Hace un año, toda España se mantenía en vilo mientras el volcán de Cumbre Vieja, en La Palma, escupía una columna de fuego y piedra fundida.
Durante 85 días la ceniza cubrió el cielo y el avance de la lava obligó a miles de personas a abandonar sus casas.
En estos últimos meses la situación no ha sido fácil. La gente se va reubicando pero en muchas ocasiones falta vivienda.
El padre Alberto Hérnandez
En este contexto, el padre Alberto Hernández -original de La Palma y encargado de cuatro parroquias (Las Manchas, La Laguna, Puerto Naos y Todoque), todas ubicadas en uno de los municipios más afectados por el desastre, Los Llanos de Aridane- ha trabajado arduamente desde el desastre hasta hoy por reconstruir lo que se ha destruido por la lava.
Tuvimos la oportunidad de conversar con él y compartió las lecciones que la población ha aprendido:
A nivel personal el volcán me ha recordado que tenemos que simplificar nuestra vida: vivir más sencillamente, tener una vida más sencilla. Se han perdido cosas materiales que son fruto de muchos esfuerzos de generaciones, pero al final son cosas materiales. ¿Merece la pena gastar la vida acumulando cosas, teniendo una casa más grande? Todo eso pasa, todo eso está sepultado. ¿No es mejor vivir sencillamente, disfrutar de las pequeñas cosas que el Señor nos regala como don, pasar tiempo en familia,...? No todo es el trabajo y generar dinero o riqueza o propiedades. Pero tenemos poca memoria. Nos pasó con la pandemia y ahora vuelve a pasar. Después de estas experiencias todos tenemos propósitos de mejorar determinados aspectos de nuestra vida, pero nos volvemos a subir al carro de la vida ocupada y las prisas, y se nos olvida. El volcán ha sido un recordatorio de que lo importante es la familia, las relaciones humanas, tener en quién apoyarnos, ellos han sido quienes nos han ayudado y resuelto las primeras necesidades. No es necesario tener más de lo imprescindible.
Efectivamente, el volcán de Cumbre Vieja se llevó por delante cultivos, hogares y totalmente a una de sus parroquias.
Lo que no se llevó fue su entrega sacerdotal generosa a los damnificados, haciendo de su propia casa un lugar de acogida a los vecinos.
Pues aunque no haya templo hay comunidad. Esa es la certeza que mantiene al padre Alberto en la lucha por reconstruir la vida que no se llevó la lava.
Después de la erupción... la reconstrucción
Durante estos últimos doce meses, la vida de los sacerdotes de La Palma ha ido mucho más allá del oficio religioso.
Sus parroquias se han convertido en lugares de encuentro de antiguos vecinos que están repartidos por la isla y se han implicado en la reconstrucción de sus barrios y comunidades.
Dos de las iglesias afectadas se han logrado poner de nuevo en funcionamiento.
Se trata de la parroquia de san Nicolás, en Las Manchas, y la de san Isidro Labrador, en La Laguna. Allí han integrado a la comunidad de la iglesia de Todoque, que colapsó pocos días después de la erupción.
Estos fueron los días más difíciles. Porque en tan solo una semana, los ríos de lava se llevaron el barrio de Todoque, iglesia y campanario incluidos.
Y el 12 de octubre del año pasado, el padre Alberto fue desalojado de su vivienda parroquial en La Laguna, amenazada por las coladas, aunque al final no llegaron a ella.
En tan solo veinte minutos, tuvieron que rescatar varias imágenes y piezas de valor de las iglesias ya desaparecidas, ha contribuido a avanzar con las reconstrucciones.
Las parroquias, lugar de encuentro
El sacerdote agradece las ayudas, y celebra que Caritas y Cruz Roja se hayan puesto de acuerdo para ayudar a los vecinos a alquilar viviendas provisionales.
Pero no hay casas que alquilar. Se están construyendo pisos prefabricados, en contenedores, y esto lleva meses; muchas personas aún no tienen vivienda fija.
Para el padre, haber abierto las parroquias ya es un pasito, porque facilita lugares de reunión.
En los barrios aún no hay lugares para tomar un café, ni comercios en los que comprar el pan a diario.
Esto dificulta la cotidianidad, y por eso la parroquia ayuda a mantener la comunidad vecinal, que el sacerdote considera muy necesaria:
Una de las lecciones del volcán, y de las pérdidas que ha conllevado (materiales, afectivas de recuerdos, de espacios que han formado parte de la vida,...) es que nuestra vida es frágil. Nos ha ayudado a tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad, de que nos necesitamos los unos a los otros. Porque la solidaridad ha sido uno de los cauces que hemos experimentado y que han contribuido a la recuperación de la "vida normal", y hemos visto la importancia de la comunidad para los creyentes, de tener momentos y espacios para compartirla. Por eso las parroquias han sido junto a otras realidades ese pequeño enclave donde semanalmente se reencuentran los vecinos que están dispersos, ahora por otros puntos, donde se mantiene un poco viva la comunidad humana que antes convivía en un espacio geográfico. Estas son las grandes lecciones que nos deja la erupción del volcán.
El padre Alberto ha instalado una cafetería improvisada en una sala parroquial para que los feligreses se reúnan tras la misa dominical.
A un año de la erupción del volcán de Cumbre Vieja, las parroquias son un lugar de encuentro.
Paciencia y esperanza
La labor del padre Hernández y de otros sacerdotes en este tiempo ha sido la de acompañar espiritualmente y socorrer materialmente en la medida que han podido.
Actualmente el padre se prepara para comenzar el primer curso de relativa normalidad en dos años, tras la pandemia y la erupción.
Por toda esta labor, el padre Alberto Hernández ha recibido el galardón Alter Christus, que quiere poner en valor y agradecer la dedicación fecunda y, en gran medida desconocida, que los sacerdotes aportan a toda la sociedad.
Junto con el padre Hernández han otorgado el premio a otros cuatro sacerdotes de diferentes diócesis de España.