Muchas películas pasan desapercibidas durante su estreno en salas comerciales, pero luego adquieren cierta notoriedad en otros mercados. Antaño esto ocurría con los alquileres en videoclubs y con los pases televisivos y hoy ocurre con las plataformas de streaming, que acaban resucitando largometrajes que los espectadores consumen y se recomiendan.
Es el caso de "Familia al instante", una agradable comedia agridulce (o "feel-good movie", como se conocen en el mercado anglosajón) que, inspirada en hechos reales que le sucedieron a su director, protagonizan los siempre eficaces Mark Wahlberg y Rose Byrne: su fama y su prestigio han aumentando en los últimos meses.
Lo más interesante del filme, sin duda y aparte del tema, es el actor Mark Wahlberg, quien en los últimos tiempos compagina el drama, la aventura y la acción con la comedia, saliendo airoso de todos los frentes. Con el director Sean Anders ya ha rodado tres películas y en las tres interpreta a un padre que suele ser torpe y despistado pero que se esfuerza tanto que acaba ganándose el corazón de sus hijos. En "Padres por desigual" compartía cartel con Will Ferrell. En "Dos padres por desigual" se incorporaban como secundarios Mel Gibson y John Lithgow. En aquellas, su personaje debía aprender a lidiar con la nueva pareja de su ex mujer y trataba de recuperar a sus retoños.
Adopción de niños residentes en hogares temporales
En "Familia al instante" Wahlberg y Byrne conforman la pareja que decide adoptar niños que residen en hogares temporales. En principio sólo les interesa una adolescente latina, Lizzy (Isabela Moner), y no quieren renunciar a ella aunque en el "pack" se incluyan sus hermanos pequeños, Juan y Lita. Asisten a reuniones de orientación para padres adoptivos, tratan de escuchar los consejos sobre lidiar con hijos no biológicos y preparan la casa para que la estancia sea lo más agradable posible.
Para lo que no están preparados es para los problemas que acarrean niños con identidades ya hechas, con su personalidad formada aunque tengan pocos años a la espalda, sobre todo Lizzy, que echa de menos a su madre (una mujer habituada al alcohol, a las drogas y a la cárcel) y se encuentra en plena etapa de rebeldía.
Aunque en clave de comedia, los protagonistas reflejan muy bien los miedos de los padres adoptivos: miedo a no estar haciéndolo correctamente, miedo a que los niños no les quieran, miedo a que puedan volver con su madre biológica, miedo a esos novios que acechan desde los teléfonos móviles, miedo a que nunca les llamen "papá" y "mamá" (cuando esto sucede, por fin, ambos lo verán como un triunfo que les procura la felicidad absoluta).
También se muestra con precisión el trámite infinito que rodea a las adopciones: el papeleo, las charlas con asistentes sociales, las comparecencias ante el juzgado de lo familiar, las tensiones con los demás miembros de la familia, los consejos de otros padres que adoptaron…
Algunos clichés de añadidura
Sanders conduce la comedia con menos dosis de gamberrismo que otras veces (pensemos también en sus guiones para "Somos los Miller", "Jacuzzi al pasado" y "Dos tontos todavía más tontos"), y la llena de los toques justos de azúcar y de contextos familiares inconfundibles: berrinches, riñas a la hora de cenar, accidentes domésticos.
Lástima que, como es habitual ahora, las grandes productoras de Hollywood sigan empeñadas en añadir lugares comunes para que nadie se ofenda. Aquí los clichés aparecen en el grupo de apoyo paternofilial: la madre soltera con afán de superación y de convertir a su futuro hijo en un modelo de persona perfecta, la pareja de homosexuales que bromea para ganarse unas risas, el matrimonio obsesionado con que Dios les condujo a ese momento…
Afortunadamente, sólo son pequeños detalles que no afectan a la trama de la película, en la que, aparte de las intervenciones de Octavia Spencer, Julie Hagerty, Joan Cusack, Margo Martindale y Michael O’Keefe, que refuerzan el tono del filme, destaca (lo repetiremos) el carisma y el buen oficio de Wahlberg, capaz de aunar en una misma escena el humor, el cariño y la torpeza. Son dos horas, repito, muy agradables.