Los niños en su pureza de corazón y alma, suelen ser grandes maestros. Aprendemos de ellos si estamos atentos a escucharlos.
1"Yo también quiero"
Ayer en la misa dominical, durante la comunión una niña muy pequeña se paró al lado del sacerdote. No se movía. Miraba atentamente como diciendo: “A todos les das eso. Yo también quiero”.
Al terminar de repartir la santa comunión el padre Manuel se inclinó con amabilidad frente a ella bendiciéndola, y le dijo algo que no escuché bien. Y la niña sonrió y volvió a su puesto con su mamá.
Ella sabía que estaba ocurriendo algo importante, aunque a esa corta edad no lo comprendiera y quería participar.
Me hizo recordar otros dos eventos distantes pero parecidos. Me parecieron maravillosos y me gustaría compartirlos contigo.
2Si Dios es tan grande, ¿cómo puede caber en el sagrario?
El Padre Pablo, un sacerdote español al que sigo en Twitter @PadrePich, publicó hace unos días una experiencia de lo más simpática con un niño de catecismo.
Le escribí: “Me encantó. Qué maravillosa curiosidad de los niños que te permite revelarnos la grandeza de Dios, para quien nada hay imposible. ¿Me lo regalas? Me gustaría usarlo en un escrito. Es sencillo y muy profundo”. Inmediatamente respondió: “¡Todo tuyo!”.
Esta fue la historia:
“Un niño de catequesis me preguntó: “¿Si Dios es tan grande, cómo puede caber en el sagrario?”
Le dije: “Dios es tan grande que puede escoger hacerse pequeño. En la Eucaristía, Dios se queda en lo que parece un trozo de pan para que lo podamos comer y adorar ¡Esa es su mayor grandeza!”.
Si lo piensas, la pregunta infantil tiene mucho sentido. Y nos enseña verdades de nuestra fe, a veces olvidadas: para Dios nada hay imposible.
3¿Eso qué es? ¿para qué sirve?
Hace algunos años me encontraba un domingo en la misa de las 6:00 p.m. en el Santuario Nacional del Corazón de María.
Estaba sentado en una de las bancas cercanas a la puerta de salida, al final. Ese día ocurrió algo similar a la primera historia que te compartí.
Mientras el padre Lamberto Picado repartía la sagrada comunión, un niño muy pequeño se paró debajo de él, frente a altar y le hablaba.
No podía escuchar a la distancia en que me encontraba, pero se notaba que tenía mucha curiosidad y no dejaba de preguntar. Al poco tiempo la mama lo buscó y lo llevó a su puesto.
Cuando el buen padre Lamberto estaba por finalizar la misa con la bendición final, se detuvo unos momentos, se acercó al micrófono y nos dijo:
¿Cómo nos cambia comulgar?
Pensemos un poco en sus palabras. ¿Eso que es?
Nosotros al recibir el cuerpo de Cristo, a Cristo Eucaristía, ¿tenemos conciencia de a quién estamos recibiendo?
¿Lo recibimos por rutina, porque otros comulgan, para que nos vean que participamos, o lo hacemos con profundad piedad y amor por Jesús que viene a habitar en nosotros?
La segunda pregunta del pequeño niño a quien le agradezco su interés en las cosas de Dios, no puede dejarnos indiferentes: ¿Para qué sirve?
Hazte la pregunta: ¿Para qué me sirve comulgar? ¿Cómo me cambia? Si lo meditan un poco comprenderán que este niño nos ha brindado la oportunidad de reflexionar seriamente y dar toda una catequesis.
Háganlo en casa y cuando estén a punto de dormir, antes del examen de conciencia pregúntense ustedes sobre el momento en que hoy comulgaron: ¿Esto qué es?, ¿para qué sirve?
Amable lector, ahora te toca a ti. Hazte la pregunta antes de comulgar: ¿Esto qué es? ¿Para qué sirve?”
Te ayudará a tener la certeza de que recibes al Hijo de Dios vivo, del don extraordinario que se nos da en cada Eucaristía y de quién nos espera cada día escondido, prisionero de amor, en el Sagrario.
¡Dios te bendiga!