El beato Carlo Gnocchi fue un sacerdote que llevó el amor eterno a los niños marcados por el sufrimiento.
Su vida fue una incesante ascensión hacia Dios en compañía de los hombres, para guiar con mano compasiva de padre, a los que solos no lo habrían logrado.
Así, Don Gnocchi marcó de manera indeleble la historia social y civil italiana del siglo pasado.
Nacido en San Colombano al Lambro, en la provincia de Milán, el 25 de octubre de 1902, Carlo Gnocchi fue ordenado sacerdote en 1925.
Asistente del oratorio durante algunos años, luego fue nombrado director espiritual del Instituto Gonzaga de los Hermanos de Escuelas Cristianas. Al estallar la guerra se alistó como capellán voluntario y partió.
Las dificultades despertaron su heroicidad
En enero de 1943, durante la tragedia de la retirada del contingente italiano de Rusia, se salvó milagrosamente.
Y es precisamente en esos días dramáticos cuando madura en él la idea de realizar una gran obra de caridad, que encontrará su realización al final de la guerra con la Fundación Pro Juventud.
De vuelta en Italia, Don Carlo recoge huérfanos y mutilados: cientos y cientos de bocas que alimentar, piernas truncadas a las que dar fuerza para caminar, sufrimientos que sanar y redimir.
Asistencia y alta formación
Su intuición radica en concebir los centros ya no como puros y simples albergues, sino como lugares destinados a favorecer la maduración afectiva e intelectual, la recreación y ocupación de los asistidos, con tratamientos médicos y quirúrgicos.
La extraordinaria modernidad de Don Carlo -explica monseñor Angelo Bazzari, presidente de la Fundación y tercer sucesor de Don Gnocchi- reside precisamente en sostener la necesidad de una acción donde la caridad no se desvincule de la preparación específica al más alto nivel.
Una obra pedagógica muy activa hoy
Entonces su intención era dar vida a una obra pedagógica permanente, un laboratorio de investigación de métodos más válidos para recuperar y elevar la vida.
Y hoy su trabajo continúa: de hecho, 29 centros están activos en nueve regiones de Italia, con más de 3.600 camas, 5.500 agentes y diez mil personas tratadas o asistidas en promedio todos los días.
Don Gnocchi murió en Milán el 28 de febrero de 1956. Su último gesto profético es la donación de sus córneas a dos niños ciegos, cuando el trasplante en Italia aún no estaba regulado por leyes específicas.
Un último acto de amor por una sociedad muchas veces ciega, tardía y lenta ante las necesidades y sufrimientos de los más indefensos.