la colaboración que más prestan es bajo la modalidad de mano de obra. Hay ONG que preparan comidas para hospitales y ellos se anotan. Los llaman para ayudar a empacar, a repartir. «Son muchas señoras, todas muy bellas y dulces, quienes cocinan y nosotros nos encargamos de la parte ruda: subimos 8 o 10 pisos para llevar la comida a quienes no pueden salir, por edad o enfermedad».
Lo que buscamos es aliviar el trabajo a otros y el sufrimiento de tanta gente que hoy en Venezuela no tiene apoyos. Es una manera de ayudar de las múltiples que hay de ser buenos con el prójimo.
«¿Ves mi cabello tan largo? La única razón por la cual está así es porque cuando alcance el largo estimado, me harán una trenza y lo cortaré para donarlo a una fundación que hace pelucas para niños con cáncer».
Debo confesar, en este punto, que me abochorné pues ya estaba, para mis adentros, preguntándome qué hacen con esos pelos, además de barbas tan pobladas. Cuando lo explicó, algo dentro de mi quería soltar una lágrima, no se si de vergüenza o de emoción. O ambas cosas.
Somos lo que somos, producto de una educación conservadora y una época en la cual barbas y pelos largos no eran bienvenidos. Y aún no tienen licencia abierta...
«Eso es lo que hay detrás de esta pinta –apuntó- que la gente cuando nos ve a veces cruza la acera para no toparse con nosotros. He notado rechazo pero, hoy por hoy, muy poco, gracias a Dios».
Y eso es lo que ellos están haciendo, reivindicando una manera de ser y estar que puede resultar mucho más compasiva, decente y solidaria de lo que usualmente se piensa en nuestras aún bastantes convencionales sociedades.
«Activistas de las periferias»
Hay para estos «villanos» barbudos reglamentos, condiciones, requisitos como los tiene cualquier grupo, club o sociedad. Debemos tener en cuenta que el vocablo villano viene de habitantes de villas o ciudades, poblados rurales, pero ciudades al fin. De allí que ellos se consideren vecinos, como se llaman en inglés, y cultiven un marcado sentido de hermandad.
Y hoy en día, la vecindad, venida a menos debido al arrase de las grandes urbes, implica un concepto a recuperar en términos de convivencia humanista. Hoy en día, los vecinos somos la periferia de los conglomerados que ha desdibujado la convivencia entre las personas.
Pero lo más importante, aparte del particular aspecto físico, es la disposición a hacer el bien de estos barbudos. Además, deben ser decentes, íntegros, confiables y muy dispuestos.
«Somos una hermandad –explica- cuando alguno tiene un problema, allí estamos todos. Manejamos unos niveles de confianza muy altos. Los unos podemos, por ejemplo, tener las llaves de la casa de los otros y, como comprenderás, tenemos que estar muy seguros de la confiabilidad de todo el grupo, conocernos bien. Tenemos unos llamados scouts que los van guiando a la hora de entrar en el grupo».
Es un voluntariado. A nadie se le impone nada. Solo debe observar sensibilidad social, ganas de ayudar y el deseo de ser miembro de un club de hermanos.
«Uno de los nuestros tuvo un accidente con su esposa y en menos de tres horas habíamos reunido la totalidad del dinero que hacía falta para su atención médica. Hermanos de otros países se sumaron a nuestro llamado de ayuda, consiguiendo los medicamentos que eran necesarios. Siempre estamos pendientes unos de otros».
Y ahí está la magia de estos barbudos que se llaman «villanos», pero que en realidad son increíblemente compasivos y solidarios. Lo que el papa Francisco llamaría «activistas de las periferias».